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Soberanía alimentaria y cambio climático

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El cambio climático ha devenido, en poco tiempo, en uno de los “asuntos globales” de importancia crítica de nuestro tiempo.  A partir de allí ha permeado todas las esferas de la vida social y política hasta dotarse de una centralidad omnipresente que peligrosamente lo naturaliza.

En 1958, Charles David Keeling comenzó a medir la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera de la tierra en el Observatorio Mauna Loa (Hawai).  Su proyecto impulsó medio siglo de investigación que expandió el conocimiento sobre el cambio climático.  Más allá de los más de 50 años de estudio, sin embargo, la sociedad global no ha encontrado soluciones reales al problema del calentamiento global.  ¿Por qué?

La política de cambio climático, tanto en los niveles internacionales como nacionales, se caracteriza por un alto grado de despolitización de la crisis y por una interpretación apolítica de las causas y efectos.  En vez de debates políticos, lo que gana importancia es el conocimiento experto, la mediación de intereses y la gestión del cambio.  Mientras que en las políticas oficiales de adaptación predominan estrategias tecnológicas y medidas para mejorar las bases de datos sobre las transformaciones ambientales futuras, desaparece el contenido político real de la vulnerabilidad y de los procesos de adaptación.  Pero los procesos de adaptación son inherentemente procesos conflictivos, en los cuales se dan disputas sobre quiénes tienen y regulan el acceso al agua, a la tierra, a los bosques, etc., y quiénes determinan las formas y las prácticas de uso de estos recursos.

Contra el grupo de los llamados “escépticos”[1], creemos que no se trata simple o solamente de una mera especulación o de una eventual amenaza futura.  El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIECC/IPCC) establece que el calentamiento global es “inequívoco”[2].  No cabe duda tampoco que sus efectos patentes –aumento progresivo en los niveles de temperatura y del mar, crecientes fenómenos climáticos que azotan a comunidades y ecosistemas, acelerada degradación medioambiental que amenaza el suministro de agua y alimentos, entre otros– representan una amenaza global no sólo para la economía sino para la propia subsistencia humana en el planeta.  Por lo tanto, el cambio climático implica una clara amenaza a la soberanía alimentaria de los pueblos.

Por su parte la economía verde es presentada como la gran solución cuando en realidad, con sus diferentes mecanismos, representa una despolitización del debate sobre las causas y consecuencias del calentamiento global y acaba, por lo tanto, convirtiéndose en pura propaganda sobre las “oportunidades” para cambiar mientras se hacen grandes negocios climáticos.

Pero el problema del hambre es tan antiguo como la humanidad.  A lo largo de los siglos, la escasez de alimentos, la desnutrición y las hambrunas han asolado y diezmado a numerosos pueblos en todo el mundo, provocando diversos conflictos, guerras y migraciones forzadas.  En algunos casos, las causas se han debido a factores climáticos, en otros son producto de decisiones políticas y económicas.[3] Entre estas últimas, se destaca la hambruna acaecida en Irlanda en 1846 debida al monocultivo de papa de una sola variedad, que resultó ser susceptible a la enfermedad denominada “tizón tardío de la papa”.  Este alimento era la base de sustento de toda la población, y la enfermedad afectó a prácticamente todos los cultivos de papa del país, provocando la muerte y la migración en masa de los sobrevivientes, en especial hacia el continente americano.

Actualmente la agricultura industrial es la principal causa de emisión de gases con efecto invernadero.  El uso creciente de fertilizantes sintéticos y agrotóxicos, la maquinaria pesada que se requiere para laborar las extensiones de monocultivos, junto con la deforestación y el alto consumo energético del sistema de distribución y comercio de alimentos a gran escala (refrigeración, residuos y transporte), hacen que las corporaciones sean responsables por la mayor parte de las emisiones.  La agricultura industrial está basada en el uso de combustible fósil y un alto consumo energético.  De esta manera se posiciona claramente, junto con los intereses de la biotecnología y la industria energética, contra los agricultores y los ciudadanos en general.

