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El Señor es paciente, compasivo y misericordioso. III domingo de cuaresma. Ciclo C.

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Por Alfredo Infante, s.j.*

En medio de una situación de opresión se experimentan diversos sentimientos contradictorios entre quienes padecen: tristeza, rabia, indignación, resignación, miedo, fe, coraje, dolor, indolencia, resentimiento, paciencia, pasividad, esperanza, ilusión, angustia, y un gran etcétera de movimientos interiores en conflicto.

La interioridad humana se convierte en un cóctel de sentimientos encontrados aparentemente irreconciliables. Y, dependiendo de cuál de estos sentimientos lleve la voz cantante, será nuestra respuesta personal y colectiva.

La primera lectura del libro del Éxodo (3,1-18.13-15) nos muestra a un Dios compasivo que escucha el clamor de su pueblo y, gracias a la fe de aquellos que, en medio de la opresión, la tragedia y el miedo, se mantienen firmes, se inicia un largo proceso de liberación en el que Israel pasará de masa desarticulada a pueblo organizado, de la servidumbre al servicio, de la esclavitud a la liberación.

Dios no actúa en abstracto, actúa en el corazón humano que escucha su voz y se dispone a ser sanado y liberado, para sanar y liberar a los hermanos.

Dios llama a Moisés quien se encontraba refugiado en otras tierras, con una vida sin complicaciones, en una cotidianidad desligada del quehacer histórico. De joven había huido de Egipto porque, en un arrebato de indignación personal ante la injusticia, había asesinado a un egipcio y, luego, los propios israelitas, resentidos en medio de tanta tragedia, lo señalaron ante el poder del Faraón.

Ahora, Dios lo llama y saca de su exilio. La zarza ardiente, que no se consume, es la objetivación de la conciencia de aquel hombre de fe, a quien Yavé invita a descalzarse porque la tierra que pisa es sagrada.

Es en la sacralidad de la conciencia donde Yavé se revela, llama y envía a una misión de liberación ingente, con la única garantía de su presencia: “yo soy, me ha enviado a ustedes el Señor”.

A partir de ese encuentro personal con Dios, la vida de Moisés cambiará de rumbo. Yavé lo envía de vuelta a las entrañas de su pueblo oprimido, a iniciar un proceso de liberación histórico que será, al mismo tiempo, un proceso de sanación y reconciliación personal con su pueblo, pues, no solo había salido perseguido por el poder, sino también, herido y traicionado por su propia gente. El éxodo de Israel hacia la liberación será también el éxodo personal de Moisés.

Dios se revela como quien escucha, empatiza, se compadece y acompaña a su pueblo. Dios actúa desde el corazón humano, habla a la conciencia, llama y envía para desatar procesos de sanación, humanización y liberación. Dios recrea la vida de Moisés y la historia de Israel en un mismo proceso.

San Pablo (Corintios 10,1-6.10-12) nos recuerda que el éxodo como proceso de liberación histórico fue vivido a nivel personal de manera muy diferenciada entre quienes fueron liberados. No todos vivieron un éxodo personal, hubo quienes en el proceso de liberación se mantuvieron esclavos y, aunque vivieron cubiertos “bajo la misma nube”, no aceptaron el amor liberador de Dios y no se abrieron personalmente a él, mientras otros, aunque lo aceptaron luego desistieron ante la adversidad porque hay en la condición humana, como afirmó Erich Fromm: “miedo a la libertad”. Por eso, el camino a la libertad es un proceso de sanación y liberación siempre abierto, inacabado, en el que es importante tomar consciencia de nuestras inconsistencias y no creernos seguros para no descuidar el proceso, por eso, advierte Pablo “el que crea estar firme, tenga cuidado de no caer”.

En el evangelio (Lc 13,1-9) Jesús nos coloca ante un Dios paciente y misericordioso que a pesar de nuestra infidelidad y obstinación nos ofrece siempre la oportunidad de dar fruto y nos invita a asumir la fe de manera personal. Nos advierte Jesús de la tentación farisaica de vivir la fe de manera impersonal. Jesús desmonta desde la personalización, las claves farisaicas de interpretación de la historia. Se refiere a dos hechos: una masacre político-religioso y una tragedia natural, cuyas víctimas pervivían en la memoria del pueblo como chivos expiatorios. Jesús les confronta: “¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás?”. Y hace un llamado a asumir la fe, como una relación personal y responsable con uno mismo, con los demás y con Dios. Cuando esto pasa se desatan –como fue la experiencia de Moisés– procesos de sanación y liberación incontenibles.

Mientras no haya personalización de la fe seremos como la “higuera estéril” que no da frutos, pero Dios es paciente y por amor nos brinda siempre la oportunidad de dar fruto y pese a nuestra esterilidad e inconsistencias, no corta la higuera estéril, porque como dice el salmista (112) “el Señor es compasivo y misericordioso”… Es siempre oportunidad.

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