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Lecciones de una elección

jueves02_Ariana Cubillos_Associated Press

Por Germán Briceño Colmenares*

No es infrecuente que alguien que se encuentre física, temporal o emocionalmente distante de un problema o situación, sea capaz de verlo con una perspectiva distinta y no pocas veces novedosa respecto de la que tenemos quienes estamos inmersos en su fragor. La proverbial perspectiva de la distancia suele así aportar valor y claridad. Pues bien, ha sido el siempre perspicaz corresponsal del New York Times, Anatoly Kurmanaev –quien durante años vivió entre nosotros y ahora nos observa desde México–, el que en mi opinión mejor ha descrito lo ocurrido en las elecciones regionales del pasado domingo.

Dice el bueno de Kurmanaev que, a diferencia de Daniel Ortega, Maduro no necesita encarcelar a todos sus oponentes, puesto que ha logrado perfeccionar un sistema más sofisticado. Mediante la siembra de apatía, la división de la oposición y la movilización de una pequeña base de afectos, es capaz de barrer una elección, incluso con observación internacional. Veamos.

Efectivamente, la apatía, traducida en abstención, fue el elemento central de estos comicios. Excluyendo las cuestionables elecciones parlamentarias de 2020, la participación fue la menor observada en más de veinte años. Paradójicamente, esta estrategia de desestimular el voto ha hecho mella en el chavismo, que a duras penas logró movilizar la menor cantidad de simpatizantes de su historia electoral. En esto de promover la abstención, el régimen ha encontrado un aliado improbable: la propia oposición. Su actitud bipolar de llamar un día a abstenerse y el siguiente a votar, ha provocado que obtuviera también uno de sus peores resultados.

Nadie discute que las condiciones electorales estén lejos de ser las idóneas, y así lo ha ratificado la misión de observación de la UE, pero a estas alturas es evidente que la abstención no mejora dichas condiciones, ni logra por sí sola otro objetivo. El resultado de estas erráticas y contraproducentes tácticas ha sido que la apatía ciudadana se ha convertido en uno de los más arduos desafíos para el cambio político. Cuando la gente se da cuenta de que ni las movilizaciones ni el voto producen cambio alguno, le dan la espalda a la política y se enfocan en su propia supervivencia. El rescate del voto (lo cual implica luchar por sus condiciones) como instrumento democrático es, por tanto, una tarea esencial e impostergable.

Respecto de la división de la oposición, se han aventurado todo tipo de estimaciones y especulaciones sobre su impacto. No está claro si pueden meterse todos los votos distintos al chavismo en un mismo saco, pero es evidente que si se hubieran producido acuerdos o al menos si se hubieran utilizado mecanismos democráticos para dirimir las diferencias, hay pocas dudas de que los resultados hubieran sido mejores. En particular porque esos mismos conflictos, que eran un torneo de pequeñas ambiciones, mezquindades y sectarismos, fueron uno de los principales motivadores de la abstención. Otra tarea imprescindible es, por tanto, democratizar a la oposición y mejorar su coordinación.

Por último, mucho se habla de que el régimen logra movilizar a sus bases mediante el intercambio de favores o la promesa de beneficios. Algunos han querido ver en esto un chantaje o una coacción. El tema puede ser objeto de debate, pero en el fondo, todo voto es un intercambio al menos en potencia. Todo voto se otorga en espera de obtener algo. El problema surge precisamente cuando no se espera nada del voto. Y aquí se presenta otro de los retos pendientes de la oposición. O somos capaces de hacer una propuesta atractiva, concreta y factible que aborde los problemas reales de la gente, o sería muy injusto y hasta iluso esperar recibir un voto a cambio de nada.

Deberíamos ser partidarios de una idea de la política como arte de lo objetivo, lo concreto y lo posible, alejada de la retórica hueca y las consignas sin contenido. Una idea que fue insuperablemente plasmada por C.S. Lewis en su memorable ensayo El veneno del subjetivismo. Decía el gran irlandés:

Mientras creamos que el bien es algo que hay que inventar, demandaremos de nuestros gobernantes cualidades tales como “visión”, “dinamismo”, “creatividad” y cosas por el estilo. Si regresáramos a la visión objetiva, pediríamos cualidades que son mucho más escasas y mucho más beneficiosas- virtud, saber, diligencia y capacidad. La ‘visión’ está a la venta, o pretende estarlo, en todas partes. Pero a mí que me den un hombre dispuesto a hacer el trabajo de un día por el pago de un día, quien rechace los sobornos, quien no invente sus datos y quien haya aprendido a hacer su oficio.

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