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¿Por qué arde Estados Unidos?

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Foto: Piroschka Van De Wouw (Reuters).

Sergio Barciela* | El País.

Las desgarradoras imágenes de la muerte de George Floyd a manos de la policía el pasado 25 de mayo han desencadenado el estallido social más grande que vive Estados Unidos desde el asesinato de Martin Luther King en 1968 —entonces, los incidentes estallaron en más de 125 ciudades americanas.

El video puso sobre la mesa la brutalidad policial y el racismo institucional enquistado en las fuerzas de seguridad públicas. La comunidad negra despertó. Sin embargo, no es solo la brutalidad policial la causa que ha incendiado la nación. Esta ha existido otras veces y no ha ocurrido lo mismo. ¿Por qué?

Una comparación del conflicto actual con otros relevantes experimentados en el país sugiere que hay un entramado de causas, algunas históricas, necesarias de conocer. Los estallidos sociales más relevantes han sido: Nueva York (1964, 1991), Tampa (1980, 1987), Detroit (1967) y Los Ángeles (1965, 1992).

Estas tienen como punto de partida aspectos derivados de una situación de injusticia en tres ámbitos: socioeconómico, etnocultural y político-institucional. Estas situaciones causales generadoras del conflicto tienen que ver con las tres D (desigualdad, discriminación, deslegitimación); frente a ellas se necesitan políticas y acciones orientadas a las tres R (redistribución, reconocimiento, representación).

Causas socioeconómicas

Los disturbios constituyen un ejemplo de cómo el pacto social se ha quebrado en la sociedad estadounidense. Así, este conflicto ya no es simplemente una revuelta racial en el sentido tradicional del término (entre blancos y negros); sino sobre todo una lucha entre ciudadanos afroamericanos de clase trabajadora y grupos de ciudadanos blancos contra la Policía, la Guardia Nacional y el Ejército.

Existe toda una serie de causas estructurales que tienen que ver con la segregación en el empleo, la educación y la vivienda de la comunidad negra, que ha supuesto relegar de la prosperidad económica de la nación a una parte importante de esta población. Estos disturbios surgen de la desesperación profunda que aflige a las personas que no ven salida a su dilema económico.

El relevante papel que las personas jóvenes están jugando en todos estos conflictos presupone una especie de frustración social ante la imposibilidad de progresar, pero también de rechazo a la autoridad, unidas a una realidad de desestructuración familiar y cultura del consumismo.

En los acontecimientos de estos días está presente también la gravísima crisis sanitaria y social provocada por la pandemia del coronavirus. La comunidad negra está sufriendo el azote del virus con más dureza que la población blanca.

Causas etnoculturales

EEUU ha virado hacia dos sociedades, una negra y otra blanca, separadas y desiguales. La discriminación y la segregación son efectos que han estado presentes durante mucho tiempo en la forma de vida en América, y cómo amenazan la estabilidad y el futuro del estado. En la revuelta aparece la frustración social como factor que conduce a grupos organizados reivindicativos de la identidad negra a ejercer la violencia. Estos grupos rechazan los valores culturales blancos por su historia de dominación.

La cobertura mediática por parte de prácticamente toda la prensa, así como la sobreexposición (24 horas) de los sucesos, los está convirtiendo en un potente reclamo para las personas que ven en el hecho de sumarse a las protestas una forma de canalizar su frustración y rabia.

Causas político-institucionales

El conflicto latente entre la comunidad negra y la policía es un sustrato sobre el que con facilidad se producen numerosos problemas y va mucho más allá de ser un elemento detonante. No se pueden entender los conflictos, su alcance y la violencia desarrollada si no es asumiendo también la misma fórmula: el intenso resentimiento hacia la comunidad negra por parte de la policía.

En este ámbito, sin duda, la actuación de Donald Trump está siendo determinante para una expansión mayor del conflicto, prometiendo mano dura contra las personas manifestantes, incitando a la violencia en sus mensajes de Twitter y señalando a los extremistas de izquierda como grupos terroristas responsables de los disturbios. Es difícil imaginar una gestión peor de la crisis.

Lo que arrancó como una movilización contra el racismo estructural está mutando en una suerte de revuelta anti-Trump por su manejo de las protestas, falta de empatía y terquedad por movilizar a las Fuerzas Armadas. Su enfoque beligerante y divisionista ha sido duramente criticado por el jefe del Pentágono, generales, expresidentes, líderes republicanos, demócratas y la Iglesia católica.

Se están produciendo gestos espontáneos que han ayudado a rebajar la tensión en algunas protestas, y se han repetido por todo el país, como abrazos entre policías blancos y activistas negros; policías arrodillándose en las manifestaciones como homenaje a George Floyd; o gestos simbólicos, el más reciente en el Congreso.

Todavía es pronto para predecir si habrá cambios reales en la sociedad tras esta ola antirracista que recorre EEUU. Por el momento, se anuncian reformas en los departamentos de policía de algunas ciudades, con el objetivo de erradicar la violencia policial.

No obstante, para prevenir nuevos episodios violentos, será necesario también que se adopten otro tipo de políticas y acciones que reviertan situaciones estructurales de injusticia hacia la comunidad negra desde la perspectiva tridimensional que señalábamos (socioeconómica, etnocultural y político-institucional). De esta forma, estaríamos dando una respuesta a los conflictos tradicionales de la sociedad industrial americana (socioeconómicos, que giraban en torno a la redistribución de la riqueza), los ignorados sobre el reconocimiento de la diferencia cultural (etnoculturales) o los políticos, que surgen cuando este grupo de ciudadanos son excluidos y no se les toma en cuenta (desigualdad en el trato).

Para ello, será fundamental aprender de la historia. Como decía Martin Luther King: “Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad y ojalá ya no tuviera necesidad de soñarlas”.

*Sergio Barciela es Doctor en Migraciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo e investigador del Instituto de Migraciones (IUEM) en la Universidad Pontificia Comillas.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2020/06/11/3500_millones/1591877908_770029.html?ssm=whatsapp

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