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Santos para todos: la santidad según monseñor Raúl Biord

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El 19 de octubre de 2025,  la canonización de san José Gregorio Hernández y santa Carmen Rendiles marcó un antes y un después para la Iglesia en Venezuela. En ese contexto, monseñor Raúl Biord, arzobispo de Caracas, ofreció dos intervenciones que van mucho más allá de la crónica de un acontecimiento solemne: son una lectura teológica, espiritual y social de lo que significa que Venezuela tenga sus primeros santos. No se trata solo de un motivo de orgullo nacional, sino de una verdadera “Fiesta de la Santidad” que desafía al país a inundarse de esperanza, justicia y caridad concreta.

Tanto en la homilía de acción de gracias del 25 de octubre aquí en Caracas,  como en la reflexión sobre «Santos para todos, el alcance social de la santidad» en la Pontificia Universidad Lateralense, monseñor Biord insiste en una convicción central: la santidad no es privilegio de élites ni refugio intimista, sino vocación universal y camino comunitario. Ser santo, en su propuesta, es aprender a vivir “para” los demás, configurando la propia existencia como un don, de modo particular al servicio de los pobres, de los descartados y de quienes sufren las múltiples formas de vulnerabilidad que atraviesan hoy a la sociedad venezolana y al mundo.

En esta perspectiva, José Gregorio Hernández y la Madre Carmen Rendiles aparecen como “santos para todos” y “con el color de Venezuela”. Médico de los pobres y científico comprometido con la búsqueda de soluciones profundas; religiosa frágil en el cuerpo pero fuerte en el espíritu, educadora y promotora de futuro: ambos encarnan una santidad cercana, posible, profundamente encarnada en la vida cotidiana. En sus historias, la caridad se revela como fuerza transformadora, capaz de cambiar estructuras injustas, abrir caminos de inclusión y sostener la esperanza en tiempos de crisis.

La canonización de “nuestros Santos” se convierte así en un punto de confluencia entre contemplación y compromiso, devoción popular y doctrina social de la Iglesia, memoria agradecida y tarea pendiente. Monseñor Biord llega a hablar de una verdadera “canonización de un pueblo”, porque el reconocimiento de estos dos santos venezolanos es también un llamado a que cada bautizado asuma la santidad como horizonte de vida y responsabilidad social. En medio de la pobreza, la migración, la polarización y las nuevas brechas tecnológicas, su mensaje es nítido y exigente: dejar que la santidad –ese amor sin fronteras del que hablan José Gregorio y la Madre Carmen con su vida– se vuelva motor de esperanza y de transformación para Venezuela y para el mundo.

“Santos para todos, el alcance social de la santidad”

Conferencia dictada por Mons. Raul Biord Castillo, arzobispo de Caracas, en el simposio celebrado en la Pontificia Universidad Lateranense el 17 de octubre de 2025.

Mons. Raúl Biord Castillo

La fe no está encerrada en una esfera intimista sino que abarca a todo el hombre y es expresión de la voluntad salvífica de Dios que quiere redimir y enaltecer a cada persona. Una de las características más importantes de la persona es su ser social, nadie puede vivir ni sobrevivir solo. Necesitamos de los demás: para nacer, para crecer, para vivir, para desarrollarnos. Por eso el “ser-con-los-demás” ha sido avistado como una de las estructuras constitutivas de la persona humana. Y podríamos decir que no es solo un “con” en el sentido de compañía, ni siquiera es solo un “ser-hacia” los demás que podría malentenderse como salida unidireccional, sino se convierte en un “ser-para” los demás, como una oblación y entrega a los otros que constituye la finalidad de la vida.

La santidad por lo tanto tiene necesariamente un alcance y una consecuencia social. Los santos han sabido vivir para los demás, expresando el amor a Dios en caridad hacia los otros, especialmente los más pobres.

El Papa León concluye su primera exhortación apostólica con estas palabras: “El amor cristiano supera cualquier barrera, acerca a los lejanos, reúne a los extraños, familiariza a los enemigos, atraviesa abismos humanamente insuperables, penetra en los rincones más ocultos de la sociedad. Por su naturaleza, el amor cristiano es profético, hace milagros, no tiene límites: es para lo imposible. El amor es ante todo un modo de concebir la vida, un modo de vivirla. Pues bien, una Iglesia que no pone límites al amor, que no conoce enemigos a los que combatir, sino sólo hombres y mujeres a los que amar, es la Iglesia que el mundo necesita hoy” (Dilexi te 120, en adelante DT).

