Sergio Dahbar
Hay pocos profesionales en el país sobre quienes sobrevuele un consenso tan diáfano y contundente en estos días: Hugo Prieto es uno de los mejores periodistas venezolanos que se mantiene activo. Un respeto que tranquiliza a lectores, entrevistados y editores. En la actualidad, su trabajo se ubica en una zona curiosa de la realidad, porque Hugo Prieto trata de observar lo que le acontece a los venezolanos con la complejidad de quien desea entender.Rara avis. Sus entrevistas sons sesiones terapéuticas. Abren una pausa para pensar en un país donde todo el mundo anda apurado, buscando respuestas fáciles a problemas desmesurados.
Los lectores que buscan puntos de vista diferentes y trabajos bien elaborados conocen la firma de Hugo Prieto desde hace varios años. También lo conocen muchos periodistas que se formaron muy cerca de su rigor extremo y su solidaridad. Dejó huella en revistas como Número, en Domingo Hoy (de Economía Hoy), en Siete Días (de El Nacional), en Ultimas Noticias, enContrapunto, y ahora en Prodavinci. Estos son algunos de los medios donde consolidó su reputación de iracundo, outsider y preciso comunicador.
Hoy sus conversaciones con interlocutores que no siempre encuentran espacio en los medios tradicionales resultan materiales combustibles que nadie que respete el buen periodismo puede perderse. Aunque Hugo Prieto es un reportero de cuidado que ha trabajado con esmero la investigación, la crónica y la noticia, sus entrevistas llaman la atención porque son indispensables.
Enemigos somos todos, su más reciente libro (La Hoja del Norte, 2016), es la materia condensada de un trabajo periodístico único, que reúne 27 conversaciones que giran alrededor de diferentes momentos de uno de los períodos más críticos de la nación. Sus interlocutores no son las voces habituales que consultan los medios, hallazgo que le permite a los lectores alejarse de los predios de la polarización. Como afirma la contraportada del libro, sus entrevistas “efectivamente producen una conversación, enriquecen con diálogo verdadero una opinión pública desvalijada por los fanatismos’’.
¿Por qué la entrevista, por encima de los otros géneros?
En una época me lo requería el periódico El Nacional. Y a mí me gustaba. Se ajustaron ambas cosas. Una necesidad y un placer. Con el tiempo, me di cuenta que el trabajo de entrevistador tenía una realización profesional que me satisfacía. Tratar de entender lo que piensa una persona, lo que quiere expresar… No es algo fácil. Es decir, aprender a escuchar, ayudar a esa persona a que encuentre el ambiente para que pueda decir lo que desea. Me gusta el símil de la cancha de tenis: uno ajusta la malla y le va diciendo al entrevistado cómo va a ser el boleo. Uno marca las líneas. La dinámica de esa conversación.
Cuando el padre Alejandro Moreno Olmedo, prologuista del libro Enemigos somos todos, te presentó en la Feria del Libro de Altamira, habló de “ensayo” para identificar tus trabajos. Uno podría decir ensayos, conversaciones y pausas para pensar. Tú le abres un espacio al entrevistado para que piense y articule un discurso sobre temas diferentes. Y si contamos con un tercero, que es el lector, quien completa esta idea, ya que lee y piensa también lo que allí se dialoga, se produce una experiencia muy rica y que ofrece algo que no hay: tiempo para pensar lo que nos pasa.
El periodismo está contaminado por todos los géneros. Los periodistas no escriben ensayos, tratados, novelas… No estamos para eso. Pero hay un instante en que esos caminos se cruzan, hay una intersección, un punto en común. Y el periodista debe trabajar sobre ese momento. Poner sus recursos, su experiencia, para desarrollar esa entrevista, que es distinta a la de personalidad o a una conversación amena. Esto es otra cosa. Hay periodistas que hacen otras cosas, pero yo no puedo hablar sobre eso. Yo puedo hablar sobre lo que yo hago, que es ubicarme en esa intersección donde confluyen ideas, pensamientos, experiencias, contradicciones, diálogos…
En el antetítulo del libro hablas de fracasos. “Conversaciones sobre el fracaso”. ¿Cómo le explicarías a un lector qué significa eso? ¿Es el fracaso de quién? ¿A cuál fracaso te refieres?
En el libro hay una colección de fracasos. La mejor demostración de eso es lo que dicen los entrevistados cuando abordan los diferentes temas. Por ejemplo, desde el pensamiento de la izquierda, para hablar del fracaso del chavismo, lo hace Edgardo Lander, en la perspectiva de que este modelo no cambió las estructuras políticas y económicas de Venezuela, y no propició que el ciudadano buscara otras cosas diferentes al intercambio mercantil que caracteriza a la sociedad venezolana. Oír a un gerente como José María de Viana, que tiene un currículum impecable en todo lo que son las empresas de servicios públicos, resulta demoledor. El país ha desperdiciado talentos, recursos humanos, en experimentos que no tienen ninguna viabilidad. Ver la política —que está a lo largo de todo el libro— como un ejercicio inútil, como una encrucijada donde no hay ideas, no hay imaginación, no hay arreglos, no hay diálogos, es un retrato de lo que estamos viviendo en ese ámbito. Es una reflexión alrededor de esta etapa que ha sido muy dolorosa. Y donde el fracaso es más que evidente. No podemos decir otra cosa de lo que ha pasado en Venezuela en estos años.
