Hoy la ética se ha reducido a dos principios: Todo vale y Solo vale: Todo vale si me produce poder, dinero, prestigio o placer y Solo vale lo que me produce dinero, poder, prestigio o placer. Si todo vale, nada vale o todo vale por igual. Valores y antivalores se confunden. El fin justifica los medios: Por ello, proliferan las economías subterráneas: corrupción, delincuencia, especulación, prostitución, pornografía, tráfico de drogas, de armas, de medicinas, de órganos, de personas…y el mundo es cada vez más desigual, más injusto y más inhumano.
El 10 de diciembre de 1948, cuando el mundo se asomaba estremecido al horror de los campos de exterminio nazi y de la barbarie de la Segunda Guerra Mundial que ocasionó unos 50 millones de muertos, exterminó a seis millones de judíos y gitanos, dejó ciudades enteras convertidas en escombros y nos asomó al poder destructor de las armas nucleares, un centenar de países reunidos en París, con la intención de impedir nuevas guerras y lograr un mundo más humano, firmaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Todos los seres humanos nacen libres y son iguales en dignidad y derechos”. Hoy, después de 77 años de aquella firma solemne, abundan las guerras, se asoma la posibilidad de un holocausto universal, y el mundo es más desigual, injusto y discriminador que nunca. El inmenso poder creador de los seres humanos no está al servicio de la vida ni de la convivencia. Por eso, a pesar de tanto desarrollo científico y tecnológico, la vida gime herida de muerte y el mundo resulta para las mayorías cada vez más inhumano y más cruel. De la salvación por la fe, pasamos a la salvación por la ciencia y el progreso, y en nuestros tiempos de incertidumbre, postverdad, desencanto, violencia e individualismo puro y crudo, pareciera que estamos entrando en el “sálvese el que pueda”. Impera el darwinismo social, es decir la sobrevivencia de los más fuertes, mejor dotados, con mayor capacidad de adaptación o más inmorales. Del “amaos los unos a los otros” de Jesús, hemos pasado al “Armaos los unos contra los otros” De conquistar la tierra hemos pasado a destruirla y, de seguir así, a destruirnos nosotros con ella. Algunos presagian que nuestra civilización acabará suicidándose. Observadores como C.S. Lewis destacan que cada nuevo poder que logra el hombre se convierte en “poder sobre el hombre”, y que la conquista final del hombre moderno será la “abolición del hombre”. Otros como Birch nos advierten que la tecnología actual en manos de un hombre que no sabe exactamente lo que quiere “tiende a crear más problemas que los que puede resolver”.
El mundo del Siglo XXI funciona para unos pocos y contra muchos. Las desigualdades se agigantan de un modo vertiginoso entre países y entre grupos dentro de cada país. Por ello, la exclusión y la injustica y no la fraternidad y la equidad campean vigorosas en nuestras relaciones con los demás. El 99% de la riqueza del mundo está en manos del 1% de la población, unos 70 millones de personas aproximadamente. El 95% de esa élite son varones. Las mujeres, a iguales cotas de trabajo, ganan, como media, la mitad. Esos 70 millones de prepotentes basan todo su poderío económico en el manejo omnímodo y determinante de algunos sectores productivos muy importantes, como la industria farmacéutica, las finanzas y la banca, la sanidad y el negocio de los seguros y las armas. Hoy se sigue excluyendo abiertamente por razones económicas, sociales, políticas, raciales, religiosas, culturales, sexuales, de género… Mientras una vaca europea es subvencionada con tres dólares diarios, mil doscientos millones de personas en el mundo, deben vivir con menos de un dólar al día. En los aeropuertos de las grandes ciudades hay hoteles para perros y mascotas a 170 dólares por noche. El gasto militar en el mundo, según la ONU, asciende a más de un billón de dólares al año, es decir un millón de millones (1.000.000.000.000). Aumenta el gasto militar y aumenta la miseria. Hay mucho dinero para destruirnos unos a otros, pero no hay dinero para proteger la vida de los pobres, ni de la naturaleza. Cuantas más armas inteligentes se producen, nos volvemos más brutos, insensibles e inhumanos. Con tan sólo lo que se gasta en armas en diez días, se podría proteger a todos los niños del mundo. La fabricación de armas es la industria más próspera a nivel mundial, y como las armas hay que venderlas y usarlas, se promueven guerras y se fomenta la carrera armamentista entre países, carrera que sólo lleva a la destrucción y la muerte. Nuestro actual mundo es tan absurdo que, sin por algún acontecimiento especial o milagroso, reinase la paz en el mundo, la economía mundial colapsaría. El precio de un tanque moderno equivale al presupuesto anual de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación). Con el valor de un caza supersónico se podrían poner en funcionamiento 40.000 consultorios de salud. El adiestramiento de un soldado de guerra cuesta al año 64 veces más que educar a un niño en edad escolar, y la cuarta parte de los científicos del mundo se dedican a la investigación militar, mientras escasean los que se dedican a encontrar curas contra las nuevas enfermedades y pandemias, o la generalización de las medicinas más comunes. Después de la industria armamentista, el negocio del narcotráfico engrasa y sostiene la economía mundial pues mueve 500.000 millones de dólares al año.
