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“No votaría por la oposición. Y por Maduro, menos”

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El desencanto del barrio del 23 de Enero, el simbólico bastión del chavismo en Venezuela

Daniel García Marco

En el barrio del 23 de enero de Caracas, la veneración por Hugo Chávez crece con la nostalgia y el descontento.

En plena crisis política y económica en Venezuela, el simbólico bastión de la izquierda y del chavismo muestra más desencanto con el presidente Nicolás Maduro que afinidad por la oposición, que ganó aquí en las elecciones legislativas de 2015.

Chávez alcanza condición de divinidad en gran parte del 23 de enero, populoso barrio que se expande sobre la colina.

Abajo, junto al Cuartel de la Montaña, donde está enterrado, una capilla lo venera como “Santo Hugo Chávez del 23”. Y arriba, en El Mirador, Aymara, de 60 años, lo recuerda con añoranza.

“Era del pueblo. Hasta donde llegó Chávez me gustó. Había que oírle, tenía poder de convocatoria, se le veía seriedad, sabía lo que estaba diciendo”, me cuenta, y reconoce que gracias al gobierno de Chávez recibe una pensión pese a haber sido ama de casa toda su vida.

Por todo ello votó por Chávez y lo hizo hace cuatro años por Maduro, que ahora está enfrentando una nueva ola protestas continúas alentadas por la oposición en las que hubo ya varios fallecidos.

Sus rivales lo culpan de la grave crisis económica del país, de haber convertido el gobierno en una “dictadura” y le reclaman elecciones.

Maduro replica que la oposición es “terrorista” y “golpista” y achaca los problemas de desabastecimiento e inflación a una “guerra económica” alentada por sus rivales y gobiernos extranjeros.

Desde el 23 de Enero se ve el palacio presidencial de Miraflores, pero los choques entre las fuerzas de seguridad y los manifestantes de oposición, las carreras y las bombas lacrimógenas quedan muy lejos.

“Quiero comer lo que yo quiero”

Si hubiera comicios presidenciales, previstos para final de 2018, Aymara asegura que a día de hoy no votaría por la oposición. Pero matiza con una risa: “Y por Maduro, menos”.

“No resuelve”, dice cuando se le pregunta qué le critica al presidente. Mientras hablamos, los vecinos del enorme bloque 46 en el que vive acuden a que les llene cubos de agua y a comprarle cigarrillos de uno en uno.

En la casa entran tres salarios para tres adultos y dos niños y asegura que, pese a contar con dinero, no encuentra comida.

Y eso que en casa reciben al mes dos bolsas de las que el gobierno vende a precio muy ventajoso y que contienen tres paquetes de arroz, tres de azúcar, dos de pasta, uno de granos, una botella aceite, un kilo de leche en polvo y dos latas de atún.

“Quiero comer lo que yo quiero, ir al supermercado y comprar”, se queja mientras suena su pequeño y viejo celular que define entre risas como “tablet”. “Me podría comprar uno mejor, pero no quiero porque me lo roban”, me cuenta para ilustrar la inseguridad.

Aymara, en realidad, no es su auténtico nombre. Tienes varios hijos que trabajan en ministerios y teme represalias.

Junto a ella, un niño ve en la computadora portátil que entregó el gobierno a muchos escolares un video de regates de los mejores futbolistas del mundo.

“De política no sé nada, pero estamos mal”, resume la mujer tras recordar que ella se consideraba clase media y tenía recursos hasta para poder ir de vez en cuando a la playa. Ya no.

“Voté a Maduro porque lo dijo Chávez”

En otra zona del 23 de enero, en Sierra Maestra, vive Diana, de 32 años, madre de dos hijos y chavista.

“La primera vez que voté lo hice por Chávez. Venía de la pobreza, me identificaba con él. Gracias a él tuve la oportunidad de estudiar. Me dio una beca”, dice en su humilde vivienda. Es licenciada en Trabajo Social, pero ahora está desempleada.