Esto se expresa en una vida capaz de una kenosis, del vaciamiento de sí mismo, como Cristo que se despoja de su condición divina y se hace uno de nosotros, y de la entrega a los demás por medio de gestos sencillos de ayuda, muy cercanos y personales, o del compromiso por cambiar las estructuras sociales injustas. Es la única forma de expresar el amor, y hacer sentir al pobre y vulnerable “que las palabras de Jesús son para él: «Yo te he amado» (Ap 3,9)” (DT 121).

Con el Papa Francisco reafirmamos que “contemplar el amor de Cristo «nos ayuda a prestar más atención al sufrimiento y a las carencias de los demás, nos hace fuertes para participar en su obra de liberación, como instrumentos para la difusión de su amor»” (DT 2).

El compromiso social es de hecho un ·camino de santificación porque, como decía el Papa Francisco, en el «llamado a reconocerlo en los pobres y sufrientes se revela el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las cuales todo santo intenta configurarse».[1]

San Pablo VI afirmó: «la antigua historia del buen samaritano ha sido el paradigma de la espiritualidad del Concilio».[2]  San Juan Pablo II nos recordaba que «en la persona de los pobres hay una presencia especial [de Cristo], que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos».[3]  Por lo tanto, cuando la Iglesia se inclina hasta el suelo para cuidar de los pobres, asume su postura más elevada. El Papa Benedicto zanjó la cuestión de la opción por los pobres como una cuestión radicalmente “teo-lógica” en su discurso en Aparecida, cuando afirmó que la opción por los pobres “está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza».

El Papa Francisco nos insistió repetidamente que quería una iglesia pobre con los pobres. Y el Papa León se pone en línea de total continuidad: “Estoy convencido de que la opción preferencial por los pobres genera una renovación extraordinaria tanto en la Iglesia como en la sociedad, cuando somos capaces de liberarnos de la autorreferencialidad y conseguimos escuchar su grito”.

Así el grito de los pobres se recoge y re-propone en la Escritura con un consecuente llamado a la caridad. Escuchando el grito del pobre, estamos llamados a identificarnos con el corazón de Dios, que es premuroso con las necesidades de sus hijos y especialmente de los más necesitados. La condición de los pobres representa un grito que, en la historia de la humanidad, interpela constantemente nuestra vida, nuestras sociedades, los sistemas políticos y económicos, y especialmente a la Iglesia. En el rostro herido de los pobres, encontramos impreso el sufrimiento de los inocentes y, por tanto, el mismo sufrimiento de Cristo

Existen muchas formas de pobreza, nos recuerda el Papa León: los que no tienen medios de sustento material, los marginados socialmente y los que no tienen instrumentos para dar voz a su dignidad y a sus capacidades, la pobreza moral y espiritual, la pobreza cultural, la condición de debilidad o fragilidad personal o social, la pobreza del que no tiene derechos, ni espacio, ni libertad. La tentación cotidiana es ignorar a los pobres y vivir como si no existieran, o achacarles a ellos una incapacidad para salir por sí mismos de la pobreza.

La iglesia proclama una y otra vez las obras de caridad como un camino de santificación: dar de comer al hambriento, cuidar a los enfermos, liberar a los cautivos, educar a los pobres, acompañar a los migrantes, promover los derechos humanos y ciudadanos y denunciar cuando sean pisoteados: una iglesia al lado de los últimos y con los últimos

Se pudiera decir con razón que el elenco de los santos es el elenco de la caridad. El Papa León nos recuerda a: San Francisco de Asís, Santo Domingo de Guzmán, san Juan de Dios, san Camilo de Lelis, San Vicente de Paúl, Santa Luisa de Marillac fundadora de las Hijas de la Caridad, san Pedro Nolasco, Santa Clara de Asís, san José de Calasanz, san Juan Bautista de La Salle, san Marcelino Champagnat, san Juan Bosco, san Juan Bautista Scalabrini y la madre Cabrini, Santa Teresa de Calcuta y miles de tantos otros santos y santas.

El Papa León recuerda que “la santidad cristiana florece, con frecuencia, en los lugares más olvidados y heridos de la humanidad. Los más pobres entre los pobres —los que no sólo carecen de bienes, sino también de voz y de reconocimiento de su dignidad— ocupan un lugar especial en el corazón de Dios. Son los preferidos del Evangelio, los herederos del Reino (cf. Lc 6,20). Es en ellos donde Cristo sigue sufriendo y resucitando. Es en ellos donde la Iglesia redescubre la llamada a mostrar su realidad más auténtica” (DT 76).

