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Encuentro con la memoria fecunda

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Por Alfredo Infante s.j. 

El evangelio de este viernes 17 de abril (Jn 21,1-17) es un tríptico que resignifica la memoria discipular y nos lanza a la misión.

En la primera escena aparece Jesús a la orilla del lago haciendo fecunda la pesca de los discípulos, que han pasado la noche sin pescar. El resucitado recrea el primer encuentro con Pedro, cuando le dice «de ahora en adelante te haré pescador de hombres». La escena con el resucitado es análoga a aquel primer encuentro, son los mismos elementos: «Noche, cansancio, esterilidad, muerte, Jesús, palabra, Pedro, escucha, amanecer, fecundidad, vida». No se trata de un nuevo llamado, el resucitado despierta y resignifica el llamado que hiciera en vida en Galilea.

La segunda escena, sucede a la orilla del lago. Jesús prepara un banquete con el fruto del trabajo: pan y pescado. Es la Eucaristía. El altar es la madre tierra. Los discípulos, la humanidad creyente que pone su mirada en el Señor. El resucitado se ofrece como comida, bendice, es el memorial de su vida entregada. Los discípulos lo reconocen. Esta vez Pedro no ha hecho grandes propósitos,  es consciente de su fragilidad, de lo vano de sus propósitos.

El ambiente está lleno de silencio contemplativo. Nadie habla. Las miradas se iluminan. Todos comen. La paz es profunda, el miedo ha sido exorcizado. Las olas del lago hacen más hermoso el encuentro.

Viene la sobremesa. Jesús interrumpe el silencio, mira con misericordia a Pedro. Pedro se estremece. El resto de los discípulos están expectantes. Pedro ¿me amas? Pregunta Jesús. No para vengarse, sino para sanar y liberar el corazón herido de Pedro. Cada respuesta afirmativa de Pedro es ungüento que sana y libera la memoria de Pedro. En cada respuesta de Pedro,  Jesús le confirma entregándole la misión, la misma que le entregara aquella tarde cuando Pedro lo reconoció como el Mesías «te llamarás Pedro y sobre esta roca se levantará mi iglesia»; esta vez le dice: «Apacienta mis ovejas».

El resucitado viene, pues, a sanar nuestra memoria para que, libres del dolor y el miedo, celebremos la vida y como hermanos compartamos el banquete fraternal al descampado, en la vida, y en respuesta a nuestro sí, libres, continuemos su misión «apacienta mis ovejas».

Hoy, en medio de esta pandemia, ¿qué significa resignificar la memoria de nuestro llamado? ¿Qué significa sentarnos a la orilla del lago y celebrar el banquete de la vida? ¿Qué siento ante la pregunta de Jesús: «¿Me amas?». ¿Cómo discernir la misión que, en Pedro, el crucificado-resucitado nos entrega «apacienta mis ovejas»?

Oremos para que en medio de esta pandemia y la tragedia que vivimos como país, descubramos al resucitado y, en él, sanemos nuestra memoria y redescubramos nuestra misión por la vida.

Sagrado corazón de Jesús en vos confío. Parroquia San Alberto Hurtado. Parte Alta de La Vega, Caracas-Venezuela.

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