Lc 24,35-48
Alfredo Infante sj*
En cualquier calle, esquina, cancha, estacionamiento del barrio donde celebro la misa, siempre se elevan voces de niños, jóvenes y ancianos que claman por paz, pan y fraternidad en Venezuela y el mundo. Tres signos de la resurrección del Señor. Estos días hemos recibido la dolorosa noticia del bombardeo a Siria. Toda guerra trae destrucción y muerte; quien pierde siempre es la población civil, que hace de carne de cañón. No hay guerra Justa.
Hace algún tiempo el Papa Francisco comentó, parafraseo, que hoy la humanidad se encuentra inmersa en una tercera guerra mundial prolongada y fragmentada. El mapa mundi está lleno de puntos rojos, que indican pequeños y grandes conflictos, que señalan muerte y destrucción.
Muchas de estas guerras están invisibilizadas y, cuando recibimos noticias de ellas, están mediadas por las agencias de noticias internacionales que no dan cuenta de la realidad sino de su narrativa ideológica acoplada a sus intereses económicos y corporativos.
Por un lado las agencias europeas y de Estados Unidos y, por otro lado, las agencias rusas, chinas, árabes, y sus aliadas telesur, y otras. Estamos, pues, en una guerra narrativa por la imposición del mensaje. La vida no les importa, lo que cuenta es qué narrativa de poder se impone.
En Venezuela vemos con indignación cómo la propaganda oficial oculta con su narrativa el desastre humanitario que vivimos tan o más grave como el de cualquier guerra prolongada.
La visión de Venezuela en la región también está polarizada, no se quiere ver la realidad; RT y Telesur ponen al gobierno como víctima e invisivilizan las causas reales de la emergencia humanitaria prolongada que vivimos. Mientras, las declaraciones de Donald Trump, polarizan más la visión de los movimientos sociales sobre nuestra realidad ocultando las causas reales de nuestro verdadero drama: estamos, como estamos, por la implantación de un modelo político y económico perverso.
Esta semana se realizó la cumbre de las América y las ONGs de DDHH fueron con la misión de ser altoparlante de la narrativa de las víctimas, invisibilizada por la confrontación ideológica y mediática. Tarea titánica pero humana y fecunda.
El evangelio de hoy nos revela cuatro signos de resurrección: *pan compartido, paz liberadora, memoria redimida y fraternidad como misión*. A Jesús resucitado lo reconocemos al partir y compartir el pan en un mundo donde miles de millones pasan hambre, en nuestro país 61,2 % de la población vive en pobreza extrema; también está presente en el trabajo de quienes trabajan por la paz, su paz, no es la paz que da el mundo, falsa paz desde el poder de las armas; su paz libera del miedo ante el poderoso porque es luz y fuerza en la conciencia, y nos libera también del miedo al diferente porque es la paz del reconocimiento mutuo, de la convivencia plural y fraternal de la familia humana, no es utopía, es esperanza.
Su presencia resucitada viene con las llagas de la crucifixión porque vence el poder de la muerte, y, sana, redime y libera la memoria de las víctimas. Con Cristo resucitado triunfa la narrativa de la dignidad de las víctimas, no la de las ideologías y los poderes. Con Cristo resucitado triunfa el pan compartido, no el hambre y la muerte; con Cristo resucitado triunfa la fraternidad no la exclusión; con Cristo resucitado la humanidad sana la memoria y comprende su destino común, somos la familia humana.
*Oremos* Señor, danos siempre de tu pan y de tu paz para que no perdamos el horizonte de la fraternidad universal. En medio de esta noche fratricida, ilumina nuestra conciencia y memoria para reencontrarnos en tu luz. Que ninguna ideología eclipse y secuestre nuestra conciencia y mantengamos como única parcialidad absoluta la dignidad y la fraternidad.
*Sagrado corazón de Jesús, en vos confío*
Parroquia San Alberto Hurtado. Parte Alta de La Vega.
Caracas-Venezuela.