Se trata de una historia de santidad social que continúa con el testimonio de tantos cristianos que ofrecen su vida en caridad por los más pobres. La iglesia propone y amplía su Doctrina Social ante el avance de nuevas pobrezas. Hay estructuras de pecado que causan pobreza y desigualdades extremas, como fue avistado proféticamente por la iglesia latinoamericana ya desde Medellín, cuando los obispos se pronunciaron en favor de la opción preferencial por los pobres: «Cristo nuestro Salvador, no sólo amó a los pobres, sino que “siendo rico se hizo pobre”, vivió en la pobreza, centró su misión en el anuncio a los pobres de su liberación y fundó su Iglesia como signo de esa pobreza entre los hombres. […] La pobreza de tantos hermanos clama justicia, solidaridad, testimonio, compromiso, esfuerzo y superación para el cumplimiento pleno de la misión salvífica encomendada por Cristo».[4]  La Conferencia de Puebla, ante el agravamiento de la pobreza en América Latina calificó, las estructuras de injusticia como “pecado social”.  El Papa Francisco, en su encíclica Dilexit, nos ha recordado cómo el pecado social toma la forma de auténtica “estructura de pecado” en la sociedad. La consecuencia es que se vuelve normal ignorar a los pobres y vivir como si no existieran.

Ante esta situación que se agrava cada día, con los magníficos avances de la IA, pero que profundiza el abismo digital con la consecuente discriminación y empobrecimiento de quien se queda por fuera, es un imperativo para la iglesia proclamar el camino de la santidad como un compromiso social en la caridad. No se trata solo de una ayuda asistencial, sino del compromiso para resolver las causas estructurales de la pobreza, para lograr que los pobres sean sujetos de su propio desarrollo, considerando a las comunidades marginadas como sujetos capaces de crear su propia cultura, más que como objetos de beneficencia.

Hoy Venezuela toda se alegra de sobremanera con la canonización de sus dos primeros santos: testigos insignes de la caridad y de cambio social.

San José Gregorio no solo desplegó una inmensa acción caritativa personal, tanto de merecer el título de Médico de los pobres, sino que se comprometió en el estudio y la investigación en el laboratorio para buscar soluciones estructurales. La Madre Carmen, a pesar de sus propias limitaciones físicas, es un ejemplo de superación personal a través de la fortaleza de espíritu y de la fe. A través de las escuelas fundadas por ella y continuadas por sus hijas, se convierte junto a muchas otras religiosas de otras congregaciones en mujeres promotoras de futuro a través de la educación.

El compromiso por la atención a los enfermos y por la educación de los niños y jóvenes especialmente los más pobres, se convierte con José Gregorio y la madre Carmen en camino de santificación y de transformación social. Dos campos privilegiados para ejercer la caridad, es decir el amor donado y entregado todos los días, que siguen sembrando esperanza.

La caridad se sigue mostrando como una fuerza infinita que cambia la realidad, una auténtica potencia histórica de cambio. En medio de tanta violencia, guerras, conflictos y amenazas, resuenan las recientes palabras del Papa León: “la paz no puede basarse en la acumulación de armas ni en la lógica del poder, sino en el compromiso por la justicia social, la empatía y el respeto a la dignidad humana”. Pero también es enfático al afirmar que: “La paz es desarmada y desarmante. No es disuasión, sino fraternidad; no es ultimátum, sino diálogo. No llegará como fruto de victorias sobre el enemigo, sino como el resultado de sembrar justicia e intrépido perdón”.

San José Gregorio y Madre Carmen gracias por ser signos del amor misericordioso de Dios, ayúdennos a encontrar los caminos del progreso de la paz por caminos de justicia y de santidad tan necesarios hoy más que nunca para Venezuela.

[1] Francisco, Exhortación apostólica Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 96: AAS 110 (2018), 1137.

[2] Pablo VI, Homilía en la Santa Misa concelebrada durante la última sesión pública del Concilio Ecuménico Vaticano II (7 diciembre 1965): AAS 58 (1966), 55-56.

[3] Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 49: AAS 93 (2001), 302

[4]  II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Documento de Medellín (24 octubre 1968), 14, n. 7: CELAM, Medellín. Conclusiones, Lima 2005, 131-132.

¡Inundemos a Venezuela de santidad y de esperanza!

Acción de gracias por la canonización de los santos venezolano

Mons. Raúl Biord Castillo

Arzobispo de Caracas

Hoy estamos celebrando la “Fiesta de la Santidad” para dar gracias a Dios por las canonizaciones de san José Gregorio Hernández y santa Carmen Rendiles. Todos los venezolanos sentimos un orgullo profundo por estos dos compatriotas que podemos decir que se han “graduado” de santos, que es la última y más importante graduación, pues significa que están con Dios disfrutando de su compañía e intercediendo por nosotros.

