Luisa Pernalete
No se me quita la imagen de mi cabeza. Joven, no sé cuántos años, pero joven. Contó, con voz quebrada, ante las cámaras que su madre, maestra de preescolar, iba en una buseta, la atracaron y la mataron. “Sólo cargaba su celular en la cartera…la mataron”, y pudo transmitir su dolor, con pocas palabras. Mala noticia de sábado.
Diego Osorio es nombre. No, no lo conozco, tampoco a su madre: Rosa Osorio, maestra, pero igual me duelen la tristeza de Diego y la muerte de su madre Rosa. Vivía en Petare y trabajaba en un preescolar. En la noticia dijeron que era muy apreciada. No me extraña. Normalmente las docentes de este nivel suelen ser muy buenas personas. Cuando seleccionaba candidatas para nuestros centros y preguntaba por qué habían elegido ser educadoras de los más pequeños, escuchaba con frecuencia “porque me gustan los niños”, y claro, esa es una gran base para ser buena maestra.
Tengo muchas historias bonitas de maestras de preescolar que se ganaron el cariño de alumnos y de sus familias. Recuerdo una vez que vinieron de Europa unas estudiantes de Educación como voluntarias a hacer pasantías en un colegio de Fe y Alegría en San Félix, el cual está ubicado en una comunidad muy pobre. Cuando terminó su pasantía y llegó la hora de despedirse, una niña se le acercó a su “maestra temporal” y le dijo que ella había hablado con su madre: “Te puedes quedar con nosotros maestra, puedes vivir en nuestra casa, te vamos a prestar una cama. ¡No te vayas!”. Imagino la casa, de espacio reducido como todas las de ese barrio, y la niña pensando dónde podría dormir su maestra. ¡Conmovedor! Los niños devuelven bien por bien.
Pienso en la maestra Rosa, que no conocí, pero seguro que era “buena gente”. Pienso en sus alumnos, cuando en septiembre vuelvan y ya no la vean más. Cuando matan a una maestra no sólo quedan sus hijos huérfanos como víctimas, quedan todos sus alumnos actuales y los que vendrían. ¡Es una tragedia!
Sigo pensado en su hijo Diego. “No va a pasar nada. Los culpables andarán sueltos”, algo así dijo con su mirada humedecida.
Algún lector podrá decir que la muerte de Rosa es una más, pero una maestra menos no quiero que sea una “última noticia” de esas que rápidamente pasan a penúltima y luego quedan en el olvido. Una maestra menos es una víctima más de la violencia delincuencial – que en el 2016 acabó con más de 28.000 venezolanos según datos del Observatorio Venezolano de la Violencia- y eso tiene que dolernos. Un asesinato más es expresión del fracaso de los planes gubernamentales para enfrentar el delito. A la maestra Rosa le pegaron 5 tiros: ¿Qué es de la vida de los planes de la extinta Comisión Presidencial para el Desarme? ¿De dónde sacan los delincuentes tantas balas? ¿Por qué hay tanto funcionario en las protestas y tan pocos cuidando a los ciudadanos?
Acompaño a Diego y a su hermanito en este duelo. Sus lágrimas me recuerdan que hay que mucho qué hacer en este país, no es tiempo de abandono de causas, ni siquiera es tiempo vacaciones.