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Inquisición

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De las ciencias “exactas” confieso que muy poco sé. De las otras, las inexactas, algo sustantivo creo haber aprendido. Por desgracia, la más importante, la política, ha tenido mala prensa. Muchos creen conocerla y cuando descubren que no es así, van –para no admitirlo- al manido lugar común:

No soy político. Rechazo los manejos de quienes sí lo son.

Eso no les impide postular políticas propias y escarnecer las ajenas. Estando tan relacionada con la vida corriente, la política se coloca al alcance de casi todos. Muchos opinarán libremente y muy, pero muy bien que lo hagan. No obstante, sigue siendo verdad que sin una idea clara de lo que los abogados llaman “tema decidendum” sea más propenso a posiciones extremo-maximalistas. Si la flauta no les suena, aparecen las emociones vengadoras.

En el siglo XIII se fundó la inquisición; no nacía para establecer la verdad sino para erradicar la herejía. De allí que ciertos inquisidores fueran especialmente crueles. Una acusación anónima de brujería podía disparar el dispositivo cuyo destino sería la hoguera o el patíbulo. Acusación equivalía a sentencia condenatoria.

Hubo que esperar cinco siglos de humanización del derecho para que esa horrenda caverna judicial se iluminara. La civilización consagró nuevas reglas: “Quien acusa debe probar”, “se presume la inocencia, no la culpa”, “la defensa se ejerce en cualquier estado y grado de la causa” y etcétera.

La revolución bolivariana del siglo XXI reconvirtió la luz en sombra. Sus métodos remiten a la inquisición. Sin debido proceso, con hegemonía mediática, concentración de todo el poder en el puño presidencial y desborde represivo, nos han reenviado en la máquina del tiempo a las garras de Savonarola, el implacable inquisidor que murió en la hoguera a la que había condenado a tantos inocentes.

Una particularidad del régimen, que afortunadamente está siendo aislado en el país y el mundo, es su morbosa inclinación a difamar a sus víctimas. Castigan y escarnecen: doble injusticia. Es un odio compulsivo y falaz cuya consecuencia era previsible: la ira que ha fomentado en los perseguidos está haciendo florecer ese mismo estilo en muchos integrantes de la vasta y plural oposición. Aunque sea una reacción comprensible, es incompatible con la democracia, que no confunde justicia con venganza y necesita ganar la batalla de la opinión.

Se habla del “legado” del comandante. ¿Cuál puede ser, en un país hundido en un pantano insondable? No otro que la intolerancia volcánica. Cuando sufren derrotas –las regionales los avasallarán– se prodigan en insultos de feroz garrulería. Lo puso nuevamente de manifiesto el choque entre la inconstitucional ANC y la tenaz AN, mundial y nacionalmente reconocida.

Si esta nación terminara en manos de caudillos “al derecho” y “caudillos al revés” el cambio democrático se esfumaría. Llegué a temerlo. Afortunadamente ya no. La victoria democrática se abre paso y hará de Venezuela un modelo universal de prosperidad civilizada.

¡Estupendo galardón por salir airosa de la noche más larga y sombría que nadie hubiera imaginado!

Por Américo Martín/ @americomartin

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