Queríamos reunirnos en el Estadio Monumental. Sin embargo, la gran cantidad de fieles que querían participar nos llevó a tomar una decisión hermosa: celebrar en todas las parroquias y comunidades, unidos en un solo espíritu sinodal y en profunda comunión. No estamos en el Estadio, pero ahora sí estamos viviendo una Fiesta Monumental, porque Venezuela de ahora y para siempre es tierra de santos.

¿Por qué estamos aquí en esta parroquia de El Paraíso? Por tres razones fundamentales: primero, porque este es el Santuario de Nuestra Señora de Coromoto, patrona de Venezuela que nos conduce a Cristo; segundo, porque José Gregorio y Madre Carmen ahora viven para siempre junto a Dios en el Paraíso; tercero, porque la Santa Carmen Rendiles nació, creció y estudió aquí en El Paraíso.

En medio de la alegría de este Año Jubilar, y desde su lecho de enfermedad, el muy querido Papa Francisco, que tenía un gran cariño por Venezuela, nos dio dos grandes regalos: nuestros primeros santos, un hombre y una mujer, un médico y una religiosa. El pasado domingo 19 contemplamos los estandartes de José Gregorio y la Madre Carmen desplegados en la fachada de la Basílica de San Pedro, y las campanas de nuestro corazón repicaron en señal de júbilo. La iglesia, a través de su pastor universal, el Papa León, reconoció lo que ya el pueblo venezolano siempre ha sentido y creído: José Gregorio y la Madre Carmen son santos.

Escuchamos en la primera lectura que el Señor le pidió a Moisés que le dijera al pueblo: “Serán santos, porque yo, el Señor, su Dios, soy santo”. El llamado a la santidad no es para unos pocos, es para todos los bautizados. Es una invitación a vivir en el amor, que se manifiesta en el mandamiento divino: “No odiarás de corazón a tu hermano, no te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Hijos del mismo Padre que es Dios, nos debemos reconocer hermanos en una fraternidad universal, que no es idílica, sino que se abre paso en medio de conflictos históricos, y solo se construye a través del reconocimiento del otro, del diálogo como único procedimiento racional que lleva a la superación de las diferencias y a la integración en una sociedad que busque el bien común, la paz, la justicia, la libertad y la verdad en el respeto a los derechos humanos y ciudadanos.

El salmo nos recuerda que el justo habitará en el monte santo de Dios. Podríamos decir que nos describe el perfil del santo: “el que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua, el que no hace mal a su prójimo ni difama al vecino, el que no acepta soborno contra el inocente”. Allí está el camino del día a día.

San Pablo nos recuerda que hemos sido predestinados para reproducir la imagen de Jesucristo. Nadie nace santo. Hacerse santo requiere esfuerzo, superar debilidades, mediocridades, faltas e indiferencias. El Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad, intercede por nosotros, nos consuela y nos anima a acercarnos a Dios que nos llama por nombre, nos justifica en el bautismo, perdona nuestros pecados, y nos llama a participar de su gloria. José Gregorio y Madre Carmen han recorrido este camino con fidelidad. Ahora ya son “Santos para todos”.

El evangelio nos da los criterios del examen final para entrar en el Reino de Dios: dar de comer al hambriento y de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir al enfermo y visitar a los presos. Y la lista de las obras de caridad crece cada día más con las nuevas pobrezas: atender y acoger al migrante, acompañar y defender al perseguido, abogar por la liberación de todos los detenidos, redimir al que está preso de las redes de la trata de personas, de la prostitución, del tráfico de drogas. Se trata de promover la vida, acompañar, enseñar, consolar, sanar, perdonar, fortalecer los espacios sociales, construir la paz en el respeto de la libertad y los valores democráticos. Es a Jesús a quien se atiende con el más insignificante de los hermanos.

Las canonizaciones durante el Jubileo nos invitan a dar un paso: levantarnos de donde estamos, emprender un camino como pueblo de Dios, pasar de la esclavitud a la libertad, de la desesperanza a la esperanza, de la muerte a la vida. Como decía san Juan Pablo II: “cruzar el umbral de la esperanza”. El Papa Francisco nos invitó a no detenernos en la mediocridad y la flojera, a indignarnos, como dijo san Agustín, por las cosas que están mal y a tener el valor de cambiarlas; a convertirnos “en peregrinos en busca de la verdad, soñadores que no se cansan, mujeres y hombres que se dejan perturbar por el sueño de Dios, que es el sueño de un mundo nuevo, donde reinen la paz y la justicia” (Papa Francisco, Apertura de la Puerta Santa, 24-12-2025).

