Alfredo Infante sj
A diario, en cualquier conversación de calle, se escucha hablar con preocupación de la irreverencia y falta de respeto de los motorizados; incluso de la propia policía motorizada. Se trata de un problema de salud pública, de seguridad ciudadana y de convivencia pacífica.
Este sentir popular no ha sido interpretado aún por los actores políticos. La apuesta por la convivencia cotidiana urbana pareciera no ser objeto de los actuales gobiernos locales y mucho menos de los candidatos a alcalde y concejales para las venideras elecciones municipales de diciembre. Los discursos y programas de los candidatos locales, inmersos en la vorágine de la polarización, se encuentran alineados a estrategias de carácter nacional.
Hay un chorizo de temas claves que deben ser tratados y que cada vez parecieran estar más ausentes de los discursos políticos de ambos polos. Uno de estos temas que urge discutir es el de la conducta arbitraria de los motorizados y de la falta de regulación y control sistemático por parte de las instancias competentes. Al respecto podría presentar un rosario de anécdotas que confirman esta preocupación del ciudadano común, pero me limitaré solo a cuatro.
Primera anécdota
Mientras atravesaban la calle un motorizado que conducía a contraflecha embistió su vehículo contra el grupo de mujeres generando pánico. ¡Gritos! ¡Ayes! ¡Lamentos! Nadie lo esperaba.
Cuentan los testigos que las mujeres antes de aventurarse a pasar al otro lado de la calle, habían mirado y chequeado con cautela hacia la dirección correcta. Nadie esperaba tal eventualidad. Los resultados fueron lamentables: María cayó en el suelo atropellada, aporreada y con una pierna fracturada.
El motorizado se detuvo para reclamar y justificar su delito “mami, coño, eso te pasa por no estar mosca por dónde caminas”. De inmediato, tomó su moto y continuó su recorrido arbitrario. Tal vez atropellar se ha convertido en hecho normal de su oficio y en consecuencia basta con justificar el hecho y dejar a la persona tendida en el suelo. Para ellos la culpa es siempre del peatón porque no vio, no sé quitó del medio o se atravesó imprudentemente. Paradoja: la victima siempre es culpable.
Lo cierto es que después de este hecho la agenda cotidiana cambió para María. Desde ese momento su prioridad no fue otra que la cama y la rehabilitación.
Segunda anécdota
Llegué en la mañana a buscar el periódico. El negocio estaba cerrado. La razón: la señora Juana, una mujer de la tercera edad había sido atropellada por una moto y se encontraba recluida en el hospital. Su agenda de vida y su situación económica cambió: la cama y la rehabilitación pasaron a ocupar el primer lugar en su cotidianidad. El ingreso económico proveniente de su pequeño negocio se puso en paréntesis durante seis meses mientras se rehabilitaba.
Cuando reabrió su negocio conversé con ella y me contó lo sucedido. “Esa tarde mientras bajaba de la buseta, un motorizado que quería adelantar, pasó por el lado derecho y me llevó por delante, atropellándome, justo en el momento que me bajaba del transporte. El hombre se dio a la fuga. No denuncié ¿quién se atreve a denunciar a un motorizado? Es meterse en líos”
Tercera anécdota
Esa tarde caminaba por la acera de la calle que desemboca en la esquina de La Luneta, en el centro de Caracas, justo antes de llegar a la sede de la revista SIC. De repente, detrás de mí, escuché un cornetazo a quemarropa. Reaccioné con un salto. Perdí un poco el equilibrio. Dando tumbos, me salí de la acera y le llegué a un carro que transitaba por la calle. Por suerte, el carro estaba parado en la cola del semáforo esperando el cambio de luces. Sorprendido, indignado e impotente vi pasar por encima de la acera, justo por donde caminaba, a tres motorizados de la Policía Nacional. No pude tomar el número de placa porque sus vehículos no tenían identificación. Con taquicardia por el susto e indignado por el abuso de poder, seguí mi camino.
Ahora, a posteriori, me desahogo contando. Sí, es común ver y padecer a policías motorizados sin placas en el vehículo, algo que en otros contextos resultaría escandaloso y que en Caracas lamentablemente ya miramos con normalidad ¿Pero por qué toleramos lo intolerable?
Cuarta anécdota
Cada vez es más común ver por la autopista o por las avenidas principales de la ciudad de Caracas lo que me atrevo a llamar las motos familiares. Usualmente se ven en las horas pico. No, no son más grandes, ni vienen adaptadas para la familia. Son familiares por el uso. Aunque usted no lo crea, van en una misma moto el papá, la mamá con uno o dos niños, desplazándose por la ciudad sobre las dos ruedas. Este hecho pone en total vulnerabilidad a los niños que en incontables ocasiones son bebés.
Podría contar muchas más anécdotas, un rosario de ellas tal vez, pero aprovechando este medio interactivo, tal vez tú, amigo lector, tendrás muchas otras anécdotas que contar y comentar. ¿Cómo vives en tu ciudad este hecho? ¿Consideras que este es un asunto relevante para el debate ante las próximas elecciones locales que se avecinan? ¿Es un problema sólo de Caracas o se extiende también a las ciudades del interior? ¿Qué propuestas tienes para controlar este fenómeno que deteriora progresivamente la convivencia social?
Lástima que el acceso a la información en nuestro país es tan restringido, casi nulo. Los medios de comunicación por mantener el “status quo” ocultan estas realidades y pretenden crear la ficción de que vivimos en el país de las maravillas
¿Alguien, por ejemplo, maneja el dato de cuantos motorizados mueren en accidentes de tránsito? ¿Cuál es la estadística de peatones heridos y muertos por la imprudencia de los motorizados? ¿Cuál es el costo en materia de salud pública de estos accidentes? ¿Cómo revertir y ordenar esta dinámica que distorsiona la convivencia cotidiana? En fin ¿son las motos un arma o un vehículo? Saque usted la conclusión.