Ignacio Avalos Gutiérrez
Desde hace tiempo, los terrícolas decidieron reservar casi todos los 365 días del año para refrescarse la memoria y tomar conciencia, incluido cierto remordimiento, con relación a asuntos en los que la sociedad muestra desacomodos o injusticias más o menos graves. Así, desde el año 1992 existe el Día Mundial de la Salud Mental.
El 10 de octubre del 2015, día fijado para el recordatorio, la Organización Mundial de la Salud (OMS) inició una campaña de un año sobre la depresión, enfermedad que, según reza en sus escritos, muestra un abanico amplio de síntomas, tales como pérdida de energía, cambios en el apetito, ansiedad, disminución de la concentración, indecisión, inquietud, sentimiento de inutilidad, culpabilidad o desesperanza, y pensamientos de autolesión o suicidio. “Hablemos de Depresión” es el nombre de la misma y ha sido organizada para crear conciencia sobre la más frecuente enfermedad dentro de los trastornos mentales, la cual afecta a alrededor de 350 millones de personas en todo el mundo y es una de las causas principales de discapacidad. Dicen los estudiosos del tema que esta enfermedad tiene causas genéticas, cuya mayor comprensión se debe al progreso de la neurobiología y de las neurociencias, pero que se genera, igualmente, como consecuencia de factores ambientales. En las sociedades en crisis los trastornos mentales brotan de manera notable, afirman.
La actual situación del país, dada su gravedad en sus distintas vertientes (política, económica, social, institucional, ética) es, sin duda, un ejemplo de ello. De acuerdo a los informes y opiniones que se puede encontrar, la depresión es ya un dato insoslayable de esta cotidianidad venezolana, carente de las certezas mínimas necesarias debido a la inseguridad, la escasez de alimentos y medicinas, la anarquía, la inflación y paremos de contar, factores todos que dan forma a una sociedad poco amable, en la que la vida transcurre en medio del desasosiego como impronta del humor colectivo.
Sin embargo, la salud mental, es asunto que apenas figura es una esquinita escondida de la agenda pública nacional. La información pública escasea, según ya es costumbre en estos tiempos, pero, no obstante, alcanza para saber que el cuadro es desalentador: el presupuesto dedicado a la atención de la salud mental es dramáticamente insuficiente (algo así como el 5 % del presupuesto público de salud), los recursos disponibles (personal, hospitales, equipos…) no son suficientes para poder atender, ni siquiera medianamente, las necesidades una población creciente de pacientes, mientras la industria farmacéutica nos deja saber que alrededor del 85 por ciento de los medicamentos psiquiátricos no se encuentra, dado que ni los producimos ni los importamos, además de que las autoridades no aceptan la ayuda humanitaria como medida compensatoria.
En suma, y para no hacer el cuento largo, baste con indicar que la Ley de Protección y Atención Integral a las Personas con Trastornos Mentales, elaborado en el año 2007 no ha sido aprobada, que el Plan de la Patria, el documento sagrado que marca el rumbo del Gobierno, no hace una sola mención al problema, que el Plan de Salud 2013-2019 tampoco, y respecto al Motor Farmacéutico, vaya usted a saber. La depresión es, así pues, un tema casi esotérico en términos de nuestras políticas públicas.
La situación descrita reitera la impresión que todos tenemos de que la épica revolucionaria que envuelve al Gobierno pareciera correr, no pocas veces, en paralelo con la vida cotidiana de los mortales de a pie. Así, mientras el Presidente Maduro auspicia desfiles militares y aparece él mismo jugando al soldado, disparando con una ametralladora y amenazando con llevar las armas a los barrios, todo ello para demostrar que el país se encuentra preparado para enfrentar al enemigo (?), en Venezuela, la Sociedad Venezolana de Psiquiatría asegura que solo se dispone de un antidepresivo, un antipsicótico y dos ansiolíticos para todos los trastornos mentales.
Como se ve, aquí no se habla de la depresión.