Lo medular de la vida cristiana es el seguimiento a Jesús. Seguir no es imitar, ni aferrarse a la seguridad de las doctrinas, ni al ejercicio riguroso y observante de la perfección moral. El seguimiento es una aventura en la fe que presupone una relación de amor y confianza con Jesús. El discípulo es quien escucha y discierne, en el aquí y ahora, los signos de los tiempos, y busca responder, en el Espíritu de Jesús, a los desafíos que el mundo de hoy nos presenta.
Por Pedro Trigo, s.j.*
Seguir a Jesús no es una de tantas actividades que ejecuta un cristiano. Seguir a Jesús es simplemente ser cristiano. Si se trata de seguir, se trata de una praxis. Se puede profesar la doctrina cristiana y cumplir los mandamientos y practicar los ritos sin seguir a Jesús, es decir, sin ser cristiano. Todo en el cristianismo tiene sentido en cuanto sea expresión del seguimiento de Jesús y en la medida en que lo sea. Pero además se trata de seguir a Jesús de Nazaret, no a mi Jesús sino al de los evangelios. Y no seguirlo a mi modo o al de mi comunidad o de mi institución, sino dejándome llevar por el impulso de su Espíritu.
No es lo que se estila en el cristianismo establecido. Lo que se propone es el pietismo y el corporativismo, que eluden su seguimiento. El pietismo es intimista: busca un cara a cara con Jesús, no ir detrás de él participando de su misión. Además, el Jesús del pietista es su Jesús, no el de los evangelios. Los evangelios no son su libro de cabecera. No se relaciona con Jesús de Nazaret. Para el corporativismo lo absoluto es la propia corporación, que lleva el nombre de Jesús y que todo lo hace en su nombre, pero no siguiéndolo, no relativizándose en el seguimiento, no dándole a él la iniciativa.
Por eso este tema es decisivo, aunque obliga a una conversión profunda. La conversión es a la mejor buena nueva. El problema es que eso solo se percibe desde dentro, desde el seguimiento. Hay que comenzar con fe. Luego se capta la gracia y el sentido.
Vivir en nuestra situación de modo equivalente a como Jesús vivió en la suya
El punto de partida para referirnos al seguimiento es que Jesús no está aquí. Por tanto, no podemos seguirlo físicamente. Jesús está recreado por Dios en su seno. Murió llevándonos en su corazón. Por eso en su corazón ya estamos con él en el seno del Padre. Si aceptamos estar en su corazón, vivir desde su amor, como discípulos amados, podemos vivir como hijos del Padre en el Hijo y como hermanos de todos en el Hermano universal. Esa es la gracia del seguimiento.
¿Cómo actúa ese amor de Jesús personalizado? Nos atrae desde el seno del Padre con el peso infinito de su humanidad para que podamos seguirlo. Su atracción nos da la dirección y nos da también fuerzas para dirigirnos a él y para ser enviados suyos fehacientes. Nos dirigimos a él siguiéndolo, viviendo en nuestra situación de modo equivalente a como él vivió en la suya. Para eso tenemos que conocer tanto cómo vivió Jesús en su situación como nuestra situación.
Los evangelios, sacramentos de Jesús, cuando se los lee discipularmente
¿Podemos conocer cómo vivió Jesús en su situación? Sí, a través de los evangelios tenemos acceso a lo significativo de su vida, a lo trascendente. A través de la lectura discipular de los evangelios nos hacemos presentes a ellos. Al leerlos orantemente como comunidad de fe, tenemos acceso a ellos, como si nos halláramos presentes. Ese es el sentido de la tradición como acto de trasmisión y como contenidos trasmitidos.
Los evangelios leídos con fe en la Iglesia son un sacramento de Jesús de Nazaret. Sacramento es presencia en la ausencia. Jesús no está aquí, pero se hace presente en la comunidad que los lee discipularmente. La escena sigue manando y en ella Jesús se hace presente y actuante: habla en cada hoy que se contempla. En este sentido los evangelios son inagotables, tanto para cada uno de los discípulos como para todo el decurso de la historia. Cuanto más los contemplamos, si es en fe y en orden al seguimiento, más nos dicen. Son ellos los que nos dicen, no nosotros que proyectamos en ellos nuestros problemas y anhelos. Si no queremos que nos confirme en nuestros propósitos, si lo que queremos es escuchar al Maestro para seguirlo, entonces los evangelios hablan. Lo digo como testimonio. Y hablan, tanto en la lectura orante comunitaria, como en la contemplación personal, si es verdaderamente discipular.
Somos conscientes de la distancia: otra época y otra cultura. Una distancia que tiene que ser mediada. Tenemos que ir a esa época: tenemos que tener en cuenta tanto los conocimientos de esa época que hacen al caso, como los géneros literarios de los evangelios, para ver qué nos han querido decir. Pero es la fe que busca entender la que nos lleva a asumir esos insumos. Nosotros somos una comunidad orante y discipular como lo fueron las que compusieron los evangelios. Es el deseo de que aflore la figura de Jesús y su misión, la que nos lleva a tratar de comprender lo mejor posible. Si queremos vivir hoy como discípulos suyos porque persona es nuestra inspiración y nuestro guía, son imprescindibles los evangelios.
Desgraciadamente no es lo que se propone como lo imprescindible. Solo lo hace y lo hace en todas las ocasiones, el papa Francisco.
Encarnarnos en nuestra situación por abajo
Pero los evangelios, siendo imprescindibles, son insuficientes. Para hacer en nuestra situación el equivalente de lo que él hizo en la suya, necesitamos también conocer la situación que nos toca vivir en el seno de la hora histórica de la que hace parte. La tenemos que conocer desde dentro, encarnándonos en ella solidariamente, como él lo hizo, y desde abajo, como él se encarnó. Solo situándonos en nuestra situación desde el mismo Espíritu de Jesús, podremos ver el equivalente de lo que Jesús hizo y dijo.
