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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Se necesitan nuevos protagonistas

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Foto: Kienyke

Luis Alfredo Delgado Bello

Ante la profunda crisis que atravesamos en Venezuela, la que requerimos superar con urgencia, nos preguntamos quiénes son los protagonistas que puedan impulsar soluciones verdaderamente transformadoras de nuestra realidad.

Es importante señalar que cuando hablamos de protagonistas no nos estamos refiriendo sólo a líderes u organizaciones en el campo político.

Ellos son muy importantes, pero queremos poner el énfasis en buscar protagonistas que empujen procesos económicos y sociales generadores de bienestar, de condiciones de vida distintas, de producción de bienes y servicios, de riqueza social, de nuevas relaciones humanas.  Sin un cambio de esa naturaleza podemos vivir una ilusión de una vida nueva que rápidamente se derrumbará y nos llevará recurrentemente a las situaciones insostenibles e indeseables que hemos querido cambiar.

Preocupa que en el mundo político se insista en cambiar la conducción del Estado, pero manteniendo la lógica de los mismos protagonistas en lo económico y social

El papel del mundo de la política es el de impulsar visiones y modos de hacer economía, estando conscientes que no cualquier manera de producir y distribuir bienes y servicios da como resultado bienestar colectivo y condiciones de vida distintas para la sociedad.

Pero, ¿Quiénes son los que van a liderar el cambio necesario? ¿Dónde están? 

En el debate público, pareciera que sólo tuviésemos apostando, como sociedad, a dos tipos de protagonistas para recuperar a nuestra economía.

Por un lado, el empresario creador, nacional o extranjero, que, motivado por el interés de maximizar su ganancia, despliegue su iniciativa en la generación y conducción de empresas. Que genere empleos y modernidad. Que la ganancia obtenida contribuya con impuestos a un Estado que redistribuya y atienda a las necesidades de la sociedad.   

Del otro lado una propuesta diferente.  El protagonista de los procesos económicos debe ser un hombre comprometido con un proyecto de sociedad justa, que impulse empresas y políticas públicas destinadas a satisfacer las necesidades reales de la población, garantizando desde las estructuras públicas, que la riqueza que se produzca, sea distribuida con equidad. 

Esos aparecen como los únicos protagonistas de los procesos económicos que tenemos en perspectiva.

En definitiva: los protagonistas serían los líderes de empresas privadas o los de las empresas del Estado.   Las propuestas políticas apoyan alguno de esos dos modelos, con variaciones, dándole más o menos peso a la participación del Estado en ellos, pero sin apartarse de propuestas de conducción de los procesos económicos y sociales, en las que los que los empresarios privados o los gerentes o administradores públicos sean los únicos líderes de los procesos.

La búsqueda de otros protagonistas no es un capricho. Es una necesidad imperiosa porque han fracasado las visiones de la economía y de la sociedad que   requieren de líderes empresariales o de administradores de empresas públicas para la producción de los bienes y servicios.

El fracaso de estos modelos en las sociedades en las que han estado vigentes, se ve en las tremendas desigualdades presentes en ellas. El informe Oxfam, revela que en el año 2017 el 82% de la riqueza generada en la economía mundial se concentró en el 1% de la población. Según el mismo informe 9 personas poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la humanidad.

Pero el fracaso es más grave aún por el tipo de relaciones humanas que han impulsado alejadas de la convivencia armónica de los seres humanos que se manifiesta en la conflictividad social, las guerras, el entronizamiento de la lógica individualista, la ausencia de valores.

En ambos tipos de modelos la subordinación de unos hombres a otros es fundamental.   Sin ese sometimiento no funciona ninguno de los dos modelos.   El sometimiento a la primacía del capital en uno.  El sometimiento a los designios del estado en el otro. El sometimiento, la subordinación de trabajadores, consumidores, comunidades es la base, es el origen de la desigualdad.   Además, la subordinación castra la iniciativa de las personas, impide la construcción de los proyectos e iniciativas personales, familiares y comunitarias.   El trabajo es para los fines de otros, no para los intereses, objetivos y proyectos de las comunidades sometidas a las iniciativas y voluntad de otros.

Necesitamos plantearnos la búsqueda de otras opciones, de otros protagonistas.  Y los hay.

Otros grupos humanos también son fundamentales en toda actividad económica: las comunidades de trabajadores y de consumidores. Sin embargo, ellos son vistos por las empresas públicas y privadas, y por otros muchos en la sociedad, como actores pasivos o subordinados, sin un posible rol protagónico en los procesos económicos. 

¿Podrán ellos asumir ese papel protagónico?  ¿Conducir y gestionar empresas? 

Los trabajadores son actores fundamentales del funcionamiento de toda empresa por su aporte en conocimiento y gestión.  Pero son vistos como individuos, como un factor atomizado. No se ven como un actor organizado. Se ven bajo la óptica de una relación individualizada con la empresa que sólo los percibe como un cuerpo, cuando se organizan para defender sus ingresos e intereses individuales, mediante sindicatos. En muy pocos casos se toman en cuenta como grupo, como energía integrada y aglutinada, que pueda influir como un conjunto, en la gestión de la empresa.

Por otra parte, los consumidores, objeto estratégico de las empresas, tampoco son considerados como un grupo social que pueda integrarse en la gestión de ellas.  Sus necesidades condicionan la producción de bienes y servicios, por lo que los integrantes de este grupo social deben ser influenciados o manipulados, para que asuman una posición pasiva, de receptor, de comprador, de usuario.   También las relaciones de las empresas con los consumidores son individualizadas y se materializan en la compra o prestación del bien o servicio. Como grupo social, no son incorporados en la gestión y el desarrollo de las empresas.

