Por Antonio Pérez Esclarín
La cruz es expresión del amor hasta las últimas consecuencias. La cruz nos descubre el amor inmenso, la ternura insondable de Dios que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte, incluso en las situaciones más terribles. La muerte en cruz fue una consecuencia lógica del modo amoroso en que Jesús vivió su vida, fiel a su misión hasta el extremo. Frente a lo que han pretendido hacernos creer ciertas teologías del sacrificio, que Dios exigió la sangre y muerte de su hijo para pagar nuestros pecados, el Padre no quiere la cruz, la sangre, el dolor. La quieren los violentos que rechazan a Jesús y no aceptan su propuesta de un mundo donde reine la justicia, la verdad, la fraternidad, el perdón.
A Jesús lo mataron porque se atrevió a proponer un Dios distinto, cercano, misericordioso y compasivo. Lo mataron porque se atrevió a proponer que la verdadera religión consistía en la misericordia y el servicio. Lo mataron porque se atrevió a voltear y poner de cabeza todos los valores del mundo: en vez del poder para dominar, propuso el servicio; en vez del egoísmo, la solidaridad; en vez de la violencia, la mansedumbre; en vez de la venganza, el perdón; en vez del odio, el amor.
La escena es muy conocida: Un niño judío se estremece en los estertores de la muerte, colgado de una horca en un patio del campo de exterminio nazi en Auschwitz. De pronto se escucha el grito desesperado de un presidiario: “¿Dónde está Dios?”. Otro compañero de prisión responde susurrando: “Ahí, en esa horca”. Esta es la fe de los que creemos en un Dios crucificado. Dios no está nunca con los violentos, con los que causan las guerras, con los que pisotean la justicia para imponer sus deseos de venganza. Dios está siempre con las víctimas, con los que sufren injustamente, con los que siguen siendo crucificados por la ambición o por el poder. Queda lejos de la fe cristiana un Dios que organiza o bendice las guerras, un Dios vengativo y cruel. Dios está con todos los que son víctimas de un poder abusivo y violento; está con todos los perseguidos por atreverse a disentir y a proponer la reconciliación en lugar de la venganza; está con los que se solidarizan con el dolor de los inocentes; está con todas las víctimas de cualquier tipo de violencia.