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Obsesiones destructivas

ALEXANDER ZEMLIANICHENKO (AP) (1)

Por Félix Arellano

Las obsesiones constituyen un tema complejo en las disciplinas que estudian la conducta humana y, la obsesión por el poder, uno de los epicentros de la reflexión política con gran vigencia. Sin profundizar en la densidad del tema, podemos destacar que la obsesión por el poder logra su más negativa expresión en la medida que el gobernante logra conformar un régimen autoritario. Al respecto, contamos con muy diversos ejemplos, en este momento el caso de Vladimir Putin resulta emblemático. Por otra parte, en las democracias también se presenta el síndrome, pero el sistema dispone de controles y limitaciones; al respecto, el caso de Perú puede resultar ilustrativo.

La obsesión por el poder constituye un pilar fundacional de los regímenes autoritarios, donde la lucha por el poder y alcanzarlo por cualquier vía –como la opción violenta y armada, que algunos la definen como revolucionaria– ha llenado de sangre la historia de la humanidad. Más recientemente se está extiendo la vía populista, cuando los grupos radicales, aprovechando las oportunidades que ofrece la democracia y manipulando con falsos discursos a la población, llegan al poder e inician el proceso de desmantelar las instituciones democráticas para perpetuarse.

En estos momentos nos encontramos con un amplio espectro de gobernantes obsesionados por perpetuarse en el poder, quienes realizan todas las acciones para conformar regímenes autoritarios, controlar las instituciones y la sociedad en su conjunto; en tales casos, la represión constituye un instrumento fundamental. Al respecto destacan, entre otros, Kim Jong-un, el joven dictador de Corea del Norte, la dictadura teológica del islamismo chiita en Irán, las dictaduras comunistas de China, Cuba y Vietnam o el perverso dúo de Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua.

Ahora bien, el caso de Vladimir Putin en Rusia está alcanzando niveles impactantes, pues su personalismo, visión historicista y terrófaga de la dinámica política y, en esencia, la obsesión por el poder, lo están llevando a la destrucción de Ucrania, un pueblo libertario, emprendedor y pacifista. Pero no se detiene allí y amenaza a otros países fronterizos con su obsesión por el control y la expansión. Incluso ha llegado al extremo de amenazar con el tema nuclear para chantajear al mundo libre.

La obsesión de poder y su formación en el mundo del espionaje lo han anclado en el pasado. Una visión historicista, determinista y anacrónica que repite insistentemente para manipular y adoctrinar. Pero no todo el pueblo ruso sigue la línea, y la protesta social contra la invasión no se detiene. En la obsesión por el poder resulta necesario exacerbar el nacionalismo, las falsas superioridades, la xenofobia y construir un mítico pasado glorioso que se debe retomar.

Adicionalmente, un eje fundamental es la construcción de la tesis de los enemigos externos, culpables de la destrucción de la gran nación y, sobre ellos, las peores expresiones como ejemplos de la perversidad. Manipulaciones que representaban practicas comunes en la dominación política autoritaria, y que con las nuevas tecnologías de las comunicaciones se han logrado incrementar y generar las llamadas guerras hibridas de manipulación, desinformación y descalificación para cohesionar a los fanáticos y debilitar las democracias y los valores liberales.

Pero pareciera que la obsesión de poder de Putin se convierte en su peor enemigo y lo lleva a la construcción de escenarios equivocados. En el mes de enero del presente año, se albergaba la esperanza que Putin se pudiera transformar en el estadista de cambios en el orden internacional, utilizando la presión de las fuerzas armadas rusas rodeando Ucrania desde tres frentes y forzar la negociación de las condiciones de seguridad en Europa, en especial el papel de la OTAN; sin embargo, la obsesión por el poder a nublado los cálculos y lo ha llevado a realizar el zarpazo de la invasión. Ahora se consolida como el invasor de un pueblo libertario, sin mayor capacidad militar, pero con una enorme fortaleza.

Las obsesiones del poder seguramente le llevaron a dar por cierta, la tesis de la intervención quirúrgica, puntual, corta y sin mayores costos; para dominar a Ucrania, un gran error. Entre los cálculos equivocados se incluye la visión de que las debilidades y contradicciones al interior de Occidente, permitirían repetir las experiencias de Georgia, Crimea y el Donbas, donde la reacción fue débil e incluso indiferente. Los hechos están demostrando lo contrario.

