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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

O nos transfiguramos o nos desfiguramos

o-nos-transfiguramos-o-nos-desfiguramos

(Mc 9,2-19)

Alfredo Infante sj*       

Hay modos de relaciones que nos humanizan y modos de relaciones que nos deterioran y deshumanizan. Las relaciones que nos planifican humanamente nos transfiguran porque expanden, como diría San Agustín, desde más adentro de nosotros mismos, la luminosidad del Espíritu, la fuerza del amor. Hacer el bien nos hace bien.

En estos momentos, ante tanta tragedia, hay muchos héroes y heroínas custodiando la vida y la dignidad; sí, muchos, a pesar de ser perseguidos y encarcelados por hacer el bien y tener hambre y sed de justicia.

Por el contrario, los modos de relación que nos desfiguran van sulfatando y ocultando en nosotros la fuente de la vida; por ejemplo: quien oprime al otro; quien se beneficia del caos inhumano que vivimos; quien levanta discrecionalmente un juicio falso contra el inocente, lo priva de su libertad y lo tortura; quienes se han robado el dinero público y con sus actos han causado que nuestro país esté al borde de un apagón; quienes se empeñan en aferrarse al poder «a como sea» aún a sabiendas  que su ejercicio arbitrario está llevando a la mayoría de los venezolanos a la miseria; quien es capaz de vender yuca amarga que asesina a niños; quienes trafican con medicamentos e impiden que lleguen a quienes tienen que llegar, etc. Todos estos modos de relación desfiguran nuestro rostro humano, porque   practicar el mal nos hace mal. 

En el evangelio que comentamos, Jesús toma a tres de sus discípulos (Santiago, Pedro y Juan) y sube a la montaña a orar. Mientras ora una gran luz se expande en él y desde él, transfigurando su presencia, y aparece a su lado, Moisés y Elías. Jesús en el centro. Con esto se significa que Cristo es la plenitud del amor, en quien se consuma la ley (Moisés) y los profetas (Elías).

La transfiguración es un signo del Reino de Dios, que nos revela que Jesús es el camino que conduce a la verdadera vida, y, por tanto, si lo conocemos, amamos y seguimos nos transfiguraremos en Él.  En la escena que contemplamos Pedro se siente tan bien que sugiere a Jesús «hagamos tres chozas y quedémonos aquí», pero la voz del cielo lo reprende «este es mi hijo amado, escúchalo». El camino de la transfiguración implica mucho discernimiento, no basta instalarse en las tiendas, es necesario bajar la montaña y adentrarse en el mundo y desde ahí, escuchar discipularmente al Señor y maestro Jesucristo. Es necesario conocerlo para amarlo, amarlo para seguirlo, seguirlo para transfigurarnos en Él; este es el camino que Marcos nos propone para no desfigurarnos. «Este es mi hijo amado, escúchenlo».

Oremos: Señor, concédenos la sabiduría para conocerte, amarte, seguirte y así transfigurarnos en ti. Que lleguemos al convencimiento interior que hacer el bien nos hace bien, nos transfigura; y que el mal y su práctica nos desfigura, porque deteriora nuestra humanidad.

“Sagrado corazón de Jesús, en vos confió”

Parroquia San Alberto Hurtado. Parte Alta de La Vega.

Caracas-Venezuela.

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