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La violencia espiritual, física y moral que la familia ejerce hacia el niño es el germen del horror”

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REUTERS/Chris Pizzello/Files

El director mexicano gana el premio a la mejor dirección en los Globos de Oro por ‘La forma del agua’, historia de amor entre un ser anfibio y una limpiadora muda

Carmen Cocina

Otro mundo –uno verdaderamente fantástico– es posible. Guillermo del Toro (Guadalajara, México, 1964) ha puesto su granito de arena para acercar ese deseo a la realidad al lograr que una película de género (fantástico) se erija como triunfadora absoluta en uno de los cuatro grandes festivales de cine del mundo (Venecia) y se lleve el Globo de Oro a la mejor dirección (además de mejor banda sonora). Un hito para la historia y una bofetada en la cara para ese núcleo duro de la crítica anclado en una trasnochada concepción del séptimo arte, según la cual el fantástico no es lo suficientemente serio.

Pero ahí lo tenemos: la historia de una limpiadora muda que se enamora de un maltratado anfibio humanoide en los pasillos grises de un laboratorio estadounidense durante la Guerra Fría disparaba los niveles de empatía y se llevaba el premio gordo en el pasado festival de cine de Venecia. Poca broma. Hablamos, claro, de la nueva película de Del Toro, La forma del agua, que se estrena en España el 16 de febrero.

El realizador mexicano, antidivo donde los haya, se lo toma con calma: “No creo que un solo caso cambie algo a nivel general”. Más conciliador que categórico, pero siempre con las ideas claras, su discurso en La forma del agua ha de entenderse menos como una llamada a la insurgencia (aunque también) y más como una reivindicación de la diferencia individual frente a la asfixiante uniformidad institucional. Algo sobre lo que un inconformista como Del Toro no podrá menos que despacharse a gusto durante esta entrevista.

PEP ESCODA

‘La forma del agua’ es la primera cinta fantástica en obtener el galardón a la mejor película en el Festival de Venecia. ¿Cree que se avecina un cierto aperturismo respecto al no pocas veces infravalorado cine de género? No sé si es para tanto. Con mayor o menor fortuna, llevo un cuarto de siglo haciéndolo. En mi carrera existe una coherencia que permite que la gente diga: “Bueno, esto es lo que él hace, se llame como se llame”. En todo caso, el género nos ha brindado algunas de las imágenes primigenias y primordiales del cine: Nosferatu, el Frankenstein de James Whale, Lon Chaney… El cine nace con dos vocaciones: la de crónica, encarnada por los Lumière, y la de fábula, por Méliès. Inevitablemente, ambas se combinan. Tolkien expresaba una máxima preciosa en su libro Cuentos de hadas: “Hay que hacer el mundo lo suficientemente reconocible como para anclarnos en una realidad y lo suficientemente mágico como para transportarnos fuera de ella”.

Su obra es prolija en monstruos y fantasmas. ¿De dónde parte esta inclinación? Arranca ya en mi infancia. En mi país existe una tendencia a la fabulación, lo que llamamos alebrijes: mundos fantásticos que acercan lo mágico a lo posible. Crecí en los sesenta, disfrutando el cine fantástico de Universal y el de terror de la Hammer, así como de una enorme invasión de caricaturas y películas de ciencia ficción japonesas. Fue un momento muy rico y todo ello convergió en mi imaginación de niño.

Tiende a mostrar una vis amable de los seres sobrenaturales. ¿A qué responde esta simpatía? El género de terror presenta desde sus orígenes una escisión: la visión proestructura, en la que el monstruo, la otredad, se presenta como un agente del más allá que da miedo, y la visión proanarquía, en la que es un mensajero que despierta empatía, conectándote a una realidad terrenal. Hay películas xenófobas, donde se teme al que viene de fuera, y hay películas integradoras, en las que el monstruo es el más humano del elenco. Nadie va con los aviones en King Kong, todo el mundo apuesta por el gorila. Supongo que esta segunda opción encaja mejor con mi forma de entender el mundo.

Muchos de sus personajes son criaturas frágiles que encuentran alivio en otros que sufren. ¿Qué es más común, la empatía o la voluntad de someter? Lo que nos mueve a la acción es la empatía. En casi todas mis películas cada ser es incompleto por separado. Es al unirnos cuando nos completamos. La unión lleva a la autoaceptación y da fuerza a los diferentes, que por su condición son invisibles para el mundo.

