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Libros: Arrebatos de total libertad

Ricardo Bello*

Este trabajo versa sobre el libro De que vuelan, vuelan, de la Licenciada en Letras y en Etnología Michaelle Ascencio

10.1.1
Título: De que vuelan, vuelan
Autora: Michaelle Ascencio
Editorial: Alfa
Año: 2012

El más reciente libro de la antropóloga Michaelle Ascencio (De que vuelan, vuelan. Imaginarios religiosos venezolanos de la Editorial Alfa, 2012) se inicia con una reflexión sobre el problema del origen del mal y cómo el asunto ha sido explicado por la mitología y la religión.

Dos posibilidades: los seres humanos son responsables o culpables de su destino, como consecuencia de algún error, pecado, falta u omisión de tipo personal;  o bien el mal proviene del exterior, de algún dios o espíritu que domina y somete, castigando o premiando a los seres de acuerdo a su arbitrio. Culpa o persecución, responsabilidad o resentimiento, libertad o sometimiento. En las religiones monoteístas, afirma Ascencio, predomina la culpa y en las politeístas la persecución. Si no soy responsable de mis fracasos, otro lo es. Si no soy capaz de aceptar mi debilidad, las carencias personales que me impiden construirme un mundo a imagen de mis aspiraciones, alguien se opone a mí y debo enfrentarlo, responsabilizarlo de mis ausencias. Me hubiera gustado escuchar de la profesora su definición de la culpa. El origen de la culpa y el debate sobre el pecado original tiene en el cristianismo una profundidad extrema. ¿Rezago karmático generacional o incapacidad nuestra para asumir obligaciones personales y colectivas? El asunto termina refiriéndose siempre al locus, al lugar o espacio donde nace la decisión de construirse un destino.

Earl Shorris, un gran educador norteamericano que falleció hace pocas semanas, escribió su experiencia al afrontar este problema en New american blues. A journey through poverty to democracy (NY, Norton, 1997), donde cuenta cómo decidió iniciar a convictos, prostitutas e indigentes en el estudio de la filosofía en cursos de nivel universitario, justamente para que aprendieran a razonar sobre sus problemas. La cultura no es la basura que nos arroja la propaganda política y que podemos encontrar en algún panfleto tirado en la acera en cualquier acto de masas. La educación es fundamental porque solo ella nos muestra la manera de salir del laberinto de la pobreza y la miseria. Solo al restringir la libertad al más estricto espacio personal, reduciendo el locus de la superación a la dimensión de la conciencia individual, podremos realmente hacerle frente a nuestros problemas. Los resultados de Shorris fueron extraordinarios: casi todos sus alumnos lograron superar una vida de crimen y decadencia familiar e ingresar a los espacios de la democracia y la vida pública, a la esfera social, a la posibilidad de ser felices y hacerse cargo por primera vez de sí mismos.

 Conducta victimológica

La conducta victimológica está cercana conceptualmente a la caracterización de la religión politeísta, sostiene Ascencio. La víctima no acepta la posibilidad de que el Mal o los malos resultados de algún proyecto –vital o profesional– estén relacionados con sus carencias personales. La víctima encuentra siempre algún perseguidor, empeñado en hacerla sufrir. Y si no lo encuentra lo imagina, así la figura que reciba la encomienda de llevar en sus espaldas el peso de la acusación no tenga nada que ver con su dilema personal. Existen dos tipos de perseguidores, recuerda la autora: sobrenaturales o humanos; o son espíritus, entidades, diablos y muertos o son gente envidiosa, falsos amigos, enemigos, pertenecientes a su entorno más cercano. No existe la posibilidad de ubicar el locus del problema existencial en la dimensión psicológica de la víctima. No es asunto de libertad o libre albedrío. Ella nunca tiene la culpa de nada, son los demás que se empeñan en destruirla. Donde difiero de la profesora es en que no todos los rezos son coacciones al Dios, esfuerzos por someterlo a nuestra voluntad para que nos ayude con nuestras iniciativas. No es lo mismo un baño para la buena suerte y limpiar el aura, que una medallita de la Virgen o hacerse el horóscopo. No todo está condicionado a la búsqueda de algún bien ulterior. No todo puede ser reducido a la condición de rito mágico que procura alguna solución material o espiritual a problemas difíciles de  manejar. Ella sostiene que: “Podríamos resumir este punto diciendo que ninguna religión está exenta de la dimensión mágica en la procura del bien personal o colectivo.”