Fracaso de un gobierno, pero también de la sociedad… Desde esta perspectiva, son 17 años de fracasos en un país que tramita mal sus fracasos.
Detrás de esa afirmación pareciera que se esconde un silogismo. ¿Por qué se insiste en este modelo? Porque se tiene miedo a reconocer el fracaso. No voy a dar mi brazo a torcer. Voy a insistir en ir hacia una meta irracional porque al reflexionar sobre los errores pareciera que uno debe reconocer los fracasos y nadie quiere hacer eso. Reconocer el fracaso, reconocer una equivocación y cambiar de rumbo. Ahí hace falta lo que me dijo Luis Enrique Pérez Oramas en su entrevista: algo de misericordia civil. Todos estamos llenos de fracasos, pero no nos gusta hablar de eso. Ni que nos identifiquen con eso. El fracaso nos enseña cosas importantes para la vida. En términos colectivos, esta tendencia ha tenido costos muy alto para esta sociedad…
Costos que no pagan los que los ocasionan…
Los que los ocasionan sólo piensan en el poder, en el ejercicio del poder, y el poder es excluyente. Excluye todo lo que no le sirve.
El chavismo entrevistado en el libro habla desde la justificación y la defensa. La oposición habla desde la crítica. Pero la pregunta que me hago es: ¿hay un chavismo crítico? ¿Y acaso no hay una oposición que se ha comportado como el chavismo, aún cuando su apariencia es ser la oposición?
Prefiero comenzar por lo último: este país es profundamente chavista. Eso está en el ADN del venezolano. En el imaginario colectivo. Esa visión autoritaria que uno ve en las empresas, en los núcleos familiares, en cualquier lugar publico o privado. Una demostración del chavismo: la intemperancia, la violencia… Esos defectos están ahí. Esa falta de cultura. El chavismo se define ahí. Nos gustaría a nosotros decir que eso sólo lo exhibe cierto segmento de la sociedad, que eso está focalizado… Pero realmente no es así.
¿Sientes que esos defectos están en toda la sociedad venezolana?
Si vas al 23 de enero, vas a ver lo mismo que ocurre en Plaza Altamira. Las mismas manifestaciones de intolerancia. Cada quien orgulloso del lugar que ocupa, de las relaciones que tiene con el consumo, de su relación con los estilos de vida. Una es una urbanización popular y otra es de clase media alta. Pero allí se manifiesta una identidad. Este es un fenómeno cultural poco estudiado. El trasfondo chavista que tiene la sociedad venezolana.
¿Eso se manifiesta de alguna manera en tu vida cotidiana?
Yo a veces le digo a mis amigos que yo quisiera tener un hermano chavista, para que cuando me acusen de ser chavista uno pueda decir: no, es el otro. ¿Por qué digo esto? Porque frente a ciertas entrevistas (sobre todo las que hice en Ultimas Noticias) había lectores que afirmaban que yo era chavista. Dice mucho de la actitud de la gente frente a ideas que son diferentes a las suyas. Esto es un pequeño detalle de muchas que aparecen. Y que la polarización disfraza.
Cuando haces una entrevista y emites preguntas complejas, que se salen de la dicotomía chavista/antichavista, hay un interlocutor que entra en cortocircuito…
El problema es tratar de indagar sobre lo que no hay seguridad, tratar de pensar las posiciones mineralizadas, y tratar de cuestionar los dogmas. Ese ejercicio es sospechoso. Y acuérdate de que hoy todos somos sospechosos.
Lo que pasa es que la incertidumbre da miedo. Y esta es una época de incertidumbres. Ante las incertidumbres, la gente quiere certezas. Y luego viene Twitter, que es un amplificador del autoritarismo, venga de donde venga. Será una herramienta de la modernidad, pero es también un canal para la locura ordinaria, para vaciar sentimientos abyectos y locos. En Twitter es donde se expresa mejor el miedo de una sociedad que no sabe tramitar sus inseguridades.
Pero las certezas no ayudan a superar los miedos…
Déjame plantearte algo que me parece importante. Tú dices que este es un país profundamente chavista. Pero yo podría contraponerte que de todas maneras este país profundamente chavista está tratando, todos los días y de manera heroica, sacarse de encima al chavismo que gobierna. Es paradójico.