Hablando matemáticamente, el seguimiento de Jesús es una ecuación: Jesús es a su situación, como la Iglesia primitiva, la que produjo y recibió los cuatro evangelios, es a sus situaciones, distintas de las de Jesús y distintas entre sí, como nosotros a nuestra situación, distinta de las de la Iglesia primitiva y de la de Jesús. Como los denominadores son distintos, porque las situaciones son distintas, los numeradores tienen que ser distintos. Esto significa que, si seguimos a Jesús, no podemos imitarlo. Tenemos que hacer lo equivalente, porque las situaciones son distintas.
Ahora bien, para hacer lo equivalente se necesita creatividad fiel. ¿Somos capaces de esta fidelidad creativa? Por supuesto que no. Entonces ¿cómo nos proponemos seguir a Jesús? Él es el que nos pide proseguir su misión en seguimiento suyo. Para habilitarnos nos entregó desde el seno del Padre a su mismo Espíritu. Con ese Espíritu tenemos que leer los evangelios y la situación en que vivimos; con ese Espíritu discernimos lo equivalente y ese Espíritu nos da fuerzas para llevarlo a cabo a la medida del don recibido.
Esa es la ventaja de la lectura comunitaria discipular: cada quien tiene el Espíritu de modo distinto y complementario. Si la lectura es verdaderamente discipular, si no hay uno que funja como maestro y así opaque al Maestro y al Espíritu, entre unos y otros se ve mucho más complexivamente el pasaje y se percibe también lo que nos ha estado diciendo el Señor para nuestro aquí y hoy mientras nos trasladábamos a Galilea o a Jerusalén y contemplábamos la escena.
Pero los evangelios, siendo imprescindibles, son insuficientes. Para hacer en nuestra situación el equivalente de lo que él hizo en la suya, para vivir hoy de modo equivalente, necesitamos también conocer la situación que nos toca vivir en el seno de esta hora histórica de la que hace parte. La tenemos que conocer desde dentro, encarnándonos en ella solidariamente, como él lo hizo, y desde abajo, como él se encarnó. Solo así podremos ver cuál es el equivalente de lo que Jesús hizo y dijo.
Desgraciadamente la encarnación kenótica en nuestra situación no es lo que da el tono a nuestra Iglesia. Lo pidió y practicó Medellín y lo refrendó Puebla, cuando ya éramos conscientes de los costos que tendría. Pero hoy tanto el corporativismo como el pietismo lo eluden. Es la condición de posibilidad, el costo, de seguir a Jesús. También es la gracia, ya que encarnarse es practicar la fraternidad de las hijas e hijos de Dios; pero eso solo se percibe desde dentro. Al principio tenemos que obedecer, tenemos que tener fe para encarnarnos solidariamente por abajo en nuestra situación porque esa dirección vital está excluida en la dirección dominante de esta figura histórica.
Obediencia al Espíritu y seguimiento de Jesús
Ahora bien, también se da un seguimiento atemático de Jesús y es crucial que lo consideremos tanto para el diálogo con las personas de buena voluntad como con el catolicismo popular. Jesús en su vida personaliza al Espíritu de tal manera que quien se deja llevar por su impulso de hecho sigue a Jesús, aunque no sepa su nombre o, aunque no conozca casi nada de él o, no sea consciente de que lo sigue.
El Espíritu es la universalidad del acontecimiento jesuánico. Porque hay muchas personas que no conocen a Dios inculpablemente y muchas más todavía las que no conocen a Jesús, porque como es un personaje histórico alguien les ha tenido que hablar de él. Por eso dice Pablo que la fe entra por el oído. Y, sin embargo, el Espíritu mueve a todos los seres humanos desde más adentro que lo íntimo suyo; trascendente por inmanencia. Y el Espíritu no habla; él no es un sustantivo: no es ni el amor, ni el amante, ni el amado. Es el amar. Es verbo. La relación con él no es el cara a cara: por eso la Biblia no conoce la oración al Espíritu Santo, como tampoco la Iglesia primitiva. La relación de él con nosotros es movernos y nuestra relación con él, obedecer a su impulso. Esto acontece o no acontece. Por ejemplo, yo puedo estar muy consciente de este tipo de relación y proponerla con todo convencimiento; pero si, de hecho, no me dejo llevar por su impulso, no conozco al Espíritu, en el sentido bíblico de que no tengo una relación real con él. Y lo contrario, si ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu, pero nos dejamos mover por su impulso, sí conocemos al Espíritu, sí somos hijos de Dios y sí seguimos a Jesús.
El ejemplo más elocuente en América Latina son los pobres con Espíritu: los que no teniendo cómo vivir, viven, no solo sobreviven, sino que viven la polifonía de la vida, conviven y hasta dan de su pobreza. Lo pueden hacer porque obedecen al impulso del Espíritu, a quien proclamamos en el Credo “Señor y dador de vida”. Por eso muchas veces sienten que no pueden y, sin embargo, pueden. Estas personas viven una existencia jesuánica.
Muchos que viven el catolicismo popular de este modo son cristianos consecuentes, aunque sepan poquísimo de Jesús de Nazaret. Por eso cuando se hace con ellos la lectura orante sienten una inmensa alegría porque el Espíritu de Jesús reconoce desde dentro a Jesús de Nazaret. Es el mayor aporte que podemos darles y ellos nos dan también su instinto espiritual para interpretar esa contemplación orante.
*Miembro del Consejo de Redacción SIC.
Fuente: Revista SIC – Edición Impresa | Marzo 2020 | N° 822.