Luisa Pernalete
Miguel tiene 21 años. Desde pequeño tuvo problemas con su padrastro. Historia repetida: maltrato, humillaciones, seguro que gritos y la huida. Es alcohólico, es uno de los borrachitos de la plaza del pueblo. Escuchó que en la iglesia el sábado antes de la Semana Santa, darían una charla sobre el alcohol. El viernes había sido para adultos, y al día siguiente para jóvenes. La noche anterior vio a muchos entrar al templo. No sabe de dónde sacó valor y decidió asistir a la actividad del sábado:
“¡Yo quiero hablar! – dijo interrumpiendo al médico que daba la charla – ¡Estoy cansado que me digan borracho y mariguano! ¡Nadie me ha preguntado nunca porqué tomo!” y narró seguidamente parte de su vida. Aceptó que bebía. Reveló que hacía 6 meses que no consumía marihuana, y al final de su confesión pública dijo que quería salir de esa vida. Todos los presentes lo escucharon en silencio, sin pestañear. “Eso fue más impactante que todo lo que yo había dicho”, comentaría luego Guillermo, el conferencista.
Miguel merecía una oportunidad. Había sido juzgado sin el “debido proceso”, para decirlo en términos de Derechos Humanos. Nunca nadie le preguntó por qué bebía. Franz, el párroco de Umuquena, pueblo del Táchira, eligió a Miguel y a otros 11 alcohólicos para la ceremonia del “Lavatorio de los pies” en la Semana Santa. ¡Buena idea! Promovido por la parroquia católica, se ha conformado un grupo de “Alcohólicos Anónimos” después de las charlas de Guillermo y ya han tenido su primera reunión. En el pueblo hay gente que ha notado que algunos de ellos han estado participando en los oficios de los días santos, incluso con el padre, algunos se sorprenden al ver a los borrachos de siempre, colaborando en la iglesia.
El padre Franz se enteró por las redes sociales que en Caracas un médico del Hospital Vargas, Guillermo, conduce un programa de prevención del alcoholismo: “Menos alcohol más vida”. Trabaja con estudiantes de la Escuela de Medicina del Hospital. Van a los liceos y dan charlas advirtiendo los peligros del alcohol. Alertan a jóvenes y a sus padres. Eso lo leyó al párroco de Umuquena y lo invitó a estar tres días en el pueblo. Sin pensarlo mucho Guillermo agarró su latop y se fue, no sin antes contactar a gente de Alcohólicos Anónimos, pues él sabe que la charla no es más que la ventana que permite ver toda la situación, el tratamiento del alcohólico es duro y en solitario no se sale. Guillermo volvió contento: las actividades tuvieron un lleno total. La historia de Miguel lo conmovió, también la labor del padre por su pueblo.
El alcohol es uno de los aceleradores del comportamiento violento. ¡Cuántos golpes han recibido esposas e hijos de padres ebrios! He escuchado tantas historias de tragedias estimuladas por el alcohol. Por eso la importancia de ofrecer una mano a los alcohólicos.
Guillermo y el padre Franz no pretenden salvar al mundo, pero extender una mano a Miguel y a otros como él es como si de pronto escucháramos las notas de la Canción de la Alegría el domingo de resurrección.