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La ciudad de las estrellas

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LaLaLandLa dificultad del musical posclásico

José Luis Sánchez Noriega

No es habitual para una tercera película de un cineasta bastante joven conseguir el nivel de producción y el impacto público que Damien Chazelle (Rhode Island, 1985) logra con La ciudad de las estrellas, destacada triunfadora con siete premios en los Globos de Oro y otros variados galardones. Hay mucha artesanía y dedicación entregada, además de devoción cinéfila, en el trabajo de Chazelle, lo que se aprecia muy positivamente en el resultado. También creo que se trata de una “película agradecida”, de visionado gratificante, con su dosis de encanto, que llega a una cartelera quizá sobrecargada de dramas (y, en estos dos primeros meses de 2017, de historias basadas en la realidad con el preciso trasfondo de la marginación sufrida por la minoría afroamericana en Estados Unidos). O, como resumía la periodista, se trata de “una película soñadora y mágica en tiempos del cólera” (El País 13-1-2017).

Chazelle parece un enamorado tanto del musical clásico de Hollywood como de variantes y fórmulas alternativas –pongamos Jacques Demy- que buscan la misma fascinación, similar encanto por el que el espectador se ve transportado a mundos de fantasía gracias al despliegue de sentimientos puestos en escena mediante los seductores medios de la coreografía y las canciones. Por ello el cineasta reivindica que “Los actores se tienen que mover llevados por sus emociones para que el baile se sienta natural y con los pies en el suelo”.  Pero Chazelle es muy consciente de lo que ha llovido desde entonces, de la imposibilidad de recrear hoy ese musical optimista y vitalista, de construir una realidad teñida de technicolor que hoy nos parece falsificada. Tampoco está en sintonía con el musical posclásico de Bob Fosse ni con otras historias de trasfondo trágico e inevitable dosis de amargura que niegan frontalmente la condición de comedia que siempre ha tenido el género, como Los miserables o, en otro estilo bien diferente, Bailar en la oscuridad. El tratamiento más barroco y posmoderno de Baz Luhrmann (Moulin Rouge), Nine o Chicago desactiva buena parte de ese encanto primario que desprenden los pasos de Fred Astaire o Gene Kelly.

Así las cosas, Chazelle pone en pie un contradictorio musical donde emplea con enorme eficiencia y talento las referencias clásicas haciendo de marco en las secuencias iniciales y finales, dejando en medio una serie de números de menor entidad como musical cinematográfico, lo que no impide reconocer la belleza de algunos temas, como el que presta su título al estreno español del filme originariamente La la Land, que puede referirse a un país de canciones o a Los Angeles, como espacio de oportunidades y contenedor de los sueños de Hollywood. La coreografía en plano secuencia ambientada en un atasco de la autopista funciona como toda una declaración de principios y cautiva de inmediato al espectador con las mismas armas del musical clásico; lo mismo sucede con la historia de ficción que la pareja protagonista imagina en su (des)encuentro conclusivo.

El soporte argumental de La ciudad de las estrellas no puede ser más tópico con su historia de amor, aunque camufle el happy end mediante la sublimación de su negación. Los estereotipos puestos en pie también resultan manidos: la aspirante a actriz a quien nadie proporciona una oportunidad y el músico-artista que lamenta no poder desarrollar su creatividad con temas de jazz y tiene que doblegarse a lo que el mercado demanda. Pero esto no sería una dificultad insalvable si argumento y personajes estuvieran al servicio de un tratamiento de cine musical de envergadura. No obstante, el desarrollo de la relación es fluido, mantiene el ritmo y el interés, aunque no deje de ser un musical en tono menor, con canciones escasamente narrativas puestas en escena sin coreografía. Gran parte del mérito está en la pareja protagonista, realmente dos actores en estado de gracia, fascinantes en la composición que hacen de sus personajes, además del valor que en sí misma tiene la música. Pero, con ser una película que se disfruta y aunque posea ese espléndido marco de los fragmentos inicial y final, La ciudad de las estrellas no es un gran musical como género –incluso como pieza todo lo heterodoxa que se quiera- y, menos aún, un drama con canciones de escasa inventiva. Como en otros muchos casos, es un filme que gusta por encima de su calidad objetiva (lo que debe ser apreciado como mérito).

Fuente: http://www.cineparaleer.com/critica/item/2012-la-ciudad-de-las-estrellas-la-la-land

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