Jn15,9-17
Alfredo Infante sj
Hoy comencé esta reflexión muy temprano. Tuve que dejarla a medias. Fui con los vecinos a comprar la bolsa de comida. Estuve desde las 9am hasta las 3pm. Regresé con los alimentos.
Cuando estuve en Angola-África una de las cosas que más me llamaba la atención era ver a la gente en aquellas grandes colas para recibir una bolsa de comida. 20 años después me encuentro en mi país haciendo una gran cola para comprar una bolsa de comida. Es el abuso y la arbitrariedad del poder.
En el evangelio de Juan cuando Jesús habla del «mundo», se refiere a los poderes del mundo, sus modos de relación y la mentalidad o racionalidad que le acompaña y que está presente, no sólo en quienes representan el poder y sus séquitos, sino también como cultura dominante en esta figura histórica.
En este discurso sobre el amor y los frutos, con realismo humano e histórico, Jesús nos introduce en el conflicto que esta opción supone ante la perspectiva y racionalidad del poder arbitrario que prevalece en el mundo, por eso dice: «cuando el mundo los odie, tengan presente que primero me ha odiado a mí». Odio en sentido literal es rechazo o repulsa visceral. Jesús nos dice en esta frase lapidaria que si optamos por el amor, tendremos frutos, pero no esperemos aplausos y reconocimientos de los que están en la mentalidad del poder arbitrario. El poder nos rechazará, nos perseguirá, calumniará, levantará falsos juicios, nos condenará y crucificará.
Fue lo que sucedió con Jesús. Luego continúa Jesús: «si pertenecieran al mundo, el mundo los querría como a cosas suyas» El poder busca autocomplacerse, es narcisista, se alimenta de las conciencias, las seduce, las encadena, las compra. El poder, en cualquier ámbito, sea político, religioso, económico, etcétera, teme a la autonomía y a la libertad de conciencia. El poder tiende desde sí a perpetuarse, tiene vocación totalitaria. Pero el poder es un hecho histórico, social, antropológico, es intrínseco a la convivencia humana, por tanto, no se puede evitar, con él nos topamos.
Por eso, la democracia es un sistema que busca regular sus posibles desmanes a través de dos principios: la tensión de poderes y la alternabilidad. También, como sociedad nos organizamos para ser sujeto, y, desde la acera de enfrente, poner límites al poder.
En nuestra Venezuela estamos viviendo un tiempo signado por la arbitrariedad desmedida del poder, se han desatado todos sus dinamismos perversos llevando al país a la destrucción y ruina, la pérdida de la institucionalidad democrática y la instauración de la dictadura nos confirma el juicio de Jesús sobre el poder y, la certeza de que el amor, como fuerza creadora y custodiadora de la dignidad y el bien común no convive con el poder arbitrario.
Oremos: Señor, el poder y sus seducciones es siempre una tentación. Danos discernimiento y voluntad para no sucumbir a sus encantos. Danos la gracia de la libertad de conciencia y de apostar por el amor, fuerza creadora y custodiadora de la dignidad y el bien común.
“Sagrado corazón de Jesús, en vos confío”
Parroquia San Alberto Hurtado. Parte Alta de La Vega.
Caracas-Venezuela