Reconoce los problemas para conseguir alimentos, pese a que a ella no le falta nada porque que su esposo trabaja en un supermercado del gobierno que ofrece productos a precio regulado. Así ayuda también a parte de su familia.

“Voté a Maduro porque lo dijo Chávez”, afirma. ¿Lo volvería a hacer?, le pregunto. “A Maduro no, ¿qué ha hecho realmente? No tiene lo que tenía Chávez”, apunta. Diana tampoco es su verdadero nombre. Prefiere el anonimato por temor a represalias.

No le convence ningún candidato entre la oposición, defiende el diálogo entre los dos bandos y es práctica en caso de unas elecciones: “Gane el que gane, a ver si salimos a flote”.

Lucha de clases

No son tan comprensivos en el colectivo Alexis Vive. Es una de las principales comunas del 23 de enero, presume de autogestión y ejerce control sobre lo que sucede en su área, hasta el punto de amenazar en caso de cacerolazos de protesta contra el gobierno.

Por ello quizás no haya disturbios y desórdenes nocturnos en el 23 de Enero como en otras zonas populares. En el barrio lo llaman “calma tensa”.

En la emisora de la comuna Panal 2021 hablo con uno de los líderes jóvenes, Jefferson González, que resume con tres palabras la causa de la tensión política actual en el país: “Lucha de clases”.

González, conocido como el “Cucaracho”, expone las tesis marxistas-leninistas que definen al colectivo.

Al hablarle de Diana y de Aymara, que previamente me expresaron su desencanto, afirma que no tiene críticas al gobierno. “Los trapos sucios se lavan en casa. En toda familia hay diferencias y contradicciones”.

Frases después admite que “hay mucho descontento” y que, en las elecciones legislativas de 2015, cuando ganó la oposición, hubo un “voto de castigo”.

“En Venezuela estamos acostumbrados al mesías, a Chávez que lo resolvía todo. Maduro no escogió, le tocó asumir”, me dice a modo de excusa.

¿Y si hay un cambio de gobierno? “Seríamos un bolsón de resistencia. Tomaríamos el poder”, advierte González, que niega que los colectivos sean violentos. Se limitan a funciones de seguridad, matiza.

Pero estos grupos, afines al gobierno, están armados y se les acusa de estar detrás de recientes actos violentos en diversas zonas de Caracas.

“Son infiltrados de la oposición”, dice González, y explica cómo el imperialismo busca denostar la imagen de los colectivos, citando el ejemplo del grupo Hezbolá en Líbano, al que muchos países consideran un grupo terrorista.

González descalifica a la oposición como “burguesía” y la conmina a que se quede en el este de Caracas, zona de clase media y alta muy crítica con el chavismo desde siempre. “Aunque no les pertenece, que se maten ahí solitos”, sonríe.

El 23 opositor

Pero la oposición no está solo en el este de la capital. También aquí, en el 23 de Enero. Se demostró en las legislativas de 2015 y lo representa Leandro Buzón, militante del partido Primero Justicia que comanda Henrique Capriles, dos veces candidato presidencial.

“Es un lenguaje totalitario y militarista que no responde a lo que somos como pueblo”, me dice Buzón sobre las palabras del líder del colectivo Alexis Vive.

Buzón tiene 29 años reside en el 23 de Enero y es politólogo y sociólogo.

Entiende que para ganar el voto de Diana o Aymara, por ejemplo, debe mostrar un trabajo social como el que hace con la juventud con la organización Caracas Mi Convive.

Se considera la izquierda de verdad y cree que el modelo de país, a diferencia del de la comuna, debe ser el de una república liberal y democrática que no niegue al otro.

“El experimento bolivariano se ha convertido en unos contra otros con una vocación totalitaria y militarista muy peligrosa”, critica.

“Cuánto daño hizo Chávez”, lamenta Buzón tras dejar atrás la capilla de “Santo Hugo Chávez del 23” y el Cuartel de la Montaña, donde está enterrado el líder. Suena casi a sacrilegio.

Fuente: http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-39677139

 

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