En estos momentos, paradójicamente, Putin –luego de desarrollar una guerra hibrida para debilitar las instituciones occidentales– con la invasión de Ucrania está logrando la consolidación de la OTAN, la Unión Europea y el diálogo transatlántico; y lo que puede resultar más grave para su ego, también está fracasando en la consolidación de su liderazgo mundial, incluso perdiendo admiración de algunos grupos radicales.

En la obsesión de poder, la soberbia se presenta como una de sus manifestaciones, en consecuencia, Putin no reconoce errores, ni quiere pasar la página; por el contrario, opta por avanzar en la destrucción, asesinado un pueblo inocente. Es un nuevo Zar, ha acumulado mucho poder y seguramente sus asesores mienten para mantener sus privilegios.

En nuestra región desafortunadamente también contamos con expresiones de la obsesión por el poder como los hermanos Castro y su camarilla en el poder, quienes por décadas han destruido la isla y reprimido a su pueblo, que no cree en la farsa del “hombre nuevo”, como lo pudo demostrar en pocos minutos de libertad y profunda protesta popular el 11 de julio del 2021, una reacción espontánea y de alcance nacional que evidenció el anhelo de libertad y el rechazo a la dictadura. Pero el legítimo sueño de libertad está siendo reprimido brutalmente.

En la línea de las obsesiones de poder que se exacerban en marcos de autoritarismo, un lugar estelar lo ocupan la pareja Ortega-Murillo, destruyendo la débil democracia en Nicaragua y violentando profunda y sistemáticamente los derechos humanos de su población mediante una represión feroz, con el objetivo de perpetuarse en el poder para beneficio de su familia y aliados, promoviendo hambre y represión para la población.

La obsesión por el poder también afecta a los sistemas democráticos, pero la situación es cualitativamente diferente. El caso de Perú constituye un interesante ejemplo. La obsesión por el poder llevó al presidente Alberto Fujimori a controlar las instituciones, incluso con el uso de fuerza militar contra el Poder Judicial. En el libreto autoritario, el cerco contra los medios de comunicación, la libertad de expresión y la tortura de Leonor La Rosa en 1996 impactaron al mundo.

Ahora bien, gracias a los pequeños espacios de libertad fue posible la difusión de la tenebrosa red que mantenía Vladimiro Montesinos, la siniestra mano derecha del presidente Fujimori que, en un marco de presión interna e internacional, se convirtió en un detonante que permitió a las instituciones imponerse y aplicar las sanciones al Presidente, quien finalmente reconoció su doble nacionalidad y se asiló en Japón; pero, al regresar al país, la institucionalidad judicial asume su papel e inicia el juicio que lleva a la cárcel al expresidente por la violación de derechos humanos fundamentales.

Luego de Fujimori, varios gobernantes en la obsesión por el poder han realizado prácticas corruptas, pero el poder judicial ha demostrado su independencia y solidez y la gran mayoría han sido objeto de investigaciones incluso de sanciones, situación imposible en el caso de los gobiernos autoritarios.

La obsesión de poder pareciera ser un trauma de los Fujimori, y sus hijos Keiko y Kenji se han enfrentado por el control del partido. Por su parte, Keiko, en su obsesión de poder, ha dilapidado su enorme popularidad; ha participado en tres procesos presidenciales –que ha perdido por un pequeño margen en la segunda vuelta (2011, 2016, 2021)– reaccionando desde su curul en el Congreso con soberbia y propiciando la destitución de dos presidentes (Pedro Pablo Kuczynski y Martin Vizcarra).

Actualmente, en el espectro político peruano pareciera que la posición “todos contra Keiko”, en cierta medida está sosteniendo al frágil gobierno de Pedro Castillo, quien ya lleva dos intentos fracasados de destitución por parte del Congreso y, adicionalmente, pareciera vivir la metamorfosis de la ingenuidad a la obsesión de permanecer en el poder a cualquier costo.

La geopolítica del autoritarismo, en combinación con los movimientos populistas, trabajan activa y coordinadamente para desacreditar y debilitar las democracias, y la invasión a Ucrania representa otra evidencia de la irracionalidad del autoritarismo. En un contexto democrático resulta más difícil o imposible las posturas expansionistas y destructivas. En este contexto, los defensores de la democracia, las libertades y los derechos humanos tenemos un enorme desafío para la generación de conciencia y confianza en los valores libertarios.


Fuente:

Arellano, F. (5 de abril de 2022). Obsesiones destructivas. TalCual Digital. talcualdigital.com

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