Un 20% de la carne de vaca, un 35% del pescado y un 45% de las frutas que producimos al año se pierden. Un gráfico del quinto libro de la colección ‘El estado del planeta’ dedicado a la nutrición
El País
Educar las preferencias de los consumidores es vital para mejorar la nutrición. Pero, ¿qué hay de las cantidades? ¿Sabemos comprar? Ya hemos mencionado en otros capítulos la escandalosa cifra de la pérdida y el desperdicio mundial de alimentos: según la FAO cada año 1.300 millones de toneladas de comida acaban en la basura, un tercio de la producción total. Ningún país es capaz de no desperdiciar alimentos, todos lo hacemos en proporciones similares. Sin embargo, dependiendo de los ingresos de cada país, la pérdida y el desperdicio de alimentos se produce en unos puntos de la cadena alimentaria o en otros.
En Europa, los Estados Unidos, el Japón, China y Australia el mayor desperdicio de alimentos ocurre durante la distribución y en el último eslabón de la cadena, el consumidor –compramos más de lo que podemos comer y a menudo dejamos que la comida caduque en nuestra nevera-. También regulaciones a menudo creadas para resolver otros problemas provocan fuertes desperdicios –por ejemplo, las subvenciones a la producción de algunos productos que favorecen un excedente que no llega ni siquiera a recolectarse–.
En cambio, en los países de ingresos bajos la pérdida de alimentos se produce en prácticamente todos los eslabones de la cadena alimentaria, desde la producción al almacenamiento o el transporte. La razón suele estar relacionada con infraestructuras deficientes, tecnologías obsoletas y falta de recursos para invertir en la producción. También se producen grandes pérdidas debido a la meteorología y a la incertidumbre de los mercados. En África, por ejemplo, se pierden anualmente 13 millones de toneladas de cereales durante las operaciones posteriores a la cosecha, el 15% de su producción total.
Las pérdidas se definen como “la disminución de la cantidad o calidad de los alimentos”. En concreto son los productos agrícolas o pesqueros destinados al consumo humano que no llegan a consumirse o que han perdido calidad, algo que se refleja en su valor nutricional, económico e inocuidad alimentaria. Una parte importante de esas pérdidas de alimentos es el desperdicio, es decir, son alimentos inicialmente destinados al consumo y que son desechados o utilizados de forma alternativa (no alimentaria) –ya sea por elección o porque se haya dejado que se estropeen o caduquen por negligencia–.
Las estimaciones indican que la energía desperdiciada durante estas pérdidas y desperdicios de alimentos representaría más del 10% del total de la energía consumida a nivel mundial en la producción de alimentos. A esto habría que sumar la huella ambiental por la generación de emisiones de gases de efecto invernadero y el desperdicio de los recursos naturales utilizados durante su producción. En definitiva, la pérdida de alimentos es uno de los eslabones negros que dificultan la transformación de las cadenas de valor alimentarias en sostenibles.
Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/05/18/planeta_futuro/1526634278_986762.html