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Ignacio hoy desde la autobiografía (II)

_Jesuits Global

En el marco de los quinientos años de su conversión, Ignacio desde su Autobiografía nos revela distintos episodios que dan luces sobre su proceso de discernimiento. La segunda parte de las reflexiones presentadas en la entrega anterior titulada “Ignacio desde la Autobiografía (I)”, sobre lo que tenemos que discernir y qué ayuda nos presta la experiencia de Ignacio en la realidad hoy es lo que sigue

Nos pide entregarnos a “ayudar a las ánimas”

El tercer aspecto que deriva de la Autobiografía es si nuestra vida está focalizada en “ayudar a las ánimas”, que en el fondo es ayudar a ese encuentro con Jesús que lleve a ser hijos en el Hijo y hermanos en el hermano universal. De un modo más general es ayudar a que aquellos con los que trabajamos y aquellos para los que trabajamos se dejen llevar por el Espíritu de hijos y hermanos, aunque no conozcan a Jesús. Todo lo demás que hagamos tiene que ser mediación de esto.

Esto lo teorizó la Populorum Progressio y lo recogió Medellín como el proceso concatenado de “pasar de condiciones de vida menos humanas a más humanas”, siempre que se mantengan esas especificaciones del texto, que son muy pertinentes y van de lo más elemental, que es “remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario” a “la fe, don de Dios acogido por la buena voluntad de los hombres, y la unidad en la caridad de Cristo, que nos llama a todos a participar como hijos, en la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres”, y que nunca se omita ese Espíritu de hijos y hermanos que tiene que animarlo todo.

Quienes nos agradecen ¿nos dan gracias porque los hemos puesto con Jesús o porque los hemos cualificado para que ellos sigan un camino ascendente en el orden establecido? Creo que, como reacción al tiempo preconciliar, en que se pedía el peaje religioso para ayudar material o profesionalmente, se ha pasado no pocas veces a la abstención de la propuesta cristiana.

Sin embargo, tiene que quedar claro para todos, tanto que ella es la vida de nuestra vida, como que es lo mejor que tenemos para dar, aunque lo damos cuando es acogido libremente. Pero al menos, de un modo u otro, lo tenemos que proponer, naturalmente que al que quiera recibirlo.

Por lo menos, y esto es lo más específico, nuestra propuesta social tiene que estar impregnada de la humanidad de Jesús, tanto en los contenidos como en el modo de proponerlos y gestionarlos. Jesús no es un científico ni un economista ni un político; pero tiene un modo de entender la vida, la persona y la sociedad y de relacionarse con ellas y promoverlas, que tiene que traslucirse en nuestro trabajo social.

Creo que a este respecto tendríamos que atenernos al postsecularismo de Habermas que incluye el que una persona o un grupo puede dar cuenta de la motivación última, que en nuestro caso es cristiana, que ha llevado a una propuesta o a un modo de llevar una institución a quienes las juzgan satisfactorias.

Nos pide estudiar y echarle cabeza para ayudar a crecer y solidarizarse

El cuarto aspecto tiene que ver con la determinación de Ignacio de estudiar para mejor ayudar a las ánimas. Es una decisión que puede parecer muy tardía, pero que por eso debe ser más valorada ya que ponerse a estudiar gramática a los 33 años expresa que él consideró el estudio como un insumo imprescindible.

El presupuesto de esta determinación es doble: el primero, más genérico, es que Dios sólo obra en la realidad y que no es tan fácil vivir al nivel de la realidad. Hay que analizar y echarle cabeza muy concienzudamente y sin tregua para no vivir en la mera opinión, tanto la opinión propia como la del ambiente, tanto el ambiente sociopolítico, como el religioso, como el de la institución a la que se pertenece. El segundo es que el cristianismo se da en la historia (además de que la realidad es histórica) y por eso uno tiene que enterarse, tanto de lo que Jesús dijo e hizo en su situación, como de nuestra historia y de la historia en la que nuestra historia está enmarcada. Esto exige tanto informarse seriamente como discernir los múltiples datos. Exige la conjunción de varios saberes. Exige, pues, que la misión sea “ilustrada”, informada, “letrada”, discernida.

Ahora bien, Ignacio siempre simultaneó los estudios con la ayuda a las ánimas a buscar y hallar la voluntad de Dios. Esta dedicación no fue reconocida y tanto en Alcalá como en Salamanca lo pusieron en la cárcel. Él reconocía a las autoridades eclesiásticas el derecho de examinar su doctrina, pero si hallaban que era ortodoxa, él se creía también con derecho a seguir lo que para él era un componente de su conversión. Así dice respecto de la sentencia de Salamanca: “El peregrino dijo que él haría todo lo que la sentencia mandaba, más que no la aceptaría; pues, sin condenarle en ninguna cosa, le cerraban la boca para que no ayudase los prójimos en lo que pudiese”. Para él la institución eclesiástica tenía derecho a examinar la doctrina. Pero el cristiano también tenía derecho a comunicar su fe y su vida cristiana y ayudar a las ánimas. Esto, que formaba parte de la gracia de su conversión, no era para él sólo un derecho, eran antes una obligación de gratitud, era parte sustancial de su vida entregada al Señor. Ese derecho le fue negado.

