José Luis Pinilla
Acudí en la sede de la Defensora del Pueblo – apropiado marco, ¡sí señor¡ – a la presentación del Informe anual 2015 del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM) sobre los CIE de Madrid, Barcelona y Valencia.
La mirada trasversal del mismo me desvelaba números y rostros invisibilizados. Mirada trasversal que luego, tras una lectura atenta, me llevó a comprobar una vez más que, hablando de empobrecidos, los números tienen almas y estas tienen corazón y nombre. Tablas de números, análisis de los mismos, historias personales que aportan la imprescindible objetividad de los datos aportados por los ejemplares voluntarios visitadores de los CIE…y esta vez un gráfico. (cfr página 15). Este año, solo un gráfico.
Ahí me detuve un momento. Asocié al mismo las lecturas en monitores o en papel que representan la actividad eléctrica del corazón. Y que sustituyeron a aquellas gráficas a los pies de la cama de los hospitales para que los médicos de un vistazo comprobaran cómo evolucionaba la salud de los enfermos.
Detuve mi mirada. Me llevé la mano al pecho. Escuché latidos. No sé si los míos o los de Catherine, de 20 años, que huyó de su país, asustada y sola ante la imposición de la mutilación genital que su madre logró hacerle (no tiene padre) a los 17 años y de la que quiso huir. Asustada, sola…y ¡valiente! porque terminó entrando en España en una pequeña embarcación.
O quizás se agolpaban a mis sonidos interiores los latidos mezclados de Agrippine de 16 años llegada en una embarcación a las costas andaluzas. Inicialmente fue detectada como víctima de trata de seres humanos, pero rechazó la protección. Un Juzgado, mediante un Auto colectivo (¡me asustan los autos colectivos porque tienen algo de despersonalización!) dictó su internamiento en el CIE, donde se volvieron a reiterar los indicios de víctima de trata. Al ser identificada como menor de edad y como víctima de trata de seres humanos con fines de explotación sexual fue trasladada a un centro ordinario de protección de menores, no especializado en materia de asistencia a víctimas de trata. Escapó de allí, sin que actualmente se conozca su paradero.
¿Por qué lugares latirá su corazón?, si es que sigue latiendo. ¿O quién se estará aprovechando de esos latidos, quizás esclavizados?
O los de Hassan, que llegó a España siendo menor de edad y estuvo tutelado por la administración autonómica de protección de menores. A quien se le agitó el corazón más de una vez tras ser expulsado en 2009, y que consiguió regresar a España. Un corazón agitado sobre todo cuando paseando con su pareja española y su cuñada le pidieron documentación y fue internado. El ritmo de sus latidos entonces galopaba persiguiendo sus sueños que parecía que se le frustraban. Y los latidos se expandían multiplicándose como un eco en su pareja y en su hijo también español. Pidió asilo y paralizó así la expulsión. Finalmente fue liberado. Y sigue soñando.
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