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Sudán del Sur: atrapados entre dos guerras

Pau Vidal, S.J.

sur sudanSudán del Sur.- Alvaro y yo llegamos hace apenas un mes a Maban (en el estado noroeste de Upper Nile) para incorporarnos como jesuitas al equipo del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS, siglas en Inglés).

Más de 127,000 personas refugiadas del Sudan llegaron aquí a finales del 2011 y principios del 2012. Viven en cuatro campos en una situación muy precaria.

Estos refugiados se encuentran literalmente atrapados entre dos guerras, una en su tierra de origen (Sudán) y otra en el país que les acoge (Sudán del Sur). No tienen donde reposar la cabeza.

En esta situación tan difícil, el JRS ha podido empezar unos cursos de formación para unos 150 profesores, provenientes tanto de los campos de refugiados como de la comunidad local. Según datos recientes, más del 80% del profesorado no sólo no tienen ninguna cualificación sino que no han ni terminado la primaria. De manera que queda todavía mucho trecho por andar hasta alcanzar una educación de calidad.

El JRS ha iniciado también un programa de acompañamiento psicosocial, formando a refugiados en técnicas básicas de terapia, de gestión de las experiencias traumáticas durante la guerra. También hacemos visitas regulares a más de 245 persones vulnerables (gente mayor, gente con discapacidades, etc.) y empezamos hace muy poco a ofrecer actividades deportivas a los jóvenes, que a menudo no tienen nada que hacer en el campo.

Uno pensaba que la vida de los refugiados ya era suficientemente difícil y que no podía ir a peor, pero el Sudán del Sur lleva ocho meses envuelto en una espiral de violencia brutal. La semana pasada le tocó a Maban.

La tarde del Domingo 3 de Agosto, la violencia empezó en Bunj (la capital del condado de Maban). Se oyeron disparos y bombas en el mercado. Alvaro y yo estábamos en un funeral en una aldea cercana. Sin demora, corrimos hacia el recinto más cercano de Naciones Unidas.

Una marea de centenares de mujeres y niños huyendo del pueblo de Bunj nos envolvió. Parecía imposible que la población local estuviera corriendo hacia los campos de refugiados para salvar su vida. Unos meses antes hubo tensiones fuertes entre la comunidad local y los refugiados, pero esta vez, los locales de Maban se convirtieron en desplazados en su propia tierra y fueron recibidos por los refugiados. Qué paradoja.

Mientras corría envuelto por mujeres y niños noté un nudo en el estómago y un sentimiento de indignación me invadió. ¿Quién se beneficia de una guerra tan brutal y absurda que ya ha causado suficientes víctimas? Hasta la fecha, no está muy claro qué desencadenó la violencia en Bunj. Parece que algunos soldados desertaron para sumarse al bando rebelde pero tampoco ha habido confirmación de eso. Precisamente el sentimiento de incertidumbre es lo más difícil de gestionar en tiempos de conflicto.

Durante el caos, seis trabajadores humanitarios fueron asesinados debido a su etnia. Varias fuentes indican que para vengar el intento de deserción, una milicia local fuertemente armada se dedicó a identificar a los Sudaneses del Sur que eran Nuer (la segunda etnia del país) y matarlos a sangre fría. No les importó que trabajasen como humanitarios, la violencia ciega no distingue. Esos incidentes brutales han atraído la condena de la comunidad internacional.

Después de dos días de incertidumbre, fue aconsejable que la mayoría de trabajadores humanitarios fueran evacuados, incluido todo el equipo del JRS. Nos pusieron en un vuelo de carga y llegamos sanos y salvos a Juba, la capital del país. Tengo grabado en la memoria los rostros de los refugiados congregados en la pista de tierra cerca de Bunj contemplando cómo nos subíamos a los aviones apresuradamente. Sus rostros transpiraban incredulidad y miedo, miedo de quedarse solos ante el peligro. Ese fue un momento duro para nosotros. Habíamos llegado hacía poco para estar con la gente, para aprender juntos y ahora nos marchábamos y les dejábamos allí en el momento más difícil.

La evacuación de unos 240 trabajadores humanitarios tiene consecuencias catastróficas para los refugiados y la comunidad local. La mayoría de actividades han tenido que pararse, incluso las más vitales, como la distribución de alimentos básicos. Para los refugiados, la ración que distribuye el PAM (Programa Alimentario Mundial) es fundamental para garantizar su supervivencia, en una tierra que no es suya, sin medios para alimentarse. Las madres no pueden soportar oír día tras día a sus hijos llorar de hambre.

El gobierno local ha asegurado a las organizaciones que no volverá a ocurrir algo parecido. Sin embargo, si no se hace una investigación seria y no se encuentra a los responsables y se les aplica la ley, la impunidad alimentará más violencia, como el reciente informe de Human Rights Watch sobre el Sudán del Sur ha demostrado. Incluso más importante si cabe, es que los dos líderes en esta absurda disputa lleguen finalmente a un acuerdo de paz, después de ocho meses de marear la perdiz a costa de decenas de miles de víctimas inocentes. Si no se apresuran, la actual situación de crisis se convertirá en una auténtica catástrofe.

Jaime Moreno, un buen amigo jesuita que también trabaja con el JRS, me dijo un día que estar con el JRS era tocar el fracaso de la humanidad en toda su crudeza. Siguiendo la inspiración de San Ignacio de Loyola, se nos invita a no evitar esa experiencia sino todo lo contrario, a afrontarla, permaneciendo inmersos en el fracaso del mundo e intentando descubrir su significado más profundo. En la tercera semana de los Ejercicios Espirituales, San Ignacio nos propone contemplar a Jesús en la cruz. Esa contemplación silenciosa, llena de dolor y pena abre la posibilidad insospechada de encontrar a Dios incluso ahí, en el trágico acontecimiento de la brutal muerte violenta de una víctima inocente.

Hoy en Maban, un rincón perdido en el Sudán del Sur, las víctimas de ya demasiados conflictos son los crucificados de nuestro tiempo. Son los testimonios es esa misteriosa presencia de Dios en tiempos de noche oscura y nos llaman a estar con ellos, a gritar bien alto “basta ya,” y a actuar. En un mundo despreocupado e insensible, donde más de 50 millones de personas viven desplazadas, la misión de acompañamiento del JRS es más importante que nunca. Por eso el Padre Arrupe fundó el JRS en 1980.

Director de Proyeto
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