¿Será posible que esos grupos sociales pasen a ser también protagonistas, líderes, impulsores de una economía dinámica, generadora de riqueza, de equidad y de armonía?  ¿De una economía que se mueva por el interés y lógica de comunidades de trabajo y consumo?

¿Podría la incorporación organizada, masiva y también en alianzas con las empresas del estado y las privadas generar ese nuevo protagonismo económico y social?

 ¿Qué pasarían si irrumpen en protagonismo de la acción económica y social estos actores con otro modo de hacer empresas? Empresas que respondan a los intereses de las comunidades de trabajo y consumo. Empresas que en relación con el Estado y otros gestores de los hechos económicos ayuden a darle un nuevo rumbo solidario a la sociedad.

Al presidente Luis Herrera le escuché el refrán “hay que aprender a oír crecer a la hierba”

Más de dos mil millones de personas en el mundo han optado por opciones empresariales en donde los protagonistas son grupos, colectivos, que se mueven por el interés de estos conjuntos humanos, en la producción y el consumo.  Más de mil millones son cooperativistas. Los otros son fondos de empleados, mutuales, empresas asociativas, comunitarias, empresas recuperadas, colaborativas y otras modalidades de emprendimiento colectivo.  Las 300 empresas cooperativas de mayor volumen de operaciones en el planeta tienen un nivel superior a la Economía de Canadá, novena del mundo. Dos de cada seis habitantes del planeta pertenecen a esta economía asociativa, solidaria, colaborativa, cooperativa.

Los consumidores se unen y constituyen empresas que buscan distribuirse entre sí, bienes y servicio de calidad, al mejor precio y en las mejores condiciones que son las que ellos mismos establecen. Los productores agrícolas, agroindustriales, industriales y de servicios buscan asociar su conocimiento y capacidades para producir bienes y servicios a la sociedad, generar equitativamente riqueza para ellos y construir relaciones armónicas y solidarias en su trabajo y en su entorno.

Nace en ellas el trabajo asociado, no dependiente ni por cuenta propia.   Producir bienes   y servicios y ofrecerlos en el mercado con su sello de origen, la solidaridad, la asociación para producir, distribuir y consumir

Son empresas gestionadas por colectivos, por grupos, no por individuos y por lo tanto están obligadas a ser democráticas, debiendo darles oportunidad a todos sus integrantes a participar en condiciones de igualdad para llevar el emprendimiento adelante.

Sus valores, su cultura, por necesidad, tienen que alimentarse de su razón básica de existencia, el esfuerzo común por resolver y atender necesidades comunes.

La presencia en la sociedad de un gran número de estas empresas, de unos protagonistas distintos, comunidad de trabajo y comunidad organizada para el consumo y otras necesidades, marcará el desarrollo de una nueva sociedad.

Tenemos importantes ejemplos en Venezuela de estas empresas.   La integración de productores asociados en el mundo del campo con comunidades urbanas organizadas en el Estado Lara, han convertido a CECOSESOLA (un organismo de integración cooperativo) en una referencia mundial, que hoy atiende a unas 200.000 familias todas las semanas en sus centros de distribución de alimentos y bienes de consumo, con el triple milagro de precios pactados óptimos para los productores, óptimos para los consumidores y un excelente nivel de vida para los trabajadores asociados que llevan el día a día de su funcionamiento.

Su modelo de gestión sin jerarquías, sin directivos, gerentes, supervisores o cargo alguno.  Sus más de 3.000 reuniones anuales de gestión y participación nos muestran la sociedad que viven y construyen y que nos sirve de referencia a todos en Venezuela.

Pero no hay que ver a esos protagonistas comunitarios como aislados de la sociedad.   Los trabajadores que asocian su trabajo pueden establecer alianzas, procesos de cogestión con las instituciones del estado y sus empresas.   Igualmente, con las empresas privadas.

El caso de CATERPILLAR en Venezuela nos muestra esa posibilidad.  La representación de esa trasnacional, VENEQUIP, desde el año 2001, se asoció con ochocientos trabajadores organizados en 23 cooperativas y con ellas han constituido un Consorcio de Cogestión.   Aparte de los ingresos indexados que mensualmente reciben las cooperativas por su aporte específico de conocimiento y trabajo, las ganancias finales que obtiene el Consorcio se distribuyen 50% para los trabajadores organizados en cooperativas y 50% para la empresa.  Por otra parte, en esa empresa conjunta, en el consorcio, las decisiones sólo se pueden tomar por consenso, sin que prevalezca, en consecuencia, el factor trabajo o el factor capital.

Nuestra Venezuela podría generar diversas modalidades de cogestión en el sector público, en la gestión de unidades de educación, de salud, de servicios públicos.  En el sector energético, en el petróleo, en las empresas básicas. Igualmente, con el sector privado mercantil.    Un   encuentro, mediante procesos de cogestión, de esos tres modos de comprender los procesos económicos y sociales que puede ser la clave en la reconciliación y reconstrucción del país.

Las empresas democráticas y solidarias de comunidades de trabajo y conocimiento junto con las comunidades organizadas para distribuirse bienes y servicios, integradas en una gran red de organizaciones solidarias, podría cambiar el panorama de generación de bienestar, riqueza colectiva y vida solidaria en el país.

Imaginemos una Venezuela nueva en la que estos protagonistas emergentes sean el cemento que cohesione otra arquitectura social y productiva y que dé como resultado una sociedad más rica, armónica, reconciliada y llena de valores solidarios.

Necesitamos a esos nuevos protagonistas.

 

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