Jesús María Aguirre
Me duele Caracas. He vivido en seis lugares distintos de Caracas en el oeste, el norte, el este y el suroeste; en quintas, bloques, edificios de apartamentos y ranchos; la he divisado mirándola desde las alturas del Ávila, haciendo el recorrido de la Fila desde Naiguatá hasta la Silla de Caracas; paseándome por sus avenidas y callejuelas en los buses grandes y en las busetas apretujadas; subiendo y bajando en jeep los barrios que la ciñen, caminando por sus tortuosas aceras entre árboles desaliñados y edificios cada vez más deslustrados; viendo desarrollarse el Parque del Este y nacer el Parque del Oeste; tumbándome en sus áreas verdes, renombrados cada vez que asciende un caudillo presuntuoso; viendo cómo se engalana cuando sube un presidente civil y cómo se engalona cuando asciende un militar; manifestando en sus avenidas en las protestas de los primeros de mayo; recorriendo sus entrañas en el metro en todas las direcciones, incluidas la extensiones ferroviarias, desde la época esplendorosa y limpia de su inauguración en 1983 hasta la horrorosa y sucia de 2018.
Tomo las palabras de Rafael Cadenas cuando le pidieron un escrito sobre la ciudad, allá por el año 1991, y dijo: “un tema que no conozco, pero padezco: la ciudad”. Y comparto su aguda observación: “los pueblos que siguen siendo hispánicos, tienen un centro -iglesia, plaza, mercado, etc.-, pero están también acechados o muertos. Quieren imitar las capitales de distrito, que imitan a las del Estado, que imitan a la capital de la República, que imita a las ciudades norteamericanas. ES QUE NO HAY CENTRO.” Más aún es una ciudad desmembrada entre conjuntos desarticulados, edificios expropiados e invadidos, islas y plazoletas convertidas en escombreras, una plaza Bolívar transformada en un reducto sectario; museos con vida lánguida; edificios del patrimonio público maquillados con una pintura que se deslava con un mes de lluvias; con un palacio de Miraflores aislado vialmente por temores permanentes de alzamientos; una urbe centrífuga, que llama a la huida hacia el interior, hacia las fronteras…
Me duele Caracas, y más después del descuartizamiento a que la ha sometido este régimen, a pesar de los maquillajes del Bicentenario de la República.