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Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Implosión y fractura del sistema educativo venezolano

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Foto: AFP

Por Leonardo Carvajal*

Primera fantasía online (abril-julio 2020)

Decretó el ministro Istúriz, en abril pasado, que las clases del último trimestre escolar serían online. Y se relamió de gusto al haber encontrado una fantasía nominalista que lo sacara del apuro de no saber qué hacer con seis millones de niños y adolescentes cursantes desde Preescolar hasta la Media.

Pero su malabarismo verbal no tuvo asidero alguno en la realidad para la gran mayoría de esos seis millones de estudiantes por varias simples y terribles razones que se enuncian a continuación: más de la mitad de los estudiantes no tenían ni tienen computadora, ni laptop, ni smartphone; más de la mitad de las familias de esos estudiantes no dispuso de servicio estable de internet; más de la mitad de ellas sufrió por muchas horas cada día de interrupciones del servicio de electricidad; un tercio de los cursantes no contó con profesores encargados de las asignaturas o áreas que le tocaba estudiar; y, en los casos en los que sí contaban con maestros y profesores, dos terceras partes de estos o no disponían de las herramientas para dirigir educación online o no sabían cómo hacerlo.

La sumatoria de la concatenación de tales círculos viciosos arrojó un saldo sombrío: alrededor de tres cuartas partes de los seis millones de estudiantes no estudió ni aprendió lo estipulado en el lapso abril-julio de 2020. Esa es mi hipótesis razonada, a la que unos y otros mejor informados pueden añadirle o quitarle algún porcentaje. Pero, sumándole o restándole un poco, nos quedará siempre la incómoda realidad: 3 de cada 4 estudiantes venezolanos aprendieron nada o casi nada durante el último trimestre del curso 2019-2020.

Insistiré en el asunto comparándolo ahora con mi experiencia como profesor en la UCAB: a los 800 docentes nos tocó atender de modo totalmente virtual el semestre que iniciamos en abril y terminamos en agosto. Todos debimos aprender sobre la marcha cómo hacerlo y lo logramos con suficiencia. En mi caso, que soy una suerte de “paria digital”, cree un grupo de Whatsapp con mis doce estudiantes (con edades entre los 18 y 20 años). Y al comienzo de cada semana enviaba por el chat de ese grupo mi exposición sobre un tema, con una duración de 100 minutos, segmentados en una decena de audios. Esa exposición cada quien la escuchaba en el momento que quisiera y cuantas veces necesitara. Luego, los viernes, entre 1:00 y 2:50 pm, a través de la plataforma Zoom, teníamos una sesión conjunta, o síncrona, en las que los estudiantes podían preguntarme sobre la clase recibida y yo les comentaba sobre los aciertos y errores de sus trabajos escritos (de página y media) que semanalmente me enviaban a mi correo electrónico.

En resumen, siendo modesto en mi primera incursión digital, usé complementariamente tres medios: el WhatsApp, la plataforma Zoom y el email. También diré que todos mis alumnos pertenecían a los estratos socioeconómicos de clase media media y clase media alta. Sin embargo, y acotando que todos vivían en Caracas, certifico que en las sesiones por Zoom apenas tuve un promedio de siete participantes de los doce cursantes pues, por diversas razones tecnológicas, a muchos se les imposibilitó realizar o mantener la conexión en varias ocasiones. Entonces, pregunto: si tales dificultades ocurrieron con jóvenes adultos caraqueños de clase media, ¿qué creemos que pudo ocurrir con las treintenas de alumnos de maestras de cuarto grado en Humocaro Alto, en Tinaquillo, en El Piñal, en San Fernando, en Cabimas, en Upata y en Río Caribe?

Segunda fantasía online (septiembre 2020 en adelante)

Para esta nueva etapa se pusieron de acuerdo los dos ministros de educación y en ambos casos plantearon, con slogans rimbombantes, una nueva aventura en el “insólito universo” de un trabajo pedagógico online en una Venezuela que está en los últimos lugares en América en cuanto a conectividad.

En cuanto a la educación superior se ha marcado una diferencia abismal entre los centros educativos privados y los públicos. En estos últimos, sean tecnológicos, colegios universitarios, universidades experimentales o autónomas, el semestre pasado se perdió para la gran mayoría de los estudiantes en la gran mayoría de las carreras. No hubo capacidad de respuesta por parte de unas instituciones en estado ruinoso en varios planos.

