El colapso económico de los últimos años ha impuesto una nueva realidad a los venezolanos, en especial aquellos que aún permanecen en el país. Para muchos, esa realidad ha significado cambios drásticos en sus hábitos de gasto o una búsqueda incesante de nuevas fuentes de ingresos, transformando así una pieza vital de la identidad del venezolano
Luis Bárcenas
Altos precios, una actividad económica ralentizada, un tipo de cambio volátil e impredecible –además de medios de pagos limitados–, créditos inexistentes, servicios públicos deficientes, una diáspora que no cesa y un Estado ausente son aspectos a los que los hogares y empresas locales están más que habituados. Para casi todos, este contexto los ha sometido a una suerte de modo supervivencia que los impulsa mucho más a emigrar y mucho menos a labrarse un mejor futuro en el país. En tal sentido, la nueva economía ha cambiado por completo la forma en cómo las personas hacen vida en Venezuela respecto a su propio pasado, lo cual define, a nuestro criterio, a un nuevo venezolano que se caracteriza principalmente por:
1. Enfrentar un entorno hostil de precios (por decir lo menos)
Quizás la dimensión que más ha marcado la vida del venezolano de los últimos años es el entorno de precios. La hiperinflación de 2018, y la inestabilidad cambiaria que le siguió, expuso a los venezolanos a un marco de tarifas altamente regresivo, donde los precios se han multiplicado por 50 mil entre 2019 y 2022, según cifras oficiales. Tal realidad ha provocado que, en un entorno donde la credibilidad del regulador continúa en entredicho, los dólares también pierdan poder de compra cuando se usan internamente. Según cálculos de Ecoanalítica, un bien o servicio ofrecido en Venezuela costaba al cierre de 2022 casi cuatro veces su valor (en dólares) a finales de 2018, provocando que, en promedio, a una familia de seis personas le costase más de USD 400 consumir los bienes esenciales solo durante un mes, de acuerdo con el Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores (Cenda) para el mes de marzo de este año.
Ello, ciertamente, ha marcado la pauta dentro de los patrones de consumo del venezolano, donde más del 50 % de los ingresos que cada persona en el país percibe lo dedica a bienes de la canasta básica. De hecho, a pesar de la reactivación económica pospandemia, el repunte de los precios internos a mediados de 2022 exacerbó ese interés de los venezolanos por bienes esenciales. Aún con ello, hoy en día, el venezolano promedio enfrenta una peor calidad de vida que en el pasado en materia alimentaria: consume menos proteínas y pertenece a un hogar que, en el 49 % de los casos, consume menos alimentos que en años previos1 .
2. No disponer de financiamiento
Uno de los pilares del plan antiinflacionario implementado por los reguladores internos desde 2019 ha sido el recorte en la oferta de créditos bancarios a través de una mayor inmovilidad a los depósitos. En esa línea, los grandes perjudicados han sido los hogares, los cuales percibían, al cierre de 2022, menos de 4 % del total del financiamiento bancario (entre préstamos al consumo e hipotecarios). En tal sentido, con los altos precios que enfrenta y un esquema salarial que, en muchos casos no compensa el aumento de estos, el venezolano promedio actual no posee el perfil necesario para ser considerado elegible para tarjetas de créditos, créditos para el consumo de bienes de línea blanca o incluso para adquirir bienes durables –como un inmueble– .
Ello, además de afectar sus gastos en el corto plazo, le impide al venezolano de hoy pensar en su futuro en el país. Sin financiamiento, una persona es incapaz de generar ahorros para garantizar consumo futuro, reforzando su falta de ingresos y, con esto, el menor acceso a nuevos préstamos. Además, el costo de los créditos se ha elevado en los últimos años con la indexación de las tasas de interés a las variaciones del tipo de cambio oficial, reforzando los cambios en el gasto del venezolano impulsados por la propia inflación.
3. Recurrir aún más a la informalidad (y a la migración)
El contexto macroeconómico reciente y la incapacidad del sector privado y del Gobierno de pagar sueldos más compatibles con dicho entorno, han impulsado al venezolano a dedicarse en mayor medida a ejercer un oficio o a trabajar por cuenta propia. Incluso, algunos venezolanos se han convertido en migrantes en su propio país, con más de dos empleos o abandonando las zonas más rurales en búsqueda de mayores ingresos o de servicios de mejor calidad2. Aún con ello, las propias mediciones de Ecoanalítica indican que, en más de la mitad de los hogares en Venezuela, cada persona percibe apenas USD 100 al mes, cubriendo apenas parte de la canasta básica.
Otra dimensión del problema ha sido la diáspora, de la cual muchos venezolanos de bajos ingresos dependen (a través de las remesas) como fuente de ingresos adicionales. No obstante, a pesar de estos beneficios, aspectos como la pérdida de capital humano o incluso el abandono familiar hacen que la mayor parte de la migración termine por dejar más perdidas que ganancias a los que aún permanecen en Venezuela.
