Lo más difícil en un diálogo no es lo que se dice, sino el modo como se escucha. Para poder dialogar hay que aprender a escuchar. De nada sirven los llamados al diálogo sin la firme voluntad de escuchar al otro, de escuchar profundamente la propia voz de la conciencia, escuchar la voz del pueblo y escuchar los lamentos y sufrimientos de las mayorías. Sólo el diálogo que nace de la escucha respetuosa, sincera y honesta podrá culminar en alianzas y propuestas para enfrentar y resolver la gravísima crisis que estamos viviendo.
Escuchar es ser receptivo, buscar la verdad, defenderla, aborrecer la mentira. Es exponerse a descubrir que podemos estar equivocados y que no tenemos la razón, toda la razón. Escuchar no es sólo oír con interés y atención al otro y tratar de entender lo que dice, sino dejar que se introduzca en nuestra vida, que se encuentre con nosotros y nosotros con él, comprenderse mutuamente. La escucha implica disposición a cambiar las propias ideas y la propia vida. Si yo sólo escucho al que piensa como yo o al que aplaude lo que digo, no estoy escuchando realmente, sino que me estoy escuchando en el otro y en los gritos y aplausos interesados o emotivos.
Dialogar es abrirse al diferente, aprender a modificar los pensamientos y los comportamientos, a rectificar las opiniones, palabras y conductas si hay que rectificarlas, desde una nueva visión. Dialogar es disponerse a resolver los problemas y conflictos de un modo humano, sin enfrentamientos armados y sin violencia. No olvidemos nunca que la violencia es la más triste e inhumana ausencia de pensamiento. Valiente no es el que amenaza, agrede, golpea. Valiente es el que sabe domar sus tendencias agresivas y las convierte en oportunidad para el encuentro, la reconciliación y la solución pacífica de los problemas. También hace falta valor para analizar objetivamente la muy penosa situación que vive Venezuela, dejando a un lado los prejuicios y las ideologías cegadoras, para determinar sus causas y asumir la propia responsabilidad sin culpar siempre y de todo a los demás. Los que dialogan salen de sus mundos privados en busca de un mundo común, nuevo, construido desde los mundos diversos de los que dialogan. El diálogo verdadero implica voluntad de quererse entender y comprender, disposición a encontrar alternativas positivas para todos, opción radical por la paz y la sinceridad, respeto inquebrantable a la verdad, que detesta y huye de la mentira. Sobre la mentira y la defensa a ultranza de la falsa verdad, sin importar las gravísimas consecuencias que pueda acarrear, no va a ser posible la convivencia, la reconciliación y la paz.
El diálogo exige respeto y humildad. Los orgullosos y los prepotentes no saben dialogar. El que se considera poseedor de la verdad no dialoga, sino que trata de imponer su verdad, pero una verdad impuesta por la fuerza deja de ser verdad, se convierte en mentira. “Por los frutos los conoceréis”, decía Jesús. La verdad se manifiesta en sus frutos. Una supuesta verdad que ocasiona desesperanza, miseria y sufrimiento no puede ser verdadera. “La verdad les hará libres”, nos dijo también Jesús: Libera a uno mismo de la prepotencia, del orgullo, de los prejuicios y seguridades, de creer que uno es el que tiene siempre la razón y que los que piensan distinto son unos malvados. Cómo es posible que algunos aplaudan palabras y medidas que promueven los enfrentamientos, odios y rabias, que se traducen en mayor polarización e imposibilidad de resolver la crisis El diálogo necesario no puede consistir meramente en tratar de que los demás se plieguen a mi verdad, sino partir de aceptar que el país está muy mal, que los sueldos de los empleados públicos son miserables, que la educación y la salud públicas agonizan, que la inflación devora sueldos y ahorros, que todo sube de precio, que es urgente un cambio en la economía y en la política que han demostrado su fracaso.
La verdad libera no sólo al que la dice, sino también al que la escucha: una supuesta verdad que ofende, que humilla, que se utiliza para manipular u oprimir, para ganar tiempo, para engañar, para conseguir cuotas de poder o de tener, no puede ser verdad.
¡Es tiempo de escuchar al pueblo, oír su voz y no lo que yo quiero que diga, y anteponer los intereses de Venezuela a los intereses personalistas o partidistas! Venezuela es de todos y nos necesita a todos.