Agricultura campesina: respuesta al cambio climático

Como es conocido, el concepto de Soberanía Alimentaria fue lanzado por Vía Campesina en 1996 en Roma, durante un Foro Mundial por la Seguridad Alimentaria que se realizó paralelo a la Cumbre Mundial de la Alimentación organizada por la FAO.  En el momento de su lanzamiento, la Soberanía Alimentaria fue definida por la Vía Campesina como “el derecho de cada nación de mantener y desarrollar su propia capacidad de producir alimentos que son decisivos para la seguridad alimentaria nacional y comunitaria, respetando la diversidad cultural y la diversidad de los métodos de producción”.  Así mismo declaraba: “Nosotros, la Vía Campesina, un movimiento creciente de trabajadores agrícolas, organizaciones de campesinos, pequeños y medianos productores, y pueblos indígenas de todas las regiones del mundo, sabemos que la seguridad alimentaria no puede lograrse sin tomar totalmente en cuenta a quienes producen los alimentos. Cualquier discusión que ignore nuestra contribución, fracasará en la erradicación de la pobreza y el hambre.  La alimentación es un derecho humano básico.  Este derecho se puede asegurar únicamente en un sistema donde la Soberanía Alimentaria esté garantizada” (Vía Campesina, 1996).

En el documento “Soberanía Alimentaria: Un futuro sin hambre” (Vía Campesina, 1996), ésta organización campesina internacional resalta los siete principios para lograr la Soberanía Alimentaria:

  1. Alimentación, un Derecho Humano Básico
  2. Reforma Agraria
  3. Protección de Recursos Naturales
  4. Reorganización del Comercio de Alimentos
  5. Eliminar la Globalización del Hambre
  6. Paz Social
  7. Control Democrático

Desde su presentación oficial el concepto de Soberanía Alimentaria se ha ido enriqueciendo en referencia a reconocer una agricultura con campesinos, indígenas y comunidades pesqueras, vinculada al territorio; prioritariamente orientada a la satisfacción de las necesidades de los mercados locales y nacionales; una agricultura que tome como preocupación central al ser humano; que preserve, valore y fomente la multifuncionalidad de los modos campesinos e indígenas de producción y gestión del territorio rural.  Esto implica, además, el reconocimiento al control local/autónomo de los territorios, bienes naturales, sistemas de producción y gestión del espacio rural, semillas, conocimientos y formas organizativas.

Existen innumerables situaciones que demandan cambios, en el ámbito de la minería, de las grandes obras, en la agricultura, entre otros. A partir de la agricultura un camino posible para enfrentar y revertir el cambio climático es la agricultura campesina de base agroecológica, que preserva la biodiversidad, produce alimentos, preserva y produce agua, produce cultura, habita y defiende los territorios y genera muchos puestos de trabajo.

La agricultura campesina es un modo de ser, de vivir y de producir en el campo.  Está basada en el trabajo familiar, a partir de una base de recursos bajo control campesino (tierra, agua, energía y biodiversidad), es realizada en una relación fuerte con la naturaleza (co-producción), busca incesantemente una autonomía relativa en el proceso de producción y coloca el foco en las necesidades de la familia campesina (mejora de la condiciones de vida y disminución del trabajo pesado).

De acuerdo a un estudio realizado por GRAIN, en el mundo, el 92,3% del total de unidades agrícolas son campesinas o indígenas y ocupan solamente el 24,7% del total de las tierras. Probablemente el 90% de las familias campesinas e indígenas sobreviven con menos de 2 hectáreas y al menos la mitad de ellas con menos de una hectárea por familia!  En América Latina el 80,1% de las unidades agrícolas son campesinas o indígenas y ocupan sólo el 19,3% de las tierras.  Además, el estudio de GRAIN indica que casi la mitad de la población mundial, unos 3 mil millones de personas, son campesinas e indígenas y producen alrededor del 70% de los alimentos, por eso, no se trata de un sector marginal.

La agricultura campesina, de base agroecológica, biodiversa, poco dependiente, adaptada a las condiciones de suelo y clima, productora de alimentos, agua y cultura, protectora de la biodiversidad y de los territorios, es la única capaz de alcanzar la soberanía alimentaria y dar respuestas al cambio climático.

Valter Israel da Silva y Facundo Martín son miembros de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC) y Vía Campesina.

Fuente de información: Artículo publicado en la edición de abril 2016 de la revista América Latina en Movimiento (No. 512) de ALAI, titulada “Por los caminos de la soberanía alimentaria”.  http://www.alainet.org/es/revistas/512

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