4. Emplear múltiples (y a ratos, costosos) medios de pago
Con la llegada de la dolarización en 2019, para los venezolanos se hizo muy común el uso del dólar como medio de intercambio, a pesar de que en regiones fuera de la capital, las transacciones con monedas diferentes al bolívar ya se habían arraigado como preludio al proceso hiperinflacionario de 2018 y su efecto sobre el cono monetario. Sin embargo, dado que esa dolarización se ha dado de forma desordenada (con un Banco Central sin la obligación legal de proporcionarle dólares a la población), los venezolanos siguen asumiendo altos costos ante la falta de efectivo de baja denominación y el conocido “fetiche” de la calidad de los billetes empleados.
Con tales fricciones, las criptomonedas y otros sistemas digitales también han ganado peso en las transacciones del venezolano actual, aunque no para todos. A pesar de ello, en el último año, la aplicación del nuevo Impuesto a las Grandes Transacciones Financieras (IGTF) ha provocado que el venezolano use más bolívares de manera forzosa, y esto lo ha expuesto, nuevamente, a los mayores gastos que significa operar en moneda local bajo un entorno inflacionario crónico como el venezolano.
5. Preocuparse más por lo económico
No es de extrañar que, bajo el marco hasta ahora descrito, el venezolano actual –de cualquier nivel socioeconómico– tenga como principal preocupación el tema económico. Esto es avalado incluso por el debate especializado, en el que se demuestra que seis de cada diez venezolanos afirman que las dificultades en este ámbito constituyen su principal fuente de estrés, con pocas diferencias en la percepción entre pobres y no pobres3. Tal preocupación no es más sino una extensión de los propios problemas que el venezolano enfrenta desde 2014, cuando los controles de precios y el régimen de divisas administradas (en medio de un colapso de los ingresos petroleros del Estado) exacerbó la escasez de bienes esenciales y promovió el llamado bachaquerismo.
Tales tensiones se agudizaron en los últimos años con la llegada de la hiperinflación, con la que la escasez anterior mutó a un entorno abastecido y de mayores precios y, a pesar del auge de los bodegones y a la mayor entrada de bienes importados más baratos, el alto costo de la vida en dólares continúa evitando que muchos accedan a ciertos productos.
6. Ser tomado menos en cuenta por el Estado
Otra de las secuelas detrás del plan antiinflacionario del Gobierno proviene de las fuertes restricciones del gasto público en años recientes. Para el venezolano más pobre, tales recortes han significado menos ingresos a medida que se ha reducido el espectro de bonificaciones directas que antes brindaba el sector oficial. Según la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), en 2022, tales transferencias solo eran percibidas por una persona por hogar y menos del 25 % de estos percibía solo un pago cada quince días. La misma encuesta también indica que más del 55 % de los hogares en el país debía esperar más de dos meses para recibir la dotación de alimentos de parte del sector público a través de las conocidas cajas CLAP (cuando antes lo hacían cada mes o menos). Tales ajustes no solo se han dado en cantidad sino en calidad, a medida que dichas dotaciones contemplaban cada vez menos productos o incluían alimentos de cuestionable calidad4.
Otra visión del abandono por parte del Estado proviene de los servicios básicos. Muchos venezolanos siguen expuestos a fallas cada vez más frecuentes en los servicios de agua y electricidad (a cargo de entes públicos), sometiéndolos a pérdidas de equipos y a una mayor insalubridad. Asimismo, el venezolano actual (sobre todo el que habita en el interior del país) se ve afectado por la recurrente falta de gasolina –ante las múltiples fallas en la industria refinadora interna– o al pago de esta a precios elevados, bien porque no accede al sistema de subsidios vigente desde 2019 o porque debe acudir al nuevo bachaquerismo que emergió de ese esquema. Incluso, aún si tiene acceso a gasolina más barata, es usual que los venezolanos se vean sometidos a esperar por muchas horas o en largas colas para obtenerla.
¿Trabajar por el venezolano del futuro?
Aun cuando podemos enumerar estas y muchas otras limitantes (como el colapso de la salud pública, las fallas institucionales, poca cobertura educativa, entre otros) a la calidad de vida del venezolano actual, la realidad parece marcar que los que todavía permanecen en el país también poseen la suficiente resiliencia para afrontar dichas dificultades. Ello, sin embargo, no puede tomarse como excusa para la inacción oficial. De hecho, lo anterior también resalta la necesidad de una mayor participación del Estado para promover una mejora sustancial en el entorno económico y social bajo el cual el venezolano convive y, de esta forma, darle una mejor forma a su versión futura.
Notas:
- Tomado de los últimos resultados de la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) conducida por la UCAB en noviembre de 2022.
- UCAB (2023): PsicoData Venezuela: un retrato psicosocial. Escuela de Psicología.
- Una referencia al colapso reciente en la calidad de vida de las zonas rurales en Venezuela puede hallarse en MALDONADO, L. (2023): “Living in darkness: rural poverty in Venezuela”. En: Journal of Applied Economics. Volúmen 26 (1).
- Ver SEIJAS, C. (2019): “Sanciones aumentan dependencia a unas cajas CLAP cada vez más vacías”. En: diario