Hasta la Antigüedad, junto a la invención de la escritura, es posible rastrear la enseñanza de una de las más complejas y transversales herramientas que ha sido corresponsable en la evolución y desarrollo de la humanidad: la resolución de problemas.
Planteamientos que buscaban calcular la altura de una pirámide con lados e inclinaciones medidos en codos y palmos adornaban los papiros egipcios del segundo milenio. No es necesario que en este corto escrito ahondemos hasta dónde ha llegado la complejidad de los problemas matemáticos y lo que hemos logrado como especie gracias a la formulación y resolución de los mismos.
¿Pero qué pasa cuando un problema –definido como una proposición o dificultad de solución dudosa1– no requiere solo de encontrar el valor de una incógnita en medio de un ejercicio numérico? ¿Qué pasa cuando es la dignidad de la persona humana, de una sociedad, la que está en juego? El último par de años, la revista SIC ha dedicado varios de sus números a reflexionar acerca de grandes temas que forman parte del día a día de la sociedad, y cuyo actual detrimento afecta directamente a su bienestar. La educación, la desigualdad, el trabajo, la democracia y la migración son algunos de ellos. Sin embargo, esta nueva edición de SIC ha sido preparada para pensar, de manera responsable, acerca de los problemas que hoy aquejan a los venezolanos, “…problemáticas en las que no se reconoce adecuadamente la inmensa e inalienable dignidad que corresponde a todo ser humano”2.
Bien nos lo recuerda la Declaración Dignitas infinita sobre la dignidad humana:
Todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, y ese derecho básico no puede ser negado por ningún país. Lo tiene aunque sea poco eficiente, aunque haya nacido o crecido con limitaciones. Porque eso no menoscaba su inmensa dignidad como persona humana, que no se fundamenta en las circunstancias sino en el valor de su ser. Cuando este principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de la humanidad3.
Los venezolanos, por más de una década, hemos vivido una de las más grandes crisis de nuestra historia; desabastecimiento, apagones, inflación, violencia, falta de representación política, corrupción, pobreza, cierre de escuelas, deterioro del sector salud, desnutrición, aumento de las tasas de suicidio, el desplazamiento de casi 8 millones de personas alrededor del mundo por vías seguras –otras no tanto– y todos los problemas que ya conocemos representan nuestro pan diario.
Pero el tema va más allá de identificar los males que nos agobian y de denunciarlos, aunque son pasos necesarios tal como nos advierte la Iglesia, porque está “…profundamente convencida de que no se puede separar la fe de la defensa de la dignidad humana, la evangelización de la promoción de una vida digna y la espiritualidad del compromiso por la dignidad de todos los seres humanos”4; sino que la situación pasa, además, por preguntarnos qué debemos hacer para sumar y no restar en la “dudosa solución” a los problemas de la gente, a los problemas de nuestra gente.
Cuando el gobierno y el Estado no cumplen con sus responsabilidades, lo público se deteriora, y es en este escenario en el que los ciudadanos debemos asumir nuestro rol como los únicos responsables en lograr que el Estado vuelva a ser lo que debe ser: un órgano que vele por el bien común.
No está en nuestro campo de experticia –ni creemos que es la vía– plantear un ordenado y consecuente método matemático de resolución a estos problemas, sino llamar a reflexionar sobre la ardiente exhortación que nos hace la Iglesia a que “…el respeto de la dignidad de la persona humana, más allá de toda circunstancia, se sitúe en el centro del compromiso por el bien común”5.
Pero si un poco de lenguaje matemático nos ayuda a racionalizar la propuesta cristiana, nos permitimos repetir las palabras que el secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, Rodrigo Guerra López, transmite en la presente publicación: “El bien afirmado con valor, a veces modestísimamente, derrota al mal a nivel cualitativo, aun cuando cuantitativamente parezca lo contrario”.
Y es que la resolución de estos indignos problemas no llegará sin esfuerzo, pero hacer y buscar el bien nunca es estéril, y así como hace poco un sabio maestro le recordaba a una ansiosa pupila un extracto de la carta de Pablo a los romanos, hoy vale la pena reafirmarnos que la opción no es dejarnos vencer por el mal, más bien derrotarlo con su más grande y opuesto adversario: el bien.
Notas:
- Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.7 en línea].
- Dicasterio para la Doctrina de la Fe (2024): Dignitas Infinita sobre la dignidad humana.
- Ídem.
- Ídem.
- Ídem.
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