Interesante la cita del libro Oedipe africain de los antropólogos Marie Cécile y Edmond Ortigues, cuando afirman que “el paso de una cultura tradicional a una cultura moderna implica una transformación de la conciencia del mal.” El individuo que hace el esfuerzo por responsabilizarse de sus acciones, sin acusar a terceros o chivos expiatorios de su incapacidad, exhibe un rasgo propio de las culturas modernas. Recurrir a la persecución para afrontar el problema del dolor y el mal es una conducta premoderna. No toda acción religiosa, así lo afirme Max Weber, se inicia con el propósito de alcanzar algún bien en la Tierra, en esta vida. La religión no es solo una representación de las relaciones sociales que buscan legitimar un status económico o político. Su libro es interesante por las preguntas que hace, por la curiosidad intelectual que anima su investigación y si bien a ratos reconoce la otra dimensión de la religión, aquella no anclada en la dimensión sociológica  –la simbólica y mística–, su interés está en precisar las coordenadas sociales de la práctica y la imaginación religiosa en Venezuela. Me interesa la lectura porque a fin de cuentas quiero aprender modos de acrecentar mi responsabilidad por mis actos y aprender a cuidar bien a mi familia. Intento lograr mayor disciplina, reconocer dónde estoy fallando, cuál es mi culpa, mi falta, mi debilidad, mis errores, para aprender de ellos. La religión me ofrece una metodología, una herramienta para mejorar mi calidad como ser humano. Pero no me acerco al altar o a la lectura de textos sagrados para conseguir un empujoncito en la vida, sino por amor al Santísimo y para aprender a ver el mundo tal cual es, sin engaños, sin condescendencias que excusen alguna debilidad personal. O como dice el padre Jesús María Aguirre al establecer el marco conceptual de su Informe sociográfico sobre la religión en Venezuela (SIC, junio 2012): “… al hablar de religión nos referimos a un sistema de representaciones que postula la existencia de Dios o de dioses para dar un sentido último a la existencia humana.”

Do ut des (doy para que me des) no es la fórmula que rige los intercambios entre los seres humanos y la divinidad, ese quizás sea el comportamiento exclusivo de religiones politeístas que hacen hincapié en la persecución. No es la fórmula que explica el comportamiento religioso en el mundo moderno o en las culturas monoteístas. La práctica religiosa no es un contrato entre el devoto y la divinidad a fin de conseguir altos dividendos. Todo ser humano, sostiene el psicoanalista junguiano James Hillman, tiene dentro de sí una idea, una imagen, un arquetipo de la persona en la que se transformará, que guía su crecimiento e impulsa y alimenta su proyecto de vida. Las raíces de la inquietud religiosa están más bien en esa necesidad de encontrar el modelo, de conectarnos con la energía que será capaz de guiarnos hacia todas nuestras potencialidades que intuimos en nosotros, del mismo modo que una semilla de samán o de caoba, por diminuta que sea, contiene la potencialidad  para crecer y asombrarnos con su fuerza, tamaño y belleza. La causalidad entre un acto de magia y las consecuencias materiales que ésta puede tener no son capaces de explicar el misterio del aprendizaje y la evolución, meta de todo pensamiento auténticamente religioso.

Hace poco revisaba los trabajos que me escribieron mis alumnos en el Seminario Nuestra Señora del Socorro en Valencia, donde imparto desde hace cuatro años la asignatura Historia de la cultura, y que tocan justamente el tema del libro de Michaelle Ascencio. Les mandé a leer La idea de lo santo de Rudolf  Otto y me escribieran sus comentarios. La idea era que leyeran el libro y lo discutiéramos en clase. Es difícil que estudiantes de teología escapen al prejuicio académico ejercido por el racionalismo, así como buena parte de la ortodoxia, empeñada en crear dogma y doctrina. La categoría de lo santo no involucra solo un apetito o deseo por imaginar el mundo del otro lado de la muerte. Aceptar lo misterioso consiste más bien en abrirle las puertas a todas las potencialidades del hombre. Igual ocurre cuando los personajes del Tolkien en The hobbit y Lord of the ring cruzaban aquella puerta a lo salvaje, justo en las fronteras del Shire: ya nada será igual. Pocos se atreven a cruzar ese lindero invisible, sobre todo en el claustro universitario. Si reducimos el estudio de la religión a un esquema sociológico, dejamos por fuera la dimensión de lo santo, que es justamente el centro, el meollo del asunto. Cómo no recordar también a un amigo de Tolkien, C. S. Lewis, cuando pone al Diablo a sugerirle estrategias a su sobrino en The screwtape letters para desarticular la experiencia religiosa en los humanos: sobre todo entusiásmalos a que no pierdan de vista la vida real y si se entusiasman por las ciencias, preferiblemente la economía o la sociología. El intento por comprender las prácticas religiosas de los venezolanos, utilizando exclusivamente el método sociológico, es como explicar el Liebestod de Isolde al final del tercer acto de la ópera Tristan und Isolde de Wagner concentrándonos en la controversia política que intenta imponer un personaje secundario como Melot, celoso de Tristan y del aprecio que le tiene el Rey Mark. Seremos incapaces de entender nada. Y eso le ha pasado a mucha gente, a Clara Shumman entre otros. Los seminaristas estaban claros: debemos contrastar al pensamiento de Rudolf Otto con el de Emile Durkheim, quien argumentaba que la sociedad es el alma de la religión. El coraje necesario para asumir el compromiso de cuidar a los demás  – y ese es el corazón de la ética cristiana -, no pueden ser explicados a partir de la fórmula de coacción a Dios. Al entregar y dedicar mi vida a otros, lo que cualquier madre o padre de familia hace todos los días, o cuando desaparece mi experiencia personal (historia, formación o status) para asumir el presente como única dimensión posible de la temporalidad, aparecen demasiadas puertas que no se cruzan con muletillas intelectuales.

*Agricultor y Doctor en Letras por la USB.

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