En los últimos 20 años hemos pasado de 23 a más de 400 millones de niños esclavos, que malviven o mueren en minas o maquilas, se prostituyen en las calles, son reclutados como soldados o sicarios, limpian vidrios de carros en los semáforos, son obligados a mendigar, con frecuencia mutilados para que su deformidad impresione a la gente, o son asesinados para proveer al mercado negro del tráfico de órganos. Un hígado o un riñón que se vende en países muy pobres por unos 30 dólares, puede alcanzar los 35.000 dólares en el mercado negro. Un millón de niños y de niñas entra cada año en el infierno de la esclavitud sexual y hay ya 100 millones de menores atrapados en sus redes. Según la Organización Mundial del Turismo, el 20% de los 700 millones de viajes que se producen al año en el mundo tienen como motivación principal las aventuras sexuales, y de esos, el 3% el sexo con niños o niñas, aberración de un mundo que ha perdido todo vestigio de ética y dignidad.
Según la ONU, cada tres segundos, muere un niño de hambre, 1.200 cada hora. El hambre produce una matanza diaria similar a todos los muertos que ocasionó la bomba nuclear sobre Hiroshima. Sin embargo, si la humanidad se lo propusiera seriamente, el hambre podría ser derrotada hoy fácilmente: Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) la agricultura moderna está en capacidad de alimentar a doce mil millones de personas, cifra muy superior a la de la población actual. Pero no hay voluntad política para ello: Todas las campañas y propuestas para aliviar la pobreza y la miseria en el mundo han fracasado estrepitosamente. Y no hay voluntad política, porque hemos perdido la sensibilidad, la compasión, la misericordia. Por ello, Jean Ziegler, exrelator especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación, no vacila en catalogar al actual orden mundial como asesino y absurdo: “El orden mundial no es sólo asesino, sino absurdo; pues mata sin necesidad: Hoy ya no existen las fatalidades. Un niño que muere de hambre hoy, muere asesinado”.
Pero no sólo mueren las personas. Muere también la naturaleza. Muere la tierra, nuestra Madre Tierra, y se achica cada vez más el abanico de la biodiversidad. Aire, mares y ríos están heridos de muerte. Las nieves perpetuas que nos proveen de agua disminuyen debido al calentamiento global, y se derriten los glaciares. Desde 1994, el planeta pierde casi 400 mil millones de toneladas de glaciares por año. También se achican los páramos y humedales y aumenta la contaminación de aguas subterráneas. Cada vez hay menos fuentes de agua limpia; los desechos del agro, la minería, las fábricas y basuras son inmanejables. Para colmo, hay empresas que se han apropiado del recurso como si fuera una mercancía. Y la venden sólo a quienes pueden pagarla. Según UNICEF, 3 de cada 10 personas en el mundo no tienen agua potable. Y 6 de cada diez no tienen saneamiento seguro. 361.000 niños menores de 5 años mueren cada año a causa de la diarrea. Otros muchos mueren por el cólera, la disentería, la hepatitis, y la fiebre tifoidea, enfermedades causadas por la contaminación de las aguas. Los aerosoles y refrigerantes destruyen la capa de ozono que nos protege de los rayos ultravioletas. Las talas indiscriminadas para sacar madera o para el uso extensivo de la ganadería y agricultura, la minería, los grandes embalses, la construcción de autopistas y carreteras…, están acabando con los bosques. La mitad de los bosques húmedos que una vez cubrieron la tierra, unos 29 millones de kilómetros cuadrados, han desaparecido. Setenta y seis países han perdido ya todos sus bosques primarios y otros 11 pueden perderlos en los próximos años. El ritmo de destrucción de las selvas amazónicas, verdadero pulmón de la humanidad, crece a un ritmo escalofriante: Hoy, como todos los días del año, desaparecerán 50 mil hectáreas de bosque húmedo. Cada hora es arrasada un área equivalente a unos 600 estadios de fútbol. La megaminería, que abre boquetes gigantescos, está acabando con selvas enteras: suelos, árboles, plantas, animales, ríos son destruidos. Además, para la separación de los minerales se usan venenos como el mercurio, el cianuro, el plomo que contaminan suelos y aguas y ponen en peligro la vida de miles de seres humanos. Pueblos ancestrales son obligados a abandonar sus tierras en un penoso éxodo que acaba con sus culturas y ponen en peligro su sobrevivencia. La tierra languidece y se rebela ante tanta violencia y tanto maltrato. El clima del mundo se altera cada vez más. Es el mundo entero, el mundo que Dios puso en las manos de la humanidad para que ésta lo guardara y preservara, el que corre verdadero peligro de destrucción. Éste no es un mensaje apocalíptico, sino una posibilidad muy real en caso de que nos encerremos en la estrechez de nuestra vida y nos neguemos a actuar con convicción y firmeza.
@antonioperezesclarin