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La polarización importada

desafio elecciones
Foto archivo WEB

Por Simón García

El conflicto de intereses que resume el proceso electoral norteamericano pone a prueba la fuerza de cohesión resolutiva de sus instituciones y la vigencia de valores que permitan defender derechos sin desconocer los de otros.

A pesar del choque al borde de la riña, en una disputa que se está decidiendo por menos de un punto en cuatro estados, se está imponiendo la superioridad de la democracia para mantener la unidad de una nación. La casi totalidad de sus líderes tienen pensamiento institucional.

El dictamen de la voluntad popular y la necesaria verificación de la transparencia en la emisión y escrutinio de votos dará un ganador incuestionable. La fuerza del voto, medio fundacional del acto democrático, alejará el temor de que por trastiendas se produzca un final que reponga un capítulo de Castillo de Naipes.

Junto con mirar el escenario principal, donde suceden los acontecimientos reales, hay percepciones sobrepuestas que se reflejan en nuestra aldea. En esta percepción sobrevenida destaca una polarización en las redes, como si estuviéramos contando votos en el condado de Baldwin.

Algunos encarnan la manía criolla de hablar cual jueces del mundo, como Pablo Medina que, al no encontrar fondo en su espumosa pompa, echa a volar sus extravíos para comunicarnos una súper victoria de Trump. En el otro lado de una mesa, donde algunas opciones están desapareciendo, otros apostadores se cruzan de brazos y se niegan a considerar que es la oportunidad para cambiar de barajas. Y comenzar a jugar dentro del país y no en la lotería de estrategias geopolíticas de grandes potencias.

Es difícil imaginar hoy que el fracaso catastrófico del modelo impuesto autoritariamente por Maduro ocasione una rectificación racional en la cúpula oficialista. Pero la destrucción del país y las calamidades sociales están detonando descontentos y rechazos en la base y franjas intermedias del chavismo. Hay pequeños indicios de rebelión en la granja que pueden llevar a Maduro a reabrir el esfuerzo de Oslo.

En la oposición, aún mayoritaria por su presencia en esta AN, está surgiendo un debate que llama a reorientar la estrategia. Solicitud que sólo ha hecho pública Juan Carlos Caldera de PJ. Un paso interruptus ya había dado Capriles al condicionar participación a mejoras en las condiciones electorales.

Un nuevo gobierno en EEUU pondrá a la oposición ante el dilema de cambiar o menguar. Además del triunfo demócrata, existen razones de país y objetivos no alcanzados que hablan de la urgencia de reasumir fuertemente una combinación de movilización pacífica a pequeña escala, rediseños organizativos y comunicacionales con decidida participación electoral. El triunfo de Biden refuerza las razones para despedir las aventuras de una invasión o la fractura violenta de la FANB.

Después de la desmoralización y la frustración que se producirá con una segunda entrega de la AN, que pintará de rojo rojito el mapa de Venezuela, la tarea principal de la oposición consistirá en recomponerse con una estrategia pacífica y electoral. Si el liderazgo actual no promueve ese viraje, surgirán nuevos actores y movimientos que lo impulsará.

El primer paso es quitarle oxígeno a la candela emocional que polariza los cerebros. La visibilización de barreras como el miedo, los prejuicios, la indiferencia por los hechos, la desvinculación de la gente acentuará las urgencias de poner fin a la visión autoritaria y conservadora sobre la transición. El autoritarismo en la oposición es el peor modo de combatir al autoritarismo revolucionario de este gobierno colapsado.

Hay que contener la importación de polarización que proviene de un mal espíritu del mundo que induce a guerras ideológicas, nacionalismos estrechos, fanatismos religiosos y rupturas emocionales con quienes manifiestan diferencias aún si son compañeros de luchas.

La reconquista de la democracia es reconstrucción permanente de equilibrios, integración plural y pensamiento despolarizado, no una cruzada para imponer dogmas, mitos y opciones excluyentes a las que se pide seguir sin debate, sin enmienda y sin consensos.

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