¿Puede un autodenominado socialista de 73 años, voz ronca y aspecto desaliñado, al que le gusta despotricar contra la clase dirigente -en particular contra los bancos y las grandes corporaciones- convertirse en el próximo presidente de Estados Unidos?
Si uno atiende a las miles de personas que en los últimos meses han llenado pabellones deportivos en ciudades de todo el país para oír hablar y vitorear al senador de Vermont Bernie Sanders, la respuesta parece ser que sí.
Aunque si se tiene en cuenta que Sanders es todavía un desconocido para una mayoría de los votantes y que en EE.UU. para muchos nombrar la palabra “socialista” prácticamente equivale a invocar al diablo, la respuesta parece ser que no.
Si a ello se le suma que la rival a la que se enfrenta Sanders para hacerse con la nominación demócrata de cara a las presidenciales de 2016 es la todopoderosa Hillary Clinton, a la que algunos ya ven como la próxima inquilina de la Casa Blanca, la conclusión es: imposible.
En cualquier caso, se trata de un “imposible” que a medida que pasan las semanas y aumenta la popularidad de Sanders -quien por primera vez este miércoles aparece por delante de Clinton en una encuesta de intención de voto de cara a las primarias de New Hampshire- se está transformando en un “¿quizás?”.
Al fin y al cabo, antes de la irrupción del senador Barack Obama, ¿quién pensaba que Clinton no iba a ser la candidata demócrata en las presidenciales de 2008?
Pero no hay que olvidar que en 1991 Sanders se convirtió en el primer candidato independiente en ser elegido para el Congreso de EE.UU. en más de cuatro décadas, gracias al apoyo ciudadano que recibió y que ahora está tratando de replicar a nivel nacional haciendo un llamado a una “revolución ciudadana”.
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