Scroll Top
Edificio Centro Valores, local 2, Esquina de la Luneta, Caracas, Venezuela.

Elogio del silencio

elogio-del-silencio

Por Antonio Pérez Esclarín | @pesclarin

Cuaresma debe ser un tiempo para repensar nuestras vidas y cultivar nuestro mundo interior. Vivimos en la civilización del ruido, la prisa, y la adicción a nuevas informaciones que nos ahogan en un mar de datos y de bulos, y disuelven la interioridad. Cada día nos resulta más insoportable el silencio, y el recogimiento. Una persona sin silencio vive desde fuera, en la corteza, conectada con el mundo exterior pero desconectada de sí misma. Ocupada en mil cosas, la persona se mueve y agita, pero no sabe de dónde viene ni a dónde va. El individuo sin silencio vive como un robot, programado desde fuera. Rodeado de medios y aparatos de comunicación se siente solo, deshabitado. Por ello, resulta evidente que la era de la información y las comunicaciones coincide con el tiempo de la más fría soledad.

El silencio es la cuna de la palabra auténtica. La palabra que nace del silencio es una palabra sólida y firme. Sin silencio, sin reflexión, las palabras se convierten en cháchara hueca, en retórica vacía. Por no saber habitar el silencio, nos volvemos tan superficiales, nos dejamos conducir por charlatanes, propagandas, opinadores sin profundidad ni alma; y nuestras palabras, con demasiada frecuencia, son falsas o expresión de emociones nocivas como la envidia, la ira.

El silencio es el fruto de la soledad fecunda. El silencio es la mejor palabra del encuentro, el sonido más dulce, la canción del alma, la voz del corazón. El silencio es el diálogo del enamorado, el clima de la unión. Los que se aman de verdad, no necesitan de palabras para expresar su amor. Están al lado del otro, sintiendo sus latidos, amándose con la mirada. Las mamás pasan horas en silencio, embelleciendo a sus hijitos con su mirada tierna y los enamorados saben bien que los ojos acarician mejor que las manos y que hay miradas silenciosas que valen mucho más que largas declaraciones. En consecuencia, necesitamos todos aprender a estar en silencio para así poder escuchar las voces de nuestro corazón. Necesitamos fortalecernos en el silencio y la meditación para salir con más fuerza a servir a los hermanos.

El silencio crea hombres y mujeres para la escucha. La persona silenciosa es una persona que crece hacia dentro, que se adentra en lo profundo. Pero aturdidos de ruidos, informaciones, rumores y bulos, nos cuesta mucho abrirnos al silencio. Nos cuesta demasiado acallar los ruidos externos y, sobre todo, los ruidos internos, los ruidos de esa mente agobiada por preocupaciones, miedos, pensamientos, y de ese corazón que vive agitado, ansioso, distraído, incapaz de centrarse en sí mismo. Levantarse equivale a sumergirse en un mundo de ruidos, noticias, WhastApp, Twitter, mensajes, chateos…

En un mundo que nos invade con ruidos, noticias e informaciones, y en el que las palabras valen muy poco o se usan para engañar, ofender o separar, necesitamos –todos– una larga cura de silencio para devolverle a la palabra su valor y su dignidad y poder comunicarnos. Comunicarse es abrir el alma. Con frecuencia, hablamos y hablamos, pero no nos comunicamos. Hablamos y las palabras son trampas con las que nos ocultamos. Palabras devaluadas, como moneda gastada, sin valor. Palabras, montones de palabras sin alma, sin verdad. Dichas sin el menor respeto a uno mismo y al otro, para atrapar, para seducir, para engañar, para manipular. Por eso palabras tan difíciles y serias como “lo juro”, “prometo”, “te amo”, “cuenta conmigo” … encierran con frecuencia la mentira, la traición, el abandono.

Entradas relacionadas
Nuestros Grupos