Por Antonio Pérez Esclarín
El dos de septiembre se cumplen 21 años de la muerte en Viena del famoso psiquiatra judío Víktor Frankl. Su mensaje después de tres años en los campos de concentración nazis, a favor de la dignidad y la libertad del hombre, de los valores humanos y la esperanza, resultan muy pertinentes para cultivar una actitud positiva y militante en esta atormentada Venezuela de hoy.
En el libro “El hombre en busca de sentido”, dónde relata su experiencia en los campos de concentración, confiesa que después de una carrera brillante en Viena, pasó a ser tan sólo el número 119.104 y se encontró “con su existencia literalmente desnuda”.
La comida diaria era un plato de sopa aguada y un pedazo de pan. El trabajo era durísimo, con temperaturas de hasta veinte grados bajo cero en invierno. La tentación diaria de los presos era tirarse contra la alambrada electrificada.
Frank se prometió no quitarse la vida, sino ponerla al servicio de los demás, aliviar en lo posible su dolor. Así, fue aprendiendo “el arte de vivir” y comprendió que “hasta las cosas más pequeñas pueden originar las mayores alegrías”.
Un día tuvo la posibilidad de huir, pero no quiso abandonar a un enfermo que lo necesitaba; “una vez tomada la decisión, escribe; encontré una paz interior que nunca había experimentado antes”.
Frank pensaba que el hombre que se hace consciente de su responsabilidad ante los demás, ante la familia, ante el país, no puede rendirse ni malgastar su vida en cosas triviales.
El 27 de abril de 1945, fue liberado por las tropas norteamericanas. Pero todavía le faltaba beber la copa del sufrimiento hasta las últimas gotas: poco a poco fue descubriendo que sus padres, su hermano y su esposa habían muerto en los campos de exterminio nazis.
Se quedaba solo en el mundo, con sus dolorosos recuerdos, pero con la firme decisión de vivir la vida intensamente y ayudar a otros a encontrar el sentido y la misión de sus vidas.
A lo largo de toda su aventura humana, Frank siempre recordó una frase de Nietzsche: “Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo”. Quien tiene una meta que merece la pena, un ideal por el que luchar, no puede rendirse y su vida se irá llenando de sentido aun en las mayores dificultades y sufrimientos.
Hasta el dolor puede ser una oportunidad de desarrollo, de aprendizaje y de madurez.
La plenitud de la vida está en el amor, en vivir para algo, para alguien, en ayudar a cada persona a descubrir y realizar su misión en la vida.
En su obra “La vida como tarea”, Frankl escribe: “Ser hombre es ir más allá de uno mismo. La felicidad no hay que buscarla por sí misma; es una consecuencia, es el fruto maduro de una vida de entrega a los demás, de una misión cumplida, olvidándose de uno mismo”.
Y cierra su obra “El hombre en busca de sentido” con estas palabras: “Después de todo, el hombre es el ser que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme y la cabeza erguida, musitando una oración”.
De nosotros depende: rendirnos, lamentarnos o tratar de acomodarnos e incluso aprovecharnos del desastre que vivimos; o trabajar con decisión y pasión por salir de él, estando incluso dispuestos a pagar las consecuencias de nuestra opción por la libertad y la dignidad para todos.