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La negación: soberbia indolente

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Javier Contreras

No sorprende la tozudez del gobierno y sus representantes cuando, haciendo gala de su habitual insensatez, afirman las supuestas bondades que su proyecto genera en la población. Aseguran, de forma compulsiva, que su trabajo está dando resultados, y lo que no se ha podido lograr es por culpa de la confabulación en su contra, identificando a todo el que piense distinto como el villano saboteador de las grandes iniciativas revolucionarias.

Este modelo de sociedad al que aspiró Chávez y sigue aspirando Maduro, no representa ninguna novedad; por lo tanto, los mecanismos utilizados tampoco son nuevos. Tristes recuerdos como los de Stalin en la Unión Soviética, Hitler en Alemania o Mussolini en Italia, sirven para dejar claro que las invocaciones pretendidamente ideológicas son superadas por un mismo fin: permanecer en el poder.  Si para alcanzar ese fin hay que destruir todo, se destruirá; luego las consignas establecidas harán lo suyo.

Que no haya honestidad en los miembros del gobierno se entiende, esto por lo anteriormente expuesto, pero en el ciudadano partidario de este gobierno debe haber honestidad, esa que le permita reconocer el fracaso del modelo imperante y su doloroso resultado, cuyos efectos padece cotidianamente. La inmensa mayoría de ciudadanos dice estar descontenta con la situación económica, pero muchos siguen dando su apoyo electoral al gobierno, alegando que del otro sector no hay una propuesta que enamore. Lamentablemente, no se trata de enamorar, esto se trata de realidad y necesidad de cambio.

La honestidad también se hace indispensable de cara al proceso de diálogo y negociación en República Dominicana. Cumplida la primera jornada, el resultado fue el previsible: las partes expusieron sus argumentos, fijaron fecha para un próximo encuentro y la comunidad internacional mostró su apoyo a la iniciativa. Hasta aquí todo bien. Deja de estar bien cuando funcionarios del gobierno declaran, públicamente, que una de sus peticiones indeclinables es que la oposición reconozca a la ilegitima asamblea nacional constituyente.

De ninguna manera la oposición y los grupos que la acompañan deben acceder a dar tal reconocimiento. Eso los haría tan indolentes como el gobierno, el gran responsable de la tragedia que se viste de hambre y muerte. Incluso, de llegar a ceder en ese punto, se convertirían en victimarios y víctimas al mismo tiempo; es mejor ser víctima honesta, dueña de sí, que coautor de la propia desgracia con rasgos de complacencia.

Otro punto, seguramente el más grave, que pone en riesgo el futuro de las negociaciones, es que el gobierno no admite la magnitud de la crisis, sus causas y sus consecuencias. Con el mayor desparpajo indican que no hace falta ningún tipo de ayuda en medicamentos y alimentos, actitud cargada de prepotencia, irracionalidad y burla. ¿Es posible avanzar cuando el punto de partida de quien rige el destino del país es una mentira?

En ese sentido, el Presidente Maduro señaló que Venezuela no es un país de mendigos. El Presidente quiere negar e invisibilizar que hay miles de personas comiendo de la basura, personas con desnutrición, personas que no pueden adquirir sus medicamentos, personas que mueren por causas que, en otras circunstancias, no llegarían al fatal desenlace. Es increíble que lo quiera negar, porque la condición de mendigos, entendida como minusvaloración de la potencialidad de los sujetos para hacerlos dependientes de las migajas, disfrazadas de inversión social, es una estrategia recurrente del gobierno.

 Ante la negación que ha escogido el gobierno como ruta, camino en el que se agudizan las pésimas condiciones de vida en el país, han crecido casi inexplicablemente la solidaridad (distinta a la limosna) y la inventiva, emprendimientos de la sociedad organizada que buscan amainar la crisis que el gobierno se ha empeñado en imponer; que buscan asumir, con espíritu superador, responsabilidades propias de un Estado cuyos representantes insisten en dejar de lado, porque el cómo mantenerse en el poder es lo que los ocupa.

Toda iniciativa que tienda a la búsqueda de mecanismos para comenzar a dejar atrás la multifactorial crisis que afecta a Venezuela, chocará, como lo demuestran los hechos, con la cada vez más alta pared que representa la ceguera (absolutamente voluntaria) del gobierno, ceguera que es directamente proporcional a su soberbia. Mantenerse en los canales democráticos, con todo y las dificultades que siempre pondrá el reducido grupo que detenta el poder, es un esfuerzo al que como sociedad hay que respaldar, sin falsas expectativas, pero con un horizonte común.

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