Te hago una pregunta. Un ciudadano que se la pasa hablando mal de gobierno y no paga su condominio…, ¿qué refleja ese comportamiento? Lo que quiere este ciudadano es que los demás propietarios del edificio le financien su hueco. Habla de una incapacidad para asumir responsabilidades, para respetar a los demás… ¿No es eso lo que se le critica al chavismo?
Yo podría afirmar que antes de 1999, si bien había problemas, no existía esta sensación en Venezuela de que todos podían estar al margen de la ley, porque desde el Presidente para abajo todos hacen lo que quieren… Esta sociedad se enfermó en estos 17 años. Se sirvió la mesa para llegar a un país arrasado de institucionalidad, de respeto por el otro, de valores que acompañen a una sociedad a caminar por la senda de la modernidad y el crecimiento.
Reconozco que hay un escenario que permite que la gente actúe en consecuencia. Como bien le parezca. Sin embargo, creo que este país siempre tuvo un trasfondo, unos rasgos, unos tics, que podrían interpretarse como acervo del chavismo. Y lo que ha ocurrido es que eso se ha profundizado, se ha magnificado, se ha llevado a una esfera sideral… Es como si sobre la sociedad venezolana, que tenía sus problemas, hubiera caído un reactivo… Bueno, pues…
Freud decía que cuando un jarrón se cae al piso, se rompe por donde tiene una grieta. Es una falla de origen… O usando tus palabras, los tics que se profundizaron…
Esos tics son autoritarismo, militarismo, personalismo, intolerancia, violencia… Yo no me creo el cuento de que el venezolano no es violento. El venezolano es realmente violento. Uno de los más violentos de América Latina. Lo que ocurre es que antes estaba inmerso en un ambiente de tolerancia. Esos tics estaban solapados. Lo que ocurre —y también debo decirlo— es que un ciudadano de un país es una complejidad por donde cruzan muchas facetas. Todos estos tics estaban en la sociedad venezolana. Al mismo tiempo uno puede identificar unos valores en el venezolano que son muy buenos: la apertura que tiene ante lo que viene de otras partes, es uno de ellos. El venezolano es una persona que confronta, que va de frente.
¿Tú piensas que esta sociedad siente debilidad por los militares?
No tengo esa impresión. Ahora está condenada a convivir con los militares, y siempre habrá tensión. En la entrevista que está en el libro a la hija de Rómulo Betancourt, Virginia, ella me cuenta cómo le reclamaba a su padre tiempo y él le respondía que no podía jugar con ella porque debía reunirse con los militares. Y un día le dijo, si no lo hago me tumban… Lo que sí ocurre es que aún no se ha producido el gran parto de la democracia venezolana, que implica arreglar temas pendientes con los sindicatos, con los empresarios, con los militares…
¿Cómo es ese parto?
Hay que repensar muchas cosas. Hace falta pensar un arreglo con el negocio petrolero distinto del que hemos tenido hasta ahora. Hay que trabajar en un arreglo con los recursos que tiene el país, distinto…
Y ahí no cabe pensar en que el país debe tener una relación con los militares diferente a la que ha tenido hasta ahora…
Claro. En Venezuela tiene que producirse una escisión después de esto que produjo Chávez. Los militares están hasta en la sopa. Como dijo Arnoldo Gabaldón, qué nos puede decir del sistema eléctrico el señor Mata Domínguez. Los militares están en funciones y en sitios que no conocen y en especialidades que los superan. Habrá que hacer un inventario del costo que tuvo para la nación que los militares se inmiscuyeran en áreas que desconocían.
¿Eres optimista o escéptico, con los cambios que podrían venir en el país?
Yo soy pesimista con relación al país. Tenemos un siglo que ha creado estos arreglos y esta forma de ser. Siempre hemos visto que alguien crea un banco o una entidad financiera para enriquecerse. Y que tiene los contactos en el gobierno para poder hacerlo. Y para enriquecer a los accionistas, que son los políticos y gobernantes de turno. Esa es una gran mácula que tiene la sociedad venezolana. Detrás de eso hay negocios fabulosos. Y nunca caen culpables.
A veces los rescatan y los nombres directores de periódicos.
En Venezuela nunca hay culpables. La impunidad es impresionante.
Pero, para salir adelante, un país debe hacer un arqueo, debe reflexionar sobre lo que le ha sucedido. ¿No ves una oportunidad ahora?
Para ser libres tenemos que ser responsables en los manejos de los recursos del país y en los dramas de la sociedad: exclusión social, embarazo precoz, pobreza. Son dramas que se enmascararon con la renta petrolera. Chávez los disfrazó. Son dramas que han vuelto a resurgir. Este gobierno no le ha dado respuesta a ese drama. Ya lo sabemos: a este gobierno no le interesa el dolor, el sufrimiento, la pobreza…
Fuente: Prodavinci