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¿Qué es el miedo?

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Noel Álvarez*

“El enemigo interno no es una alucinación. Es sabido que la tiranía, es decir, la intrusión de un principio autoritario en un régimen democrático, solo vendrá de la subversión de los propios principios democráticos y de las prácticas del vivir juntos; en otras palabras, la tiranía será uno de los devenires posibles de un régimen democrático y no la irrupción brutal del monstruo en la política”, escriben el historiador francés Patrick Boucherón y el periodista norteamericano Corey Robin en: El miedo. Historia y usos políticos de una emoción

Los escritores interlocutan sobre el poder político del miedo.  Esa emoción arcaica, muy sensible a la influencia de la persuasión, capaz de perforar una estructura y provocar un estallido de anomia difícil de controlar. Señalan que la sociedad es bombardeada continuamente por mensajes no siempre confiables, cuando no distorsionados, de la realidad política cotidiana.  A lo largo de la historia esta emoción ha sido utilizada, indistintamente por democracias y tiranías, como un arma movilizadora de inusual potencia y también como fuerza represiva, de exclusión y persecución.

Para muchos, la democracia consiste en votar y por el mero hecho de haber sido votada, cualquier decisión quedará legitimada, santificada. Otros son amenazados si no acuden a las urnas. La finalidad para la que nació la democracia, como conjunto de instituciones orientadas a garantizar y proteger las libertades personales frente a los abusos del poder político o de terceros, parece ser irrelevante actualmente, lo importante, para algunos, es que todas las decisiones se acomoden a un sistema procedimental, mecánico, de toma de decisiones colectivas y participativas.  

Boucherón afirma que infundir miedo es el primer paso para provocar la obediencia, porque como vivimos bajo el gobierno de los afectos y de las emociones, existe un uso político del miedo que crea y permite instituciones de dominación, y además este sentimiento forma parte del ejercicio mismo del poder. Añade, el miedo es constitutivo de la autoridad política y, junto a otras emociones, es fundamental en el arte de gobernar, sin embargo, gobernar no es solamente suscitar emociones, sino también trabajar para apaciguarlas.

El mundo tiene temor a la recesión, a la inflación, al desempleo, a la guerra y al terrorismo. El pánico ha sido siempre un arma política inigualable y un instrumento de represión ejemplar. A ciertos políticos lo que les interesa es vender terror a como dé lugar, lanzando medias verdades o mentiras; distorsionando argumentos con el pretexto de defender al país de los que etiquetan como “malos”, cuando la verdad es que, lo único que les interesa es ganar y retener el poder, no importando los métodos que utilicen para ello. Para ellos no es relevante que la violencia se recrudezca, al fin y al cabo, los muertos los pone siempre Juan Bimba. Dominan perfectamente la psicología de las masas, y a través de ella, las manejan como ovejas porque saben que cuando estas se encuentran juntas, se vuelven incapaces de pensar individualmente.

Inspirados en ideologías retrógradas, manejan teorías de cómo vender el terror. Cada gamonal, por intereses políticos o crematísticos, ampara a quien lo apoye. Cada cual pregona lo que le viene en gana y las corrientes del miedo a un cambio estructural aumentan su caudal y los enemigos siempre “son los otros”. Dice Boucheron: “Si la sociedad experimenta una inquietud difusa y tiene miedo, sin saber que produce ese miedo, es entonces cuando el gobernante o el tirano de turno, direcciona ese miedo; convence de qué es lo que debe atemorizar, y obliga a desviar la mirada del verdadero peligro, haciendo que se tema, solo lo que él indica como peligroso. Allí radica la génesis del autoritarismo”.

*Coordinador Nacional de GENTE

 

 

 

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