El Jubileo invita a forjar una “alianza social para la esperanza, que sea inclusiva y no ideológica” (Papa Francisco, Spes non confundit, Nº 9, Bula de convocatoria del 06-05-2024), marcada por la debida amnistía y justicia que construya entendimiento y reconciliación, por la sonrisa de muchos niños y niñas, adolescentes y jóvenes, y por el compromiso en la superación de la pobreza que golpea con el hambre y la falta de oportunidades a millones de nuestros hogares.

El Papa León concluye su primera exhortación apostólica con estas palabras: “El amor cristiano supera cualquier barrera, acerca a los lejanos, reúne a los extraños, familiariza a los enemigos, atraviesa abismos humanamente insuperables, penetra en los rincones más ocultos de la sociedad. Por su naturaleza, el amor cristiano es profético, hace milagros, no tiene límites: es para lo imposible. El amor es ante todo un modo de concebir la vida, un modo de vivirla. Pues bien, una Iglesia que no pone límites al amor, que no conoce enemigos a los que combatir, sino sólo hombres y mujeres a los que amar, es la Iglesia que el mundo necesita hoy” (Papa León, Dilexi te, Nº 120).

Hoy Venezuela toda se alegra de sobremanera con la canonización de sus dos primeros santos: “no son héroes, o paladines de un ideal cualquiera, sino hombres y mujeres auténticos”,

“son bienhechores de la humanidad con sus corazones encendidos de devoción” (Papa León, Homilía de la canonización, 19-10-2025), testigos insignes de la caridad y de cambio social.

San José Gregorio no solo desplegó una inmensa caridad personal, tanto de merecer el título de “médico de los pobres”, sino que se comprometió en el estudio y la investigación en el laboratorio para buscar soluciones profundas desde la ciencia y la caridad. La Madre Carmen, a pesar de sus propias limitaciones físicas, es un ejemplo de superación personal a través de la fortaleza de espíritu y de la fe. Ella, y tantas religiosas de muchas congregaciones, han sido y son mujeres promotoras de futuro. El compromiso por la atención a los enfermos y por la educación de los niños y jóvenes especialmente los más pobres, son camino de santificación y siembra de esperanza. La caridad se sigue mostrando como una fuerza infinita que cambia la realidad, una auténtica potencia histórica de cambio. Ellos nos mostraron el camino a la santidad. Ahora nos toca a nosotros seguirlo.

Podríamos con razón decir que este logro es la “canonización de un pueblo” por dos motivos: primero, porque ahora tenemos dos “santos para todos”, “dos santos con el color de Venezuela”; segundo, porque todo el pueblo ha sido el sujeto promotor de la canonización. Desde que murió José Gregorio, el pueblo lo sintió santo y pidió su canonización: tantas abuelitas nuestras han rezado a la Virgen de Coromoto por esta intención. Además, son muchísimas las personas que han trabajado con alma, vida y corazón por la canonización: desde que inició la causa, Mons. Lucas Guillermo Castillo Hernández en 1945, Mons. Rafael Arias Blanco, y los cardenales José Humberto Quintero, José Alí Lebrún, Ignacio Velasco, Jorge Urosa, y en los últimos años ha impulsado con gran intensidad, el cardenal Baltazar Porras, a quien le mostramos un profundo agradecimiento. Junto a ellos, muchos postuladores y vicepostuladores, entre los cuales los obispos auxiliares Rincón Bonilla, Jorge Urosa, Mario Moronta, Fernando Castro, Tulio Ramírez, y sacerdotes como los padres Rodrigo Romualdo, Jorge Luis Villasmil, Alejandro López, y Gerardino Barrachini. Gracias a todos ellos, y a la última postuladora de ambas causas, la Dra. Silvia Correale, y a la vicepostuladora de las hermanas, la hermana Rosa María Ríos. Es todo el pueblo venezolano quien ha impulsado las causas y hoy se siente orgulloso de nuestros santos, por eso Caracas, Isnotú y Venezuela toda vivimos hoy la Fiesta de la Santidad.

San José Gregorio y Santa Carmen, gracias por ser signos del amor misericordioso de Dios. Ayúdennos a forjar una patria de paz, justicia y esperanza, que sea hogar de santidad, pues el mundo, y Venezuela, solo se salvarán “cuando los cristianos queramos ser santos”.

Que seamos capaces de mirar el futuro de con esperanza, de comprometernos en construirla con gestos concretos, de tender la mano, de dar una palabra de consuelo, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un perdón necesario, un servicio gratuito, una caridad concreta, un paso adelante. Que nadie diga “esto no es conmigo”. ¡Inundemos a Venezuela de santidad y de esperanza!  Amén.

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