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Metáforas bélicas

Repensar la concepción filosófica del lenguaje pasa por redimensionar significados múltiples, desde los más simples hasta los más complejos. Todos necesarios para comprender nuestra realidad hoy

Corina Yoris-Villasana*

En medio de la catástrofe planetaria que hemos vivido (y seguimos viviendo), parecería que los temas preferidos para tratar, analizar, argumentar, son aquellos referidos a la propia pandemia y a sus consecuencias sanitarias, económicas y políticas. ¡No es poca cosa! Aun así, hay temas obligados, indispensables que deben ser tomados en consideración. 

En un intercambio donde participé con invitados internacionales, se inició la conversación preguntándose qué sentido tiene la filosofía ante esta situación. Era de esperar que, en este contexto que se vive mundialmente, la filosofía entrara a cada hogar y se convirtiera en tema de conversación y reflexión obligada. Quienes transitamos por los senderos filosóficos sabemos que las preguntas propias de la filosofía giran en torno a la Libertad, al Amor, a la Verdad, al Bien, a la Belleza, a la Felicidad, a la Muerte, así, en mayúsculas; y el tema de la libertad está íntimamente ligado al tema político.

Miedo y sumisión

Un sentimiento terrible se apoderó de la humanidad: el miedo. Y ese sentimiento es esencialmente miedo a la muerte. Tanto desde el mismo momento de la declaratoria de la pandemia, como del anuncio de 2 millones 110 mil 029 fallecidos (para el 21 de enero de 2021), se ha hecho ineludible una seria reflexión sobre el miedo y su incidencia en el ámbito político. Irremediablemente se evoca el Leviatán de Hobbes. El miedo en Hobbes es un elemento que faculta el génesis de una sociedad, de un orden entre hombres, el miedo llevará a que los hombres, por necesidad, creen un Estado que regule sus vidas. Es el artífice del Leviatán y de la soberanía del Estado. Estamos hablando del siglo XVII. Hoy, siglo XXI ¿qué viene a significar ese miedo planetario? ¿Control de la sociedad? 

En Sopa de Wuhan, la ya famosa compilación de pensamiento contemporáneo sobre la pandemia y todo lo que ha ido ocasionando en el mundo, se pueden leer reflexiones que mantienen que “[…] lo primero que hay que aceptar es que la amenaza llegó para quedarse. Incluso si esta ola retrocede, reaparecerá en nuevas formas, quizás incluso más peligrosas […]”, u otras donde se dice que:

[…] la Tierra ha alcanzado un grado de irritación extremo, y el cuerpo colectivo de la sociedad padece desde hace tiempo un estado de stress intolerable: la enfermedad se manifiesta en este punto, modestamente letal, pero devastadora en el plano social y psíquico, como una reacción de autodefensa de la Tierra y del cuerpo planetario. […] Lo que provoca pánico es que el virus escapa a nuestro saber: no lo conoce la medicina, no lo conoce el sistema inmunitario. Y lo ignoto de repente detiene la máquina.

Ahí, el miedo. Y ese miedo ha actuado durante diez meses de manera terrible. Frente a él, aparece otro elemento también nocivo: la sumisión.

En este mismo libro, Sopa de Wuhan, hay un artículo maravilloso de Paul Preciado quien, recordando a Foucault, nos dice: “Foucault utilizó la noción de ‘biopolítica’ para hablar de una relación que el poder establecía con el cuerpo social en la modernidad”. Nos recuerda Preciado que Foucault representó la transición desde la llamada por él mismo “sociedad soberana” hacia la “sociedad disciplinaria” como el cambio que se da en una sociedad que conceptúa la soberanía como procesos de “[…] decisión y ritualización de la muerte a una sociedad que gestiona y maximiza la vida de las poblaciones en términos de interés nacional.”

El poder del lenguaje

Y es precisamente en este punto, donde enlazo con el lenguaje. La situación obligó a la creación de vocablos inexistentes en nuestra lengua para poder referirnos al virus. Se desempolvaron términos que hasta hace menos de un año estaban circunscritos a determinados ámbitos; basta con citar como ejemplo la palabra “confinamiento” que, hasta ayer, reinaba en el ámbito jurídico.  

Aparecen así palabras bélicas que reflejan, justamente, el miedo al que me he referido en líneas precedentes. Este nuevo lenguaje abona el terreno para aceptar los costos de una conflagración: muertes, sufrimientos y abnegación al servicio de la patria.

Es decir, al considerar la situación que vivimos como una guerra y usar un lenguaje bélico, estamos abriendo las puertas para que se nos exija sacrificarnos, incluso ofrendando la propia libertad individual. Ya nos decía Aristóteles que: 

[…] el hombre es un ser naturalmente sociable, y que el que vive fuera de la sociedad por organización y no por efecto del azar, es ciertamente, o un ser degradado, o un ser superior a la especie humana; y a él pueden aplicarse aquellas palabras de Homero: ‘Sin familia, sin leyes, sin hogar […]’  El hombre, que fuese por naturaleza, tal como lo pinta el poeta, sólo respiraría guerra, porque sería incapaz de unirse con nadie como sucede a las aves de rapiña. (Cursivas mías).

Aristóteles asevera que “[…] sólo el hombre entre los animales posee la palabra para manifestar lo conveniente y lo dañino, lo justo y lo injusto”. El lenguaje no es “inocente”. La manera de expresarnos tiene incorporada nuestra cosmovisión. 

El empleo de las metáforas de la guerra para referirse a la pandemia actual ha sido tratado por varios articulistas. No podemos obviar que las metáforas constituyen un importante vehículo de comunicación. 

Sin entrar en la discusión entre la visión naturalista del lenguaje versus la visión convencionalista, que se remonta al Crátilo de Platón, la relación entre el lenguaje y la realidad es imposible de obviar. Recuerdo una cita de Aldous Huxley, donde dice que:

Las palabras son mágicas porque afectan las almas de quienes las usan. Hablamos despectivamente de ‘una mera cuestión de palabras’, olvidando que tienen poder para forjar el pensamiento de los hombres, para encauzar sus sentimientos, para dirigir su voluntad y su acción. La conducta y el carácter de los seres humanos están en gran parte determinados por la naturaleza de las palabras que solemos usar para expresarnos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea.

Teniendo estas palabras de fondo, restar importancia a las metáforas bélicas resulta, como mínimo, irresponsable.  

No olvidemos que, para la semántica cognitiva, asociada con George Lakoff y Mark Johnson, la metáfora no es tan solo una simple manera de expresarse, sino que constituye una de las estructuras cognitivas esenciales. La metáfora organiza el pensamiento, permitiendo que nuestras experiencias sobre la realidad sean ordenadas, sean coherentes y se pueda razonar sobre ellas. ¿Cuál es su función primordial? Precisamente, la metáfora facilita una comprensión, aunque parcial, “de un tipo de experiencia en término de otro tipo de experiencia”. Y es esa su valía; nos brinda “la otra mirada”, donde se privilegian algunos aspectos de la realidad, y se encubren y recalcan otros.  

Como advierten Lakoff y Johnson, cada una de las diferentes formas en que se estructura un mismo concepto sirve a distintos propósitos; cada metáfora se encarga de proporcionar un enfoque sobre el concepto y de organizar una o varias de sus particularidades.

Luego, hablar sobre la pandemia y sus daños necesita de un lenguaje claro, preciso, datos confiables, transparencia, solidaridad. Basta ya de cuentos sobre soldaditos, aunque sean de plomo, aunque sean provenientes del famoso cuento infantil.


*Presidenta de la Sociedad Venezolana de Filosofía.

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