Scroll Top
Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Juventud y otras quimeras

Foto-1_-sin-crédito

Por Gabriel Hernández

Me resulta complicado hablar sobre juventud en Venezuela; de nuestros malestares colectivos, de los retos a los cuales nos enfrentamos o las oportunidades que se nos presentan, tanto aquí como posiblemente en otras partes del mundo y no porque me considero el menos indicado, sino porque relatar nuestras problemáticas, aspiraciones, luchas y banalidades desde esta posición, solo refleja una mirada entre los ocho millones de personas que son consideradas jóvenes en este país.

A través de estas líneas quiero expresar un desahogo de parte de una generación dejada en un segundo plano, desmembrada por la diáspora y cargada con una serie de problemas y vicios heredados del pasado, esas que, de buenas a primeras, no queremos seguir llevando. Esta es una carta dirigida a todos y a ninguno al mismo tiempo. A fin de cuentas, un mensaje sin destino.

Nací en abril del año 2002 y formo parte de la generación de jóvenes más grande en la historia del continente. Una juventud que se le reconoce como actor estratégico del desarrollo, siendo a la vez agente, beneficiario y víctima de los grandes cambios de la sociedad. De ese grupo poblacional que aspira crear un mundo mejor –y mucho más humano–, participando plenamente en la vida de la sociedad y, sin embargo, se sigue consiguiendo con trabas para ser escuchado.

No me siento comprendido, ni mucho menos representado. Busco encajar ideas en un país que todavía vive en la polarización y en la dicotomía del ellos vs nosotros. Me parece que la política está desconectada de su realidad, porque pareciera que nuestros líderes políticos van por un lado y la sociedad va por otro.

Hablar del futuro de Venezuela es como pensar sobre aquella utopía enjaulada en el imaginario de las aspiraciones frustradas y nunca concretadas, que viven en la mente de adultos y jóvenes. Quiero sentir que me encuentro en un país que ofrezca garantías, no promesas; pero la realidad es que vivo en un espejismo marcado por la incertidumbre.

Sin crédito

Sabiendo eso, como generación destacamos por dos cosas: las potencialidades que tenemos y las limitaciones que se producen desde el ámbito institucional, político y económico. La existencia de esta bifurcación entre potencialidades y limitaciones hace que, por diseño, como juventud nos convirtamos en un grupo excluido.

Ser joven hoy conlleva también a ser disruptivo, así como pudieron haber sido nuestros padres o incluso nuestros abuelos cuando tenían nuestra edad. De esta manera, comprendes cuando los adultos empiezan a armar murallas muchas veces cargadas de prejuicios, estigmas y señalamientos acerca de nuestras ideas, comportamientos o personalidades. 

El entendimiento generacional hace que la convivencia social se torne cuesta arriba por la escasa capacidad de adaptación y conocimiento que tienen los que nos antecedieron sobre la cultura juvenil y, por ende, falta de consecución en cuanto a propuestas que involucren a los jóvenes.

Ante esta situación, el pasado se muestra como algo viciado y el presente una distorsión de la normalidad. ¡Y vaya que ser joven es complicado!

La normalidad pasó a convertirse en un privilegio; mientras creces, careces. La capacidad de hacer esa transición a la adultez se ve difícil, hace que tu futuro pierda un poco de sentido u orientación acerca de lo que quieras hacer en cuanto a tu proyecto de vida: contar con un espacio propio, un trabajo que te permita ejercer lo que estudias, ganar lo suficiente como para seguir independiente y, fundamentalmente, construir tu vida.

¿Pero cómo construyes tu vida en un lugar que te las pone todas en contra?

Una paradoja que me sirve para representar la situación en la que nos encontramos muchos jóvenes actualmente: integrarnos al orden existente o servir de fuerza para transformarlo.

Entradas relacionadas

Nuestros Grupos