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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Señor, ¿a quién iremos?

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Jn 6, 60-69

Alfredo Infante sj

Mucha gente seguía a Jesús, pero poco a poco, entre los muchos que lo seguían comenzaron a decir y decirse entre ellos: «este discurso es bien duro ¿quién podrá escucharlo? Algunas cosas resaltan aquí, lo primero es que el discurso de Jesús no es acomodaticio ni complaciente sino auténtico y honesto con la realidad, es decir, no es una palabra adulcorada ni descafeinada, es contundente.

Como dice el refrán popular: «la verdad duele», pero la verdad de Jesús duele y sana, duele y libera, da densidad interior a quien la escucha. La palabra auténtica tiene una fuerza intrínseca que atrae y también repele.

En segundo lugar, Jesús no es un líder que busca adeptos que le aplaudan como focas, ni mucho menos súbditos que obedecen a ciegas su doctrina, él busca discípulos, y discípulo es quien escucha y discierne inteligentemente la palabra. El gran teólogo alemán Karl Rahner, insistía en que ser discípulo es ser oyente de la palabra. Una iglesia discipular escucha y discierne la palabra de Dios.

La palabra que da Jesús, no es cualquier palabra, es tal cual como él mismo dice: «espíritu y vida». Palabra dinámica que irradia, crea posibilidades, transforma y da vida. Muchos de los que lo seguían, no resistieron el peso luminoso de su palabra y desistieron del camino; nos cuenta el evangelio que «desde entonces muchos de sus discípulos lo abandonaron y ya no andaban con él».

“Ante este fenómeno, Jesús se dirige a los 12, a su comunidad más cercana y, para saber con quienes contaba les preguntó: «¿también ustedes quieren abandonarme?» Las dudas estaban también en el pequeño grupo de los 12. Pedro, ante la pregunta, responde en nombre de la comunidad discipular: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna»”.

Hoy en nuestro país no sólo se ha devaluado la moneda, ni nuestras condiciones de vida, lo más grave es que se ha devaluado el valor de la palabra y con ello las relaciones de confianza y la institucionalidad cotidiana que éstas suponen. Nuestros padres sellaban los acuerdos con la expresión jurada: «palabra, palabra».

Toda institucionalidad se funda en la palabra acordada, pactada, consentida. Recuperar la palabra es recuperar el Espíritu y la vida.

Hoy, como Pedro, no desistamos de la fe en la palabra y, digamos, «Señor, ¿a quién iremos?, tú tienes palabras de vida eterna».   

Oremos: Señor, danos sabiduría para recuperar la palabra que crea y construye la vida. Que nos convenzamos que rehabilitar la confianza implica recuperar la palabra.

“Sagrado corazón de Jesús, en vos confío”

Parroquia San Alberto Hurtado. Parte Alta de La Vega.

Caracas-Venezuela.

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