¿De dónde surgió la idea para ‘La forma del agua’? Empezó cuando tenía seis años. Vi La mujer y el monstruo en la televisión, esa criatura nadando bajo Julie Adams y su bañador blanco. Me enamoré de ambos y de la idea de ese amor: quería que acabaran juntos, cosa que no ocurrió. Así que se me grabó en la cabeza la idea de corregir ese error cinematográfico [risas]. Busqué muchas formas, hasta que, en 2011, desayunando con Daniel Kraus [coescritor de su novela Trollhunters] me dijo: “Tengo esta idea de una mujer que trabaja limpiando en una oficina ultrasecreta en la que hay un anfibio”. Me pareció el camino perfecto, porque era poco usual. Si vas a contarme una película de superhéroes, me interesaría saber qué pasa cuando ellos se van: quién le lava la ropa a Superman, quién le limpia ese hogar llamado La Fortaleza de la Soledad. Con mi película pasa igual: prefiero centrarme en el punto de vista del monstruo y de la gente que lo cuida.

¿Por qué decidió ambientar la historia en los tiempos de la Guerra Fría? Es un reflejo del presente. El sueño americano que evoca Trump con su “hagamos América grande otra vez” es idéntico al estado mental de EE UU en 1962, con JFK en la presidencia, la carrera espacial, las urbanizaciones, los coches de diseño… Era la época ideal para el hombre blanco protestante anglosajón, pero si pertenecías a una minoría estabas jodido. Eso es justo lo que está pasando ahora: día a día vivimos la represión, el racismo o la intolerancia sexual igual que ocurrió con ese sueño que nunca terminó de concretarse, porque todo parecía estupendo hasta el asesinato de Kennedy y la escalada de violencia en Vietnam.

PEP ESCODA

La enemistad entre Trump y Kim Jong-un es alarmante. Si usted escribiera un guion sobre ello, ¿habría forma de reconducir la situación sin recurrir a un ‘deus ex machina’? La situación global es de un surrealismo espeluznante. El día a día escapa a mi comprensión. Una centésima parte de los escándalos que se han destapado debería haber bastado para producir un cambio presidencial en EE UU. Lo que hace diferente nuestro tiempo es que sus ciudadanos, estén a la izquierda o a la derecha, son increíblemente activos: en Twitter, votando, haciendo donaciones… La población se ha activado políticamente como nunca antes. El cambio vendrá de las personas. De los políticos solo puede esperarse politiquería. Ellos sí me quitan el sueño.

¿Es entonces lo individual una alternativa sólida a lo institucional? Absolutamente. Y la colectividad puede darse sin instituciones de por medio. Una familia cuyos miembros viven por separado, pero con la voluntad de permanecer unidos, es una gran familia. El ejército, la Iglesia, la escuela y la familia son estructuras que se unen y sostienen mutuamente no por deseo de cada uno de sus miembros, sino por ideologías. Y la ideología es la muerte del pensamiento.

Sus películas exploran a veces el origen del mal, que suele explicar como fruto de un trauma. ¿Cree que no existe el mal por generación espontánea? Salvo en contadas ocasiones, el crisol de la maldad está en la infancia. Si pudiésemos obviar en una generación, solo en una, el maltrato y la incomprensión, el mundo cambiaría. La violencia espiritual, física y moral que la familia ejerce hacia el niño es el germen del horror.

Sigue apostando por efectos especiales mecánicos, a pesar de rodar en digital. ¿No es un anacronismo curioso? Me gusta usar efectos físicos siempre que es posible y adoptar el digital con mesura. Esta es ahora la segunda naturaleza del cine, y lo vivo de forma muy espontánea, aunque a veces volvería al celuloide únicamente por la posibilidad que brinda de formatos más grandes. Algunos directores, como Tarantino o Nolan, han abogado expresamente por la recuperación del analógico, pero yo me encuentro muy cómodo en el digital.

La industria audiovisual apuesta ahora por las series, que viven su edad de oro gracias a plataformas de pago como Netflix o HBO. Usted mismo está detrás de una, ‘The strain’. ¿Cree que a la larga esta tendencia acabará pasando factura al largometraje y la experiencia en sala?  Se dice que las series están ganando terreno al cine y que acabarán matándolo, igual que se dijo que el cine mataría a la radio, la televisión al cine y la radio a la lectura. Pero seguimos teniendo radio, tele, cine y hasta ópera. Los medios cambian de tamaño y de público, pero no desaparecen. No creo que el cine vaya a desaparecer, sí que va a transmutarse. Hay una parte de esa narrativa de arco largo que se puede ir a la televisión por cable, pero sus imágenes no tienen la permanencia que tienen en el cine. Las anécdotas y los personajes, sí; nunca se te va a olvidar un Walter White [protagonista de Breaking bad]. La narrativa ahora mismo se está decantando por estos ganchos, que funcionan muy bien en televisión. Pero la imagen, la sugestión, la emoción, para mí siguen estando en el cine.

Ha cumplido 53 hace poco. ¿Cómo lo ha celebrado? Me reuní con unos amigos en Londres para cenar en el restaurante The Ivy, en el que sirven un pollo asado excelente. Tardan mucho en hacerlo, pero la espera merece la pena. Como casi todo en este mundo.

 

 

Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/01/02/icon/1514913445_655632.html

 

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