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La centralidad de Jesús

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Alfredo Infante sj

Fui a Angola- África (1996-1999) en misión de paz del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS/SJR). Cuando comuniqué a mi mamá la decisión, hizo silencio y, seguidamente, me dijo: “Voy hablarte como madre” -desde la consanguinidad maternal su respuesta estaba cargada de miedos y cuidados a la vida- “mijo allá hay mucha hambre, enfermedades, guerras…”. De su instinto maternal surgía temor y deseos de convencerme para que me quedara. Después volvimos a hablar, venía de hacer oración, su mirada estaba llena de serenidad y paz: “Te voy a hablar como tu hermana en la fe. He puesto mi mirada en Jesús, no en mi instinto maternal- me dijo- “siento una gran alegría al saber que un fruto de mi vientre se entrega a Jesucristo y sirve a los más pobres, es una alegría única”.

Más tarde volvimos a conversar y concluyó: “Las dos cosas son verdad, mis miedos y mi alegría”.  Después de esta experiencia entendí con claridad lo que Jesús nos dice en el evangelio de hoy: “El que quiere a su madre y a su padre más que a mí, no es digno de mí; el que quiera a su hijo y a su hija más que a mí, no es digno de mí”.

En definitiva, Jesús lo que nos deja claro es que cuando nos relacionamos desde la mera consanguinidad la relación es posesiva, prevalecen los miedos,  en cierto sentido, nos domina el instinto tribal. Sometemos al otro a nuestros miedos. “Jesús nos libera de los miedos, de la posesividad,  de la tentación tribal y nos hace hermanos”. Jesús no nos pide que dejemos de amar a padre, madre, hijos, hermanos. Nos pide que los amemos desde la fe, no solo desde la consanguinidad. En este sentido, que seamos hermana mamá, hermano papa, hermano hijo, hermano hermano etc.

Es decir, ser mamá o papá es una misión, no una apropiación. En estos días una amiga me comentaba que salían a marchar contra la dictadura en familia, pero que sus hijos adolescentes los reunieron y le dijeron “mamá, papá, nosotros queremos marchar con nuestros compañeros, sin tutelaje… Ella sintió que todos los miedos invadían su corazón pero, al final, oró y decidió que sus hijos de 18 y 19 años siguieran sus decisiones”. No es fácil. Es una paradoja, por eso Jesús dice “el que encuentre su vida la perderá, y el que pierde su vida por mí la encontrará”.  Dios Padre, no quiso el martirio de Jesús. Jesús tampoco, en el Huerto de Los Olivos vivió una crisis profunda, deseaba preservar la vida, pero dejarse llevar por el miedo era dejar que los poderosos de este mundo vencieran y cerrar para siempre la esperanza de la fraternidad y la vida eterna. Por eso, Jesús vence sus miedos diciendo  “no se haga mi voluntad sino la tuya”. Y, así, confiado se entrega libre desde la fe, ganando para sí y la humanidad  la vida eterna que reluce en la fraternidad de los hijos e hijas de Dios. (Rm 6, 3-4.8-11). Y, esta fraternidad es fecunda,  incluso allí, donde pareciera que todo está perdido, “el año que viene por estas fechas, abrazadas a un niño”. Solo en el podemos trascender nuestros miedos y tribalismos y reconocernos como hermanos.

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