Una variable clave para entender tal abatimiento institucional es que el cuerpo docente, desde Preescolar al nivel Superior, desde hace un año está en desbandada. Lo exigente de la tarea no se compagina con lo irrisorio de los salarios. Pondré solo el ejemplo de las cifras que se pagan en la UCV, pues es bien sabido que los salarios de los profesores universitarios están por encima de los de los maestros de primaria y los profesores de secundaria.

Pues bien, para mediados de octubre de 2020, con un dólar tasado en 437.770 bolívares, el salario mensual de los profesores instructores a tiempo completo en la UCV era tan sólo de 1.197.455 bolívares, el equivalente a 2,74 dólares. Y el salario mas alto, el de los profesores titulares a dedicación exclusiva era tan sólo de 1.934.270 bolívares al mes, unos 4,42 dólares.

Entonces, acá encontramos el principal escollo, amén de las falencias tecnológicas ya aludidas, para que el sistema educativo en su totalidad pueda funcionar: los docentes (los 531.000 cargos que existían desde Preescolar a Media y unos doscientos mil en el nivel Superior) están, o en estado de intenso estrés por las penurias socioeconómicas que padecen, o en estado de fuga masiva, de “gran escape” de su campo laboral.

No acontece lo mismo en un segmento del sector privado de la educación, que cubre un 20 por ciento del nivel Básico (de Preescolar a Media) y un 30 por ciento del nivel Superior. Porque en unas cuantas de estas instituciones privadas (no en todas, como las mil y tantas subsidiadas) se ha tratado de impedir o frenar el éxodo de sus docentes mediante incrementos salariales recurrentes.

Pero ello solo se ha podido hacer en aquellas instituciones que han tenido margen para elevar el costo de sus matrículas. Todo lo cual ha reforzado de manera brutal las distancias, en cuanto a las características del servicio que ofrecen, entre las diversas instituciones educativas del país.

De las diferencias escolares a los abismos escolares

Así, un presunto Gobierno humanista, socialista e igualitarista a ultranza ha provocado un recrudecimiento de las fracturas sociales y culturales en el campo de la educación formal. Recuerdo al respecto que, a mediados de los años ochenta, Ramón Casanova y Gabriela Bronfermajer, investigadores del CENDES, mostraron en su libro, La diferencia escolar, que en Venezuela existían tres circuitos escolares netamente diferenciados: uno, de excelencia, para una pequeña minoría; otro, muy extendido, de precaria calidad; y un tercero, muy amplio, de mucha precariedad. Tales diferenciaciones evidencian que el sistema educativo que las produzca en realidad no ayuda a reducir los privilegios sociales sino, más bien, los reproduce y refuerza.

Hoy en día está ocurriendo ese fenómeno con inusitada fuerza ante la mirada impávida de los altos dirigentes e ideólogos de un Gobierno sedicentemente igualitarista. Los desniveles son ahora más crudos. Podría esbozar la hipótesis de que durante estos meses previos del 2020 el sistema educativo les deparó a los estudiantes cuatro destinos:

Tal vez para un 5% de ellos una educación de mucha calidad; con docentes que ejercieron su rol con soltura y pertinencia en el mundo virtual y disponiendo, además, esos alumnos de herramientas y servicios tecnológicos adecuados.

Tal vez para otro 15% de ellos una “distante educación a distancia”, empobrecida, pues en este caso los docentes se focalizaron en atiborrar a los alumnos de tareas a realizar en sus casas, sin aportarles estímulos adecuados para motivarlos, ni explicaciones y orientaciones sobre los aprendizajes a realizar.

Tal vez para otro 20% que no tuvo conexión con sus docentes, sus padres pudieron proporcionarles algunos apoyos parciales utilizando los libros de texto y algunos otros que tienen en sus casas.

Finalmente, tal vez para un amplio 60% prevaleció la “nada pedagógica”: ni sus docentes los contactaron, ni sus padres pudieron ayudarlos, ni ellos se motivaron por su cuenta a leer sus libros de texto.

¿Qué está pasando hoy en día y que puede pasar en los meses por venir? Que ante la indolencia de las autoridades educativas las otrora denominadas “diferencias escolares” se convertirán en “abismos escolares”, fracturando aún más nuestro ya muy maltrecho piso democrático.


*Investigador del CIFH de la UCAB

 

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