La expresión más rotunda de esta negación está en el dilema que le plantea el dominico: “Vosotros no sois letrados, dice el fraile, y habláis de virtudes y de vicios; y desto ninguno puede hablar sino en una de dos maneras: o por letras, o por el Espíritu santo. No por letras; ergo por Espíritu santo”. Ese dilema es la negación radical de la vida cristiana como fuente de conocimiento del camino de Dios para uno y más en general de lo que Dios quiere de los seres humanos en una situación concreta. Es la negación más palmaria del emplazamiento que hizo Jesús a sus contemporáneos: saben distinguir el tiempo atmosférico ¿y no han aprendido a discernir le tiempo histórico? “¿Por qué no disciernen por ustedes mismos lo que es justo?” (Lc 12,57).

Por eso, no como un discernimiento positivo, ya que en la Autobiografía no dice ni una palabra sobre ello, sino por descarte, tuvo que hacerse presbítero para seguir su vocación de ayudar a las ánimas.

Es cierto que hasta el Vaticano II sólo se reconoció a los laicos el derecho a ser enseñados y santificados por la institución eclesiástica. El sentido de sinodalidad de todo el pueblo de Dios, en el sentido preciso de que todos tenemos que llevarnos en la fe, en el amor fraterno y en la vida cristiana y que cada persona tiene sus dones, uno de los cuales es esta capacidad de ayudar a otros a que encaucen su vida, como redundancia del aprendizaje del modo como Dios lo había llevado a encauzarla él mismo, no era reconocido y de hecho a él no se le reconoció. Sólo a nivel popular se fue haciendo esto masiva y sistemáticamente; pero porque la institución eclesiástica dejó de hecho al margen al pueblo pobre, contentándose con encuadrarlo en convocatorias generales.

Para san Ignacio, tanto en la formación en la Compañía, como en general para todos los jesuitas y durante toda la vida fue muy importante el estudio, por eso la fundación de colegios y universidades. Sin embargo, en los Ejercicios Espirituales (EEEE) lo fundamental siguió siendo poner a la criatura con su Creador. Por eso en la anotación 15ª de los EE.EE. pide al que los da que no incline a nada particular ni, sobre todo, a ningún estado específico de vida, al que los recibe, porque “más conveniente y mucho mejor es, buscando la divina voluntad, que el mismo Criador y Señor se comunique a la su ánima devota abrazándola en su amor y alabanza y disponiéndola por la vía que mejor podrá servirle adelante” (n° 15). Para Ignacio el ejercitante no es un doctrino sino un cristiano adulto que puede buscar y hallar la voluntad de Dios para su vida y que piensa que así lo quiere también Dios.

Esta actitud está también detrás de la coda que pone Ignacio en varias de sus cartas después de haber dado instrucciones para una misión: si en el lugar se ve que algo de lo dicho es inconveniente o que se debería emplear algún otro medio para lograrlo, que lo discierna el encargado haciéndose cargo de la situación.

Así pues, para Ignacio los estudios no son para guiar al rebaño con una relación vertical y unidireccional, sino por el contrario para ayudar más eficazmente a que cada uno discierna su camino y pueda recorrerlo más fecundamente.

Es importantísimo el hábito de estudiar siempre, de estar con una actitud interrogativa, de echarle siempre cabeza; pero este hábito tiene que ser, tanto para estar en la realidad y no en meras opiniones, como para ayudar a que todos nos personalicemos, y no para estar siempre dando lecciones a los que se considera ignorantes o menos avanzados. Ayudar a que se expanda esta actitud interrogativa y métodos firmes para que la realidad salga a la luz y dé de sí forma parte de nuestro modo de proceder, un modo anclado en Jesús que pidió a sus contemporáneos no que se hicieran doctrinos de los maestros de la ley, sino que discernieran los signos de los tiempos, lo que es justo en cada circunstancia, lo que hace justicia a la realidad, lo que hay que hacer, lo que Dios quiere que hagamos (Lc 12,54-57).

Es distinto saber lo que se sabe en el establecimiento y poderlo socializar a las élites solventemente, que la actitud de buscar por todos los medios ser honrado con la realidad. A la larga esta actitud es incompatible con el establecimiento. Nuestra tentación es atenernos a lo se sabe y saberlo completamente y desechar la actitud de ser honrado con la realidad, una actitud, que, si se practica consecuentemente, sólo trae problemas. Y sin embargo, es claro que sólo en este caso lo que se sabe sirve para ayudar a las ánimas, que supuestamente es nuestro objetivo al empeñarnos en los estudios. El problema es que hay muchos incentivos para lo primero y un tremendo desestímulo para lo segundo.

Dios quiera que hagamos caso a esto que nos pide Ignacio.


*Teólogo. Investigador de la Fundación Centro Gumilla. Miembro del Consejo de redacción de la Revista SIC.

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