Este primero de diciembre, se realizó en la plaza Bolívar de Chacao, en Caracas, una celebración eucarística organizada por la Conferencia Episcopal de Venezuela para dar inicio a la Navidad. La actividad contó con la participación multitudinaria de feligresía y sacerdotes de gran parte de las parroquias caraqueñas, quienes acompañaron al cardenal Baltazar Porras durante la denominada: misa de la Esperanza.
Estas fueron las palabras del cardenal durante la homilía:
“Bienvenidos queridos hermanos todos a esta eucaristía que abre el hermoso tiempo del Adviento, preludio de la Navidad, en nuestra arquidiócesis. ¡Qué alegría da ver esta multitud que se reúne al alero de este vetusto templo de Chacao, testigo de tantas obras buenas de muchas generaciones! Todos los que aquí estamos nos sentimos, estoy seguro, como las multitudes que seguían a Jesús en las orillas del lago de Galilea, y nos surge la misma pregunta que se hicieron los discípulos ante el maestro: Señor, mándalos a su casa porque no tenemos cómo darles de comer. Pero, la respuesta de Jesús fue otra: «Que se siente y que se acerque aquel muchacho que tiene en su cesta cinco panes y cinco peces».
Como hemos cantado en el salmo responsorial: «A ti Señor, levanto mi alma». Sí, levantamos nuestra mirada hacia Jesús que viene, que está con nosotros, que nos muestra el camino que siguieron sus padres María y José quienes, en medio de dificultades y contratiempos, con un embarazo a cuestas, por los polvorientos caminos desde Nazaret hasta Belén, buscaban con afán un lugar para guarecerse y poder dar a luz al Mesías. La primera reacción de ellos y nuestra pudo haber sido de desánimo, de desaliento. Pero no, fue de búsqueda y de esperanza. Esa debe ser también nuestra mirada de hoy: de esperanza, de construcción de bien, de arrancar de nuestro corazón los pesimismos y los odios.
Vivimos tiempos muy similares. En este tiempo la Palabra de Dios toca con su luz nuestra conciencia, nos sacude ante cualquier quiebre o resignación y nos coloca en el horizonte de la Esperanza al anunciarnos que en medio de la catástrofe irrumpe su salvación haciendo reinar la justicia y el derecho. Justicia y derecho que son gracia de Dios pero que surgen de las entrañas del mismo pueblo como ‘vástago legítimo’. El apóstol Pablo nos lo recuerda hoy: «Que el Señor nos colme y nos haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos».
El evangelio de hoy nos habla de una serie de señales catastróficas. Usa el lenguaje apocalíptico, que significa revelación, desvelamiento de algo más importante: es el símbolo de la caída de un orden social injusto y de la inauguración de un mundo nuevo: el triunfo del Mesías. Pero eso no llegará como caído del cielo. Es la tarea que nos toca emprender con alegría y esperanza.
No hace falta que recordemos, porque lo tenemos muy presente, los problemas y contratiempos que vivimos: la inseguridad, la falta de lo más elemental, la imposibilidad de llevar el alimento al hogar o poder socorrer en la enfermedad al que sufre. Son muchos los servicios públicos que no funcionan y nos ponen los pelos de punta porque falta la luz, el agua, el gas, el transporte. Nada de eso tiene la última palabra.
Lo decisivo para cada uno de nosotros es el tiempo que nos toca vivir, a comprometernos a hacer posible, digna y feliz la vida de todos. Como gente de iglesia y de fe trabajamos por mantener viva la llama de la esperanza, para anunciar que somos Pueblo de Dios que camina en el desierto, en medio de la adversidad inhumana, pero que no nos resignamos porque el Señor a quien esperamos es un Dios de vivos, no de muertos y, en medio de esta noche oscura, mantenemos viva la luz de la esperanza. Esperanza evangélica que nos dice: «Levántense, alcen la cabeza, que se acerca su liberación». Esa esperanza de la que el Papa Francisco tanto insiste al decirnos: «Que no nos roben la esperanza».
Pero, cómo hacerlo. En primer lugar, vivamos el tiempo del Adviento como preparación a la Navidad, retomando las bellas tradiciones venezolanas de este tiempo. El pesebre en cada hogar, hecho con cariño e ilusión, no es una simple tradición. Es poner en nuestra casa el misterio completo de la Navidad: Jesús nace en un pesebre, rodeado de animalitos y pastores. A lo lejos están los palacios y las luces resplandecientes de los que no se ocupan de los pobres. Y todo lo que adorna el pesebre no es otra cosa sino el símbolo de la alegría de rodear aquel singular nacimiento de cosas bellas y hermosas. No dejemos perder esta bella tradición.
Estamos propiciando también una costumbre venida de otras latitudes, más sencilla de hacer, rodeada también de un gran simbolismo. La corona de Adviento, hecha con material de reciclaje, con la creatividad propia de cada quien, con cuatro velitas que se van encendiendo domingo a domingo, evocando la luz que es Jesús, que a medida que se acerca el 24, alumbra más y mejor.
Las misas de aguinaldos, este año con las iniciativas de la Vicaría de Pastoral, quieren ser más participadas, familiares, comunitarias, sazonadas con esos cantos tan tiernos y cercanos como son nuestros aguinaldos y parrandas, nos llenen de sentido fraterno, de alegría contagiosa y de compartir sereno.
Pero todo ello no basta. La oración y las tradiciones religiosas navideñas nuestras han estado siempre acompañadas con una preocupación por los demás. La parranda nace como una continuación de la celebración en la que se distribuye algo para saciar el hambre y el frío. Es decir, por la ayuda mutua. Que este año ese compartir tenga como primer recipiendario a los enfermos, a los más pobres de la comunidad, a los niños desnutridos. Las ollas solidarias que tanto bien hacen, son una escuela de emprendimiento, de generosidad en tiempo y en especie, en dar de nosotros lo que tenemos para condividirlo con nuestros hermanos más necesitados.
De allí, la importancia de que en cada parroquia o comunidad nos organicemos y trabajemos unidos. Contamos con la ayuda y el acompañamiento de las Vicarías Episcopales y de la estructura parroquial. A ellas le servirá de insumo el que la formación que necesitamos todos, la emprendamos el próximo año con el Centro Arquidiocesano Mons. Arias Blanco, recién creado, para dotarnos del instrumental necesario que alimente nuestra vocación de servicio con objetivos claros de trabajar por la paz, la concordia, la libertad y el derecho a vivir mejor. Como nos repite el Papa Francisco: «No nos dejemos robar ni la alegría, ni la paz, ni la esperanza, ni la iniciativa de vivir mejor». Tenemos derecho a la belleza, y ya que nos la niegan tenemos que construirla nosotros mismos. Tenemos derecho a la verdad, no nos dejemos manipular por las medias verdades ni por los ofrecimientos vanos que son pan para hoy y hambre para mañana. No nos dejemos robar la honradez, enalteciendo toda forma de corrupción y de impunidad. El ejemplo de lo que somos capaces de hacer con nuestros propios medios es la mejor bofetada a quienes tienen la obligación de dárnoslo y nos lo niegan. Ese es el empoderamiento que necesitamos para ser auténticos ciudadanos y mejores cristianos.
El Dios en el que creemos, no es un Dios manipulador ni un Dios que compra las conciencias; no es un Dios de maniqueo que divide la sociedad en buenos y malos, poniendo unos a la derecha y otros a la izquierda. Cada uno de nosotros lleva en sí mismo una parte de bien y una parte de mal. Más aún, como lo decía el apóstol San Pablo, muchas veces no hacemos el bien que queremos, sino el mal que no queremos.
Por lo tanto, en el nombre del Señor Jesús resucitado, el Dios de la vida, les pido que no abandonemos la esperanza, que no cejemos en la defensa de los principios, valores y Derechos Humanos más auténticos e irrenunciables. En la vida de cada día tengamos siempre la valentía de pensar y de obrar, consecuentes con su fe. La fe nos invita a dar testimonio, con palabras y con hechos, de la presencia del Señor resucitado. Dar testimonio de la presencia del resucitado, hoy en Venezuela, significa participar activamente en la construcción de una sociedad más humana, más justa y más fraterna. Significa también no dejarnos llevar por un lenguaje que ofende. Significa sustituir el engaño por la verdad. Al dar su vida por los otros, Jesús ha introducido en el mundo el principio de una sociedad alternativa, deferente a aquella en la que los hombres viven para respetarse y para amarse.
Adviento y Navidad no son simplemente una conmemoración ritual, para olvidarnos de los problemas de cada día y embotarnos en el licor y en la diversión hueca y sin sentido. No. Nos dejemos robar el sentido más propio de este tiempo que es el ser conscientes de que el bien se construye desde la debilidad del pesebre, desde la sencillez de la vida cotidiana, desde la ternura y la atención en el hogar y en el vecindario, en la lucha por los derechos humanos más elementales a los que todos tenemos derecho de disfrutar. No esperamos algo, sino esperamos en alguien, en Jesús hecho hombre. Estemos siempre despiertos, nos recuerda el evangelio, pidiendo la fuerza para escapar de todo lo que está por venir y mantenernos en pie ante el Hijo del hombre. Es decir, el Señor que viene, adviene, es decir, se muestra como creatividad que interpela a la libertad para hacer del don de su gracia, tarea.
Termino, invitándolos a seguir adelante, con el mismo entusiasmo y coraje de hoy. Con el bello aguinaldo tradicional hagamos nuestra oración así: «Como el rocío del cielo baja constante, cual viene de las nubes lluvia abundante, como flores y frutos produce el cielo, venga Dios con nosotros el Dios del cielo. Cetro de Israel, llave de David, ven y nuestra cárcel con tu mano abrid. Dios es para el hombre belleza y bondad, el único puerto de seguridad». Amén.
Fuente: http://reportecatolicolaico.com