Jesús Machado
En la década de los años 90 América Latina y el Caribe sufrieron la imposición de políticas de ajuste estructural de carácter neoliberal. De entre muchas otras medidas, la receta neoliberal imponía una intervención muy restringida del Estado en la economía y suprimía restricciones a las operaciones financieras y capital.
Varios analistas coinciden en afirmar que la reciente quiebra de gigantes financieros como los bancos de inversión Lehman Brothers y Merrill Lynch, así como la intervención del Gobierno en las hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac y en la aseguradora AIG (siguen en cola Morgan Stanley y Washington Mutual), con efectos graves más allá de las fronteras estadounidenses, fue provocada por la ausencia de control al sistema financiero por parte del Estado, permitiendo concesiones de crédito de alto riesgo que luego ha sido imposible cobrar.
El mecanismo es algo así. Si “A” le presta a “B” 100 bolívares en metálico, la cantidad de dinero existente en la economía permanece inalterada. Pero si “A” deposita sus 100 bolívares en el Banco Estraperlo y luego el banco le presta a “B” 80 bolívares, el resultado es que el dinero existente en la economía aumenta en 80 bolívares. No varía la cantidad de dinero en metálico (100 Bs.) pero sí el llamado “dinero bancario” que el Banco Estraperlo acaba de crear (80Bs.). Sólo recogiendo en un lado, depositando una porción y prestando a otro se obtiene un jugoso beneficio, creando, además, dinero bancario.
Este dinero bancario no se utiliza para crear riqueza financiando actividad industrial y empleo, sino para mantener el juego perverso de operaciones financieras. Una economía basada en título valores, es decir, en papel.
La voracidad del capital financiero se engolosinó con ganancias rápidas y altas basadas en la creación de dinero bancario que impulsó un mecanismo macabro que terminó, no solo arrastrando al fracaso al sistema financiero, por supuesto, sino también a otros bancos europeos.
“Privatizan las ganancias y socializan las pérdidas” es la receta. Quienes se enriquecieron con la especulación financiera a través de papeles de deuda de muy poco valor, tremendamente riesgosos, volátiles, y muchos de ellos literalmente sin valor, con la complicidad de calificadoras que alteraban la calificación real de esos “valores” y la vista gorda de los entes controlares del Estado, recurren a las finanzas públicas, es decir, a los dineros de los ciudadanos para que resuelvan el colapso que su voracidad de capital provocó. Ellos se hacen ricos y los ciudadanos que paguen las pérdidas.
Una ironía grave, entre otras muchas, es que muchos de los que han perdido sus viviendas en manos de estas instituciones financieras tienen que ver como el gobierno federal utilizará sus dineros que como contribuyentes aportan al fisco nacional para salvar a sus verdugos y ellos se quedan sin casa. Sin olvidar que los ejecutivos de esas financieras conservan sus salarios en unas pocas decenas de miles de dólares, mensuales. Daños colaterales, le llaman.
La Reserva Federal de Estados Unidos, el Banco Central Europeo, el Banco de Japón, el Banco de Canadá, el Banco de Inglaterra y el Banco Nacional Suizo han intervenido y prometido fondos por un valor de 180.000 millones de dólares para estabilizar el sistema internacional. En Estados Unidos la administración del Presidente W. Bush ha introducido una petición ante el Congreso de su país con solicitud de fondos para un plan de rescate financiero por unos pocos centavos, apenas 700.000 millones de dólares. Si, se-te-cien-tos mil mi-llo-nes de dólares!!!
No se han anunciados planes para auxiliar a las personas que han perdido sus casas de manos de las financieras ni de las víctimas de desastres naturales ni programas de atención a la pobreza creciente con la misma velocidad y cantidad de dineros para auxiliar al sistema financiero. ¿El capital por encima de las personas?