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Monseñor Romero: voz de los sin voz

Romero

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El  24 de marzo se cumplen 35 años del  martirio del Beato   Oscar Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador, voz del pueblo sin voz, grito aguerrido y valiente para denunciar los abusos y la brutal represión de un gobierno a favor de un grupito de privilegiados que pretendía mantener unas estructuras de injusticia y opresión contra las mayorías empobrecidas del pueblo salvadoreño.

Considerado al comienzo, un obispo de tendencia conservadora, el asesinato de su  amigo el jesuita Rutilio Grande le abrió los ojos y le ayudó a comprender que su decisión de seguir con fidelidad a Jesús, le obligaba a compartir la suerte de su pueblo que era asesinado simplemente por aspirar a una vida digna y defender sus derechos esenciales. Su palabra profética, de denuncia y anuncio, se fue haciendo cada vez más  comprometida. Cada domingo, Romero levantaba su voz valiente, pero siempre conciliadora, en sus homilías en la catedral que eran seguidas por verdaderas multitudes que encontraban en sus palabras aliento y apoyo para seguir combatiendo por su dignidad y su libertad.  La homilía del 23 de marzo de 1980, supuso su sentencia de muerte. En ella conminó  a las fuerzas armadas a que desobedecieran la orden de seguir matando al pueblo: “Yo quisiera hacer un llamamiento de manera muy especial a los hombres del ejército y en concreto a los hombres de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles: hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice ‘No matar’. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una orden inmoral nadie tiene que cumplirla”.

Un francotirador lo asesinó al día siguiente mientra oficiaba la Misa. Silenciaron su voz, pero no  su palabra valiente que, con los años, sigue sembrando esperanzas y animando a tomar en serio el evangelio y a seguir con coherencia a Jesús. Por ello, como homenaje a Romero, quiero ofrecerles sus palabras proféticas:

“He estado amenazado de muerte frecuentemente. He de decirles que como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño. Lo digo  con gran humildad. Como pastor, estoy obligado, por mandato divino, a dar la vida por aquellos a quienes amo, que son todos los salvadoreños, incluso por aquellos que vayan a asesinarme. Si llegaran a cumplirse las amenazas, desde ahora ofrezco a Dios mi sangre por la redención de El Salvador. El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer… Puede decir usted, si llegan a matarme, que perdono y bendigo a aquellos que lo hagan”. (Marzo de 1980).

Ojalá que el recuerdo de Mons. Romero nos anime a vivir como él una fe valiente  que se hace servicio eficaz en  favor de la dignificación de todos, en especial, de los  olvidados de siempre. Fe que se entrega a  combatir todas las estructuras de violencia y opresión,  buscando siempre la reconciliación y el perdón y dando ejemplo de amor con la propia vida.

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