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La utopía de Tomás Moro y el Brasil de los jesuitas

Domingo Alberto Rangel

 Paraguay, como país, viene afrontando crisis que nunca culminan y conflictos que no tienen desenlace. Es como si dijésemos que la hermana república de los guaraníes no sale de una sola crisis. La historia del Paraguay ha sido un cuento de hadas con despertar de historia de gánster. Fue en la América del Sur el país que más resistió a los españoles. Varias expediciones, despachadas desde Buenos Aires para someterlos, fueron todas ellas derrotadas. En eso llego la compañía de Jesús a orillas del Río de La Plata y observaron algunos curas una debilidad entre los indígenas por la música. Los jesuitas sugirieron al Gobernador español de Buenos Aires cambiar la táctica. Emplearían la música como instrumento de penetración. Organizaron colosales orquestas y tocando sin paréntesis remontaron el Río Paraná y sus fuentes más caudalosas. No necesitaron disparar un sólo tiro.

En poco tiempo la región que hoy conocemos como República Oriental del Uruguay era ya una gema muy brillante en la corona de la monarquía española. Otras regiones, como lo que hoy llamamos Paraguay, situada entre los ríos Paraná y Paraguay, caerían también en la cesta donde los españoles estuvieron durante más de un siglo arrojando los frutos que caían intactos. Mientras toda la América del Sur pasaba a contar entre los dominios de sus majestades los reyes de Castilla y Aragón, federados en una unión real que los juntaría por unos siglos que aun no han terminado, en las tierras que la costumbre o la educación terminarían dando distintos nombres, los españoles terminarían siendo rechazados.

Los salvó el genio de los jesuitas al constatar la debilidad extrema de los aborígenes por la música. Precedidos de varias orquestas y bandas, y juntando todo tipo de instrumentos, de vientos, de percusión y de cuerdas, los jesuitas fueron acogidos con risueña simpatía. Los reyes de Castilla y Aragón decidieron hacer algo que curaba o recogía el espíritu de la época. Crearon una especie de coto cerrado en el Paraguay, el cual siendo declarado tierra o zona de misiones quedó cerrado a perpetuidad. Ningún español podía ingresar a este Paraguay, aislado del periodo colonial. Apenas cada seis meses, un puñado de curas jesuitas y un numeroso conjunto de canoas, impulsadas por el remo de varios indígenas, bajaba a Buenos Aires donde los indígenas vendían cuanto habían traído. Terminadas las ventas de sus productos los aborígenes procedían a comprar, allá mismo en Buenos Aires, todo cuanto hiciese falta en la colonia del Paraguay. Hechas estas operaciones y entregada al Gobernador español de Buenos Aires, regresaban los expedicionarios a la tierra de misiones. Esta tierra, digámoslo porque lleva a un aspecto vital, abarcaba no sólo el Paraguay, incluía también a los estados del sur de Brasil actual (Paraná, Santa Caterina y Río Grande do Sul) y se extendía por varias comarcas del actual estado de Sao Paulo. Los dominios por donde se extendieron los jesuitas en el Paraguay y en el sur del Brasil iban “grosso modo” del Río Paraná hasta las cercanías de la ciudad de Sao Paulo.

Impulsadas por una tendencia católica, inspirada por Thomas Moore, el Tomás Moro de los españoles, los jesuitas utilizaron la obra maestra de este pensador, “La Utopía” para organizarla. Organizaron en grupos de trabajo a los indígenas, respetando el colectivismo primitivo que existía entre ellos. El rey accedió a aquella solicitud y fue más allá, cerró las misiones jesuitas al mundo exterior. En la biblioteca nacional de Asunción, capital de Paraguay, se conserva aun el ejemplar del libro de Tomás Moro que sirvió de guía a los jesuitas para organizar a las misiones conforme a una pauta igualitaria y libre. Las misiones jesuíticas del Paraguay, tal como las viene recordando la posteridad fueron un ensayo noble y caballeroso muy propio del pueblo que engendró a Quijote. Hay allí, por encima de todo, un ideal humanístico, un himno a la especie que no ha tenido parangón en los tres siglos que ya nos separan de aquellos días. Gobernaban los indios en el territorio misionero, los jesuitas eran asesores supremos, suerte de elementos de orientación y de control que constataba en la labor diaria el grado de fidelidad del experimento que se estaba desplegando al original teórico consignado en el texto del filósofo inglés. Es la única vez que alguien en América ha visto al indígena con los ojos de la solidaridad y de la fraternidad. Eso honra a la cultura y, en general, al espíritu español que en los tres siglos de coloniaje mantuvieron este sublime ensayo.

Tuvo enemigos el experimento humanístico del cual serían beneficiarios todo el actual Paraguay y algunas regiones del Sur del Brasil. Los bandeirantes portugueses ya nacidos en el Brasil, fueron desde el primer momento sañudos enemigos de las misiones jesuitas. Nunca dejaron hasta 1800 de hostilizar las aldeas misioneras, poniendo fuego al techo pajizo de las viviendas para que cundiera el pánico. Los jesuitas dieron una respuesta memorable. En Buenos Aires, compraron varios libros de estrategia y en general de temas militares y los leyeron con cuidado, incluso obligaron a varios indios a leer aquella literatura. Conforme a las doctrinas militares que habían asimilado en aquellos textos, organizaron milicias y lograron inferir severas derrotas a los bandeirantes , pero era ya tarde. La independencia de América estaba inscrita en las páginas de la historia universal. Con ella cesaron las incursiones de los bandeirantes contra las misiones jesuíticas. El capitalismo brasileño no tardaría en alzar vuelo, Sao Paulo dejaría ser un vasto campamento para convertirse, ya avanzado o culminado el siglo XX en la más grande ciudad industrial de todo el orbe. Y las ciudades del Sur de Brasil, serían sus escoltas. Los indios guaraníes, olvidaron sus lenguas nativas que habían aprendido para comunicarse con los aborígenes. La primera gramática de la lengua guaraní fue redactada por un jesuita y hoy reposa también en la Biblioteca Nacional de la República del Paraguay.

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