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Sí, el gobierno tiene un proyecto

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Javier Contreras

Entre todos los tópicos recurrentes en cualquier análisis político (desde los más elaborados conceptualmente hablando, hasta los más elementales e informales), hay uno que sobresale, que se repite como frase lapidaria que pretende, en un ejercicio peligrosamente simplificador, explicar parte de la complicada dinámica nacional.  La oposición no tiene proyecto país, el gobierno sí.

Tal aforismo constituye una trampa que, aunque obvia, no es siempre vista. El problema no radica, exclusivamente, en tener o no un proyecto; hay que evaluar la clase de proyecto del que se habla, los métodos utilizados para concretarlo, los costos de la implementación y las condiciones en las que se ha construido. Tomando en cuenta las variables descritas, se puede estar más cerca de la honestidad con la realidad.

Para intentar esclarecer el punto, conviene centrarse en los nombramientos de ministros. Con dos ejemplos de los muchos que existen, se podrá demostrar la idea que genera esta reflexión, idea que bien puede ser compartida por millones de venezolanos que sienten burlada su inteligencia y menospreciada su circunstancia, mientras quienes detentan el poder se declaran bonchones, haciendo gala de una abundancia reservada para la oligarquía chavista y la casta militar bolivariana.

Destaca el nombramiento de Carlos Osorio al frente de la cartera de transporte. Osorio ha pasado, entre otros cargos, por el Ministerio de Alimentación, entre el 2010 y el 2013, en una gestión rodeada por la ineficiencia y las constantes denuncias por supuestos hechos de corrupción, asociados con el manejo de las divisas destinadas a la importación de alimentos.

Otro caso llamativo es el de Jorge Rodríguez. Su responsabilidad como Alcalde del Municipio Libertador de Caracas se ha reducido a negar el derecho de manifestar en esa jurisdicción, con todas las consecuencias de represión y violaciones a la ley que eso ha representado. Rodríguez ha dedicado más tiempo a cumplir funciones partidistas, siendo el jefe de campaña del PSUV, o encabezando delegaciones gubernamentales para intentos de diálogo y negociación. Actualmente es el ministro de Comunicación.

Con los anteriores ejemplos aparece una primera conclusión: es cierto, el gobierno tiene un proyecto y lo ejecuta a cabalidad, desde hace casi dos décadas. Quien fracasó en un área tan sensible como la alimentación, ahora se encarga de un área que colapsa y agoniza a diario, el transporte; quien se ha caracterizado por negar el goce de derechos constitucionales, quien ha pretendido cercar libertades, ahora está al frente de comunicaciones. La coherencia es evidente.

El tipo de proyecto es la segunda y última conclusión de este breve artículo. Ante la dificultad que entraña definirlo desde categorías como dictadura, totalitarismo o autoritarismo, nociones de las que, sin ninguna duda, toma rasgos constitutivos, el adjetivo que mejor parece caracterizar al proyecto que inició Chávez, y Maduro profundiza, es el de reciclaje.  Intercambiar nombres, de un grupo cada vez más cerrado y con un alto porcentaje de miembros del estamento militar, es la práctica habitual del Presidente.

Lamentablemente, a diferencia de la idea original del reciclaje que busca tomar lo que ha sido descartado para transformarlo en algo útil, de valor y que ayuda a reducir el efecto de la contaminación, el proyecto reciclaje del gobierno nacional ahonda la corrupción, institucionaliza la ineficiencia y hace más fuertes los controles estatales que dificultan el resurgimiento de la economía y la sociedad organizada.

Sobran las razones para dejar de pensar que el gobierno se equivoca, que su estrepitoso fracaso es consecuencia de la falta de pericia o la improvisación en la toma de decisiones. Lo que hoy sucede en Venezuela, un país en el que millones de personas no se alimentan bien, en donde millones de personas tienen dificultad para obtener medicamentos (los más básicos y los más especializados), en donde la violencia es parte del modelo cotidiano, en donde hay presos por pensar distinto, y del que, penosamente, millones se han ido y otros tantos sueñan con hacerlo, es el cumplimiento más estricto de un proyecto que aunque bien concebido desde el inicio, ahora muestra su cara más dura y real.

 

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