Por Jesús María Aguirre
Los clásicos de la comunicología, como Lasswell, Lazarsfeld, Whrigt, entre otros remarcan la función moralizante de los medios masivos. No deja, pues, de ser loable y plausible que perifoneen y hasta cierto grado visibilicen las conductas socialmente condenables, sin convertirse en tribunales de justicia. Otra cosa, es el enfangamiento sensacionalista, la trituración de la fama de las personas aún en proceso de juicio, y el regodeo con las inmundicias reales o sugeridas de los condenados.
Se justifica en que es peor la maldad de los hechos denunciados que la exageración de en la morbosidad de sus actos o en las posibles tergiversaciones. Pero, como dice Jesús el Evangelio, quien no tenga pecado, que tire la primera piedra.
Antes se decía en el periodismo: “Good news, no news” -es decir, las buenas noticias no son noticia-, pero hoy en la cultura de las redes sociales y de los trend topics podemos añadir: “scandalous news, good news”- arme un escándalo y logrará ser tendencia-.
En la actualidad es más fácil lograr una trend topics con unos casos de pedofilia de curas notables, que con todos los cristianos perseguidos y muertos durantes estos 10 últimos años; y que para los medios son más rentables los escándalos de unas minorías religiosas que todos los testimonios de vida de millares de sacerdotes y religiosos que han entregado sus vidas en el servicio de la humanidad a lo largo del siglo XX trabajando en paz y en guerra en los últimos rincones del planeta.
La Iglesia es pecadora, pero no la ramera del Apocalipsis como pretenden los grupos anticatólicos. La cuestión de fondo es buscar respuesta a la pregunta de cuál es la mejor estrategia social de los medios para moralizar las instituciones y la sociedad de acuerdo a la función que se les atribuye.