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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Para despertar conciencias

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Enrique J Yanes

Mi nombre es Enrique Yanes, soy caraqueño, soy venezolano, pero mi más importante identificación es que soy sacerdote. Más que un calificativo, es el sentido de mi vida, mi pasión. Me debo a los demás. He visto la ternura de un niño cuando le bautizo. Disfruto de su sonrisa y alegría el día que reciben su primera comunión. He sido testigo del nacimiento de nuevos hogares en el sacramento del matrimonio. He visitado muchos enfermos y les he dado una palabra de consuelo y aliento en nombre de Cristo. Sirvo a diario la mesa del Señor para que el pueblo de Dios se alimente de la Palabra y la Eucaristía. He tenido que rezar el último adiós de personas de todas las edades. Vivo rodeado de jóvenes que dan vida a la parroquia, a la iglesia, al país y al mundo. El día 26 me levanté y después de rezar salí a acompañar a una gran muchedumbre de pueblo que pide a gritos ser escucha, jóvenes queriendo un país libre y democrático. Me sentí que estaba donde debía estar, recordé las palabras de Jesús: el pastor da la vida por sus ovejas… Era una manifestación pacífica totalmente. Todos armados de banderas, pancartas y consignas. Debo expresar que esta dignidad tan grande que tengo de ser venezolano, hijo de Dios y sacerdote la sentí pisoteada cuando llegamos a la altura del Rosal en dicha manifestación. El gas lacrimógeno y la saña con que nos hacían retroceder a un montón de gente de todas las edades, era de las escenas más humillantes de mi vida. Nos hacían retroceder como si los delincuentes fuésemos nosotros, cuando los verdaderos delincuentes son a los que ellos protegen y mandan a asesinar y reprimir. Ayudando personas y tratando de tranquilizar personas, sentí una tanqueta a menos de una cuadra, la impotencia era grande. Perseguido llegué a Altamira, donde estuve hasta las 3:00pm, sin saber que a pocos metros de mí, caía Juan Pablo Pernalete, de 20 años, víctima de una bomba lacrimógena disparada directamente al pecho. Recordé a Geraldine Moreno, una joven valenciana a quien me tocó acompañar en sus últimos momentos cuando estuve en mi primera parroquia. A ella un guardia nacional le disparó directo al ojo. Tres cosas tenían en común Juan y Geraldine: ambos jóvenes talentosos, ambos deportistas y aficionados al baloncesto y ambos con un deseo inmenso de un cambio para Venezuela. Lo más terrible y abominable es que ambos fueron asesinados vilmente por una persona que juró defender a su patria y a los ciudadanos de este país. Juan Pablo del Marqués, la parroquia que atiendo, ex alumno del Colegio María Santísima donde soy capellán, no lo sabía cuándo cayó a pocos metros de mí en Altamira. Entregó su corazón “literalmente” por amor a Venezuela. En 2014 presidí la misa funeral de Geraldine, hoy 29 de abril la de Juan Pablo, esperando sea la última. No quiero presidir otro funeral de un joven venezolano cuyo único delito es un país mejor. Me niego. No lo acepto. Alzo mi voz para que no siga ocurriendo. Merecemos y queremos vivir en paz. Geraldine, Juan Pablo y otras muchas víctimas de la dictadura criminal que gobierna Venezuela: les prometemos no descansar en nuestra lucha hasta ver liberada a Venezuela. Por lo menos este cura lo hará. Al final la victoria la tendrá la luz, la paz, el progreso y la democracia. La tiranía caerá y con ella todos estos años de sombra cernidos sobre mi país. No podemos callar más… Que mi voz sea la de muchos: las de aquellos que están comiendo en la basura, de los que están sin medicinas, la de los niños, la de los jóvenes, la de aquellos que se les niega el derecho a la libertad de expresión. Que el grito de los venezolanos